Por Lissette
Gonzalez, 28/07/2012
Karl Marx está de
moda. La creciente desigualdad en los países desarrollados y una serie de
políticas económicas que asignan a la población trabajadora el costo de los ajustes,
han sacado a la obra de Marx de los anaqueles oscuros, olvidados y polvorientos
del final de la biblioteca. Los jóvenes vuelven a leer sus libros, importantes
intelectuales se declaran neo-marxistas
en una suerte de revival de los sesenta. Y esto no lo digo yo, aquí les
dejo un par de artículos que ilustran este fenómeno: uno en The Guardian
y otro en Prodavinci.
Todo este alboroto
por la relectura de los trabajos de Marx parece un tanto exagerado para alguien
que no perdió el contacto con su legado. Yo nunca milité en ningún partido,
nunca me declaré “marxista-leninista” o alguna otra variante, pero mi contacto
con la obra de Marx comenzó muy temprano, cuando cayó en mis manos “Marx para
principiantes”. Estudiaba cuarto año de
humanidades en el Colegio San Ignacio y de la noche a la mañana me
convertí en defensora del proletariado explotado, explicando el concepto de
plusvalía (o lo que entonces entendía de él) como quien predica el evangelio.
Las discusiones en las actividades del colegio eran acaloradas, claro. Pero más
complicado era el panorama en casa, con unos padres de ideas conservadoras. En
aquel tiempo todavía quería ser escritora, así que andaba preocupada por cosas
como la “literatura comprometida” que, por supuesto, abandoné con los años
junto con muchas otras manías de mi rebeldía adolescente.
Uno de los
intereses sobrevivientes fue la preocupación social, la política. Así que
terminé estudiando sociología. En la Escuela de Ciencias Sociales de la UCAB
comienza mi lectura seria de Marx. Al final de primer año en Sociología I había
una serie de exposiciones sobre textos complementarios y a mi grupo le tocó (o
escogimos, no recuerdo) el Manifiesto del Partido Comunista. Se iniciaba el año
1989 y alguien del grupo tenía un valioso dato: en Santa Mónica había una “Casa
de la Amistad Soviético-Venezolana” y allí podíamos conseguir los libros. El
único pana con carro nos llevó hasta allá y es así como llegaron a mi
biblioteca un ejemplar del Manifiesto y otro de los Manuscritos de 1844
impresos en Moscú por Editorial Progreso. No sé qué tan fieles sean las
traducciones, pero son mi reliquia personal del mundo que existió antes de la
caída del Muro de Berlín.
El estudio
sistemático de Marx comenzó un año más tarde en Sociología II: las tesis sobre Feuerbach, La Ideología
Alemana, El Capital. Finalmente empezaba entender la lógica del análisis
marxista del capitalismo: la alienación, la explotación, la lucha de clases.
Más tarde en la misma escuela vendrían otros libros: Razón y Revolución de
Marcuse, Historia y Conciencia de Clase de Lukács. Luego mi interés por estos
temas fue desplazado por mi creciente afición por la demografía y la
estadística… hasta muchos años más tarde, en Bilbao, cuando decidí dedicar mi
tesis doctoral a temas de estratificación y movilidad social.
En esta área de la
sociología Marx es insoslayable. Si bien el primero en formular el
concepto de clase fue Saint-Simon, es el concepto de lucha de clases en
Marx el que resulta definitorio en todo cuanto los sociólogos han escrito sobre
estratificación desde inicios del siglo XX:
¿es cierto que sólo hay dos clases?, ¿la clases se definen únicamente
por la propiedad de los medios de producción?, ¿existe en realidad una
conciencia de clase? , ¿hay necesariamente explotación y conflicto entre las
clases sociales? Todas estas preguntas que surgen de la obra de Marx están
detrás de múltiples propuestas teóricas, no sólo las de clara orientación
marxista. Incluso muchos de los conceptos de Marx han sido retomados y
reinterpretados por sociólogos no marxistas por su gran capacidad de análisis:
como dominación y conflicto en la obra de autores tan disímiles como Dahrendorf
o Bourdieu, así como el rescate de los conceptos de explotación y conciencia de
clase en la temprana obra de Giddens.
Creo que hay una
diferencia que es importante resaltar: el pensamiento de Marx como doctrina
revolucionaria y como intento de explicación científica de la realidad. Si bien
para él mismo ambos elementos no podían separarse, la lectura de Marx en el
siglo XXI puede tener la utilidad de un manual de instrucciones (como “Qué
hacer” de Lenin) o bien puede servir de inspiración para intentar aplicar su
esquema de análisis a una realidad muy distinta a la que él observó durante el
siglo XIX. Por supuesto, yo considero que lo realmente útil es lo segundo y el
testimonio de intentos valiosos al respecto está en la obra de John Roemer o
Erik O. Wright. Fíjense, ninguno de ellos está en las noticias de actualidad.
¿Por qué será?
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