Escrito por ALBERTO BARRERA TYSZKA el Jun 22nd, 2012
Los oficialistas se declaran enemigos del capitalismo
pero, en lo que a publicidad se refiere, practican de forma feroz todos sus
métodos. Son los bárbaros del marketing
¿Cómo
se fabrica un Dios? Llevamos casi catorce años observando cómo se desarrolla la
respuesta a esta pregunta. Al principio, todo era más sutil. Pero, a medida que
ha ido pasando el tiempo, hemos visto cómo de manera contundente y eficaz
llegamos incluso a tener un Estado publicitario, un aparato público que es
también una gran industria de producción de culto. La variable de la enfermedad
del Presidente, administrada como una radionovela de suspenso, sólo ha hecho
que este proceso aumente. Casi hasta el delirio. Toma tu estampita y repite
conmigo: Dios nació en Sabaneta.
Esta semana, hice el ejercicio espiritual de
sentarme durante horas frente a la televisión.
Me negué al cable. Me dediqué únicamente a mirar
los canales de señal abierta. No sé si existe ya un estudio, pero sería muy
saludable para el país saber cuánta publicidad oficial en cualquiera de sus
versiones o formatos se transmite a diario en la televisión nacional.
Después de varias horas frente a la pantalla, me
sentí intoxicado. Como si me hubiera metido varios pases de PSUV de alta
pureza.
Por un lado, están los canales públicos, que al
menos a escala nacional ya parecen ser mayoría. Por otro lado, está la
regulación que obliga a los canales privados a difundir de manera gratuita los
mensajes gubernamentales. Aparte, están, por supuesto, las cadenas. Esa dimensión
de la publicidad que navega con el Himno Nacional y que puede durar varias
horas seguidas. Todo esto, además, en el contexto de una legislación que
promueve la autocensura y logra que algunos medios particulares tengan una
agenda informativa y editorial que, a veces, parece redactada en un ministerio.
No hay forma de escapar. Incluso, se puede sentir que hay canales públicos
dedicados exclusivamente a los info-comerciales, a la publicidad subliminal, a
la propaganda redaccional. No hay diferencia entre la programación y las cuñas.
Todo es parte de la misma sobredosis.
Hace unos días, en el contexto de la reunión de
la OEA, Roy Chaderton volvió a denunciar la existencia de “una dictadura
mediática” en Venezuela. Por un momento me confundí. No entendía por qué,
de pronto, el ex canciller había decidido dar la vuelta en U y había comenzado
a cuestionar al Gobierno.
Luego me di cuenta de que se trata de la misma
actitud devocional. Repiten dogmas sin necesidad de saber qué ocurre, cómo va
cambiando o no la realidad. Probablemente, eso es lo que les impide constatar
que, cada vez más, por diferentes vías, el Gobierno es el que controla el
espacio comunicacional en el país. Quien denuncia un absolutismo mediático en
Venezuela, se pone de inmediato en el lugar de la oposición.
Lo señaló de manera excelente Vladimir Villegas
en su columna de esta semana. Ya no es tan fácil hablar de bandos y de
ideologías. Los oficialistas se declaran enemigos del capitalismo pero, en lo
que a publicidad se refiere, practican de forma feroz todos sus métodos. Son
los bárbaros del marketing. Con ellos, Marx hubiera gozado un imperio. Hubiera
podido escribir hoy mucho más sobre la noción religiosa del mercado, sobre la
mercancía como fetiche. Basta ver una nueva pieza que está ahora al aire. Bajo
el concepto de “testimonio”, un personaje sacraliza a Chávez como héroe y como
deidad. Creo que nunca antes, en la televisión venezolana, se había transmitido
una maniobra tan impúdica, tan vulgar.
La cuña rueda así: aparece un hombre que cuenta
su vida en código de melodrama: desde la muerte de su madre y una infancia
pobre, hasta la entrega de un apartamento que casualmente describe como un
“paraíso” por parte del Gobierno. En un momento, en su vivienda nueva, aparece
junto a un retrato del Presidente. En medio de su narración, el hombre toca la
foto y dice: “Llegó el Bolívar este”, otorgándole a Chávez, de una vez y sin
anestesia, el mismo rango que tiene el Libertador.
Como si esto no fuera suficiente, al final de la
cuña, mirando a cámara, con una sonrisa conmovedora, el hombre afirma: “Primero
Dios, segundo mi comandante”. ¡No faltaba más! En la liga de los eternos,
Chávez no es Jesucristo. Pero está ahí cerquita.
¿Dónde está la izquierda? ¿Dónde están los
analistas de discursos, los críticos de la manipulación mediática? ¿Dónde están
los Ramonet? ¿Dónde están los Luis Britto García y sus estudios sobre el
talante religioso de los caudillos? ¿Dónde están los José Vicente Rangel y sus
decálogos sobre antipoder?…
Pura retórica. Puro blablablá.
Finalmente, todos también están sometidos a la
teología salvaje. Esto no es una revolución.
Esto sólo es la iglesia mediática de Hugo Chávez
Frías.
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