Por Yoani Sánchez,
23/07/2012
Recuerdo –como si fuera hoy- la imagen de Payá a las afueras de la Asamblea Nacional del Poder Popular aquel 10 de marzo de 2002. Las cajas cargadas con más de 10 mil firmas sobre sus brazos, mientras las entregaba al tristemente célebre parlamento cubano. La respuesta oficial sería una reforma legal, una patética “momificación constitucional” que nos ataría de forma “irrevocable” al actual sistema. Pero el disidente de mil y una batallas no se dejó amilanar y dos años después él y otro grupo de activistas presentaron 14 mil rubricas más. Exigían con ellas la convocatoria a un referendo para permitir la libertad de asociación, de expresión, de prensa, las garantías económicas y una amnistía que liberara a los presos políticos. Con la desproporción que lo caracterizaba, el gobierno de Fidel Castro contestó con los encarcelamientos de la Primavera Negra de 2003. Más de 40 miembros del Movimiento Cristiano Liberación fueron condenados en aquel marzo aciago.
Aunque no fue detenido en aquella ocasión, Payá padeció durante años la vigilancia constante sobre su casa, los arrestos arbitrarios, los mítines de repudio y las amenazas. Nunca desaprovechó un minuto para denunciar la situación penitenciaria del algún disidente, ni la condena injusta de otros. Jamás lo vi descomponerse, gritar, ni insultar a sus contrincantes políticos. La gran lección que nos deja es la ecuanimidad, el pacifismo, la ética por encima de las diferencias, la convicción de que a través de la acción cívica y de la propia legalidad la Cuba inclusiva nos queda más cerca. Descanse en paz, o mejor aún, descanse en libertad.
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