Fernando Mires 4 de julio de 2012
Tesis: Sólo una derrota electoral puede salvar políticamente al PSUV como
ocurrió en México con el antiguo PRI
El PRI ya
no es el PRI dicen en México, frase breve que sintetiza la transformación del
PRI. Transformación que en gran medida emergió como resultado de otra: la de la
estructura política mexicana. Porque el regreso del PRI al gobierno, ratificado
por las elecciones de 01.07.2012 que dieron como vencedor a Enrique Peña Nieto,
opera en un escenario multicolor marcado por un partidismo institucionalizado
en donde tienen lugar múltiples proyectos e iniciativas civiles.
La antigua
dominación estatal ejercida por el que fuera calificado como el partido
político más corrupto y anti-democrático de América Latina, ha quedado atrás.
Hoy el PRI ha regresado como un partido entre varios: plural, social,
competitivo y coalicionable, como deben ser los partidos en un marco
democrático. Los caudillismos locales, las mafias, los gobernantes omnímodos,
tan propios al antiguo PRI, ya son cosas del pasado.
Así como Hegel indicó que la liberación del oprimido libera al opresor en
tanto opresor, en la contienda política suele suceder que la oposición, bajo
determinadas condiciones, libera a los partidos no democráticos de su
anti-democratismo. En ese sentido la oposición al PRI liberó al nuevo PRI del
antiguo PRI. Ese será también, entre otras, una de las tareas que corresponderá
indirectamente a la oposición venezolana: la de liberar políticamente al PSUV
de su condición estatal (burocrática y militar) a fin de que se convierta en un
verdadero partido político como hoy es el PRI.
Pensemos:
en el caso de una eventual derrota, el PSUV si es que no se desliza por el
tobogán golpista, o si no se pulveriza en múltiples fracciones, será el
principal partido de oposición. Pero lo será en un espacio rayado por normas y
reglas propias al juego político. En ese contexto, y aplicando de nuevo la
lógica hegeliana, el PSUV, al abandonar al estado, no tendrá otra alternativa
que la de convertirse en un partido de la “sociedad civil”: uno más entre
varios, como son hoy los partidos que apoyan a Henrique Capriles.
No hay que
olvidar que la gran coalición caprilista fue también el resultado de un arduo y
largo proceso de renovación política. Es que contra la astuta dialéctica de la
historia no hay pero que valga. Si un partido político no se transforma de
acuerdo al signo de los tiempos, muere. Los cementerios de partidos políticos
están –basta echar vistazos a la historia- más que superpoblados.
En cierto modo el PSUV es la versión venezolana de lo que fue el viejo
PRI: estatista, corparativista y corrupto. Pero no se trata de una copia fiel. El
PSUV es más bien una versión ampliada y empeorada del antiguo PRI. Eso quiere
decir que diferenciar entre lo que fue el PRI y lo que es el PSUV es también
importante.
Mientras
el PRI fue depositario histórico de una auténtica tradición revolucionaria iniciada
en 1910, el PSUV no corresponde con ninguna gran tradición. De ahí que haya
tenido que buscarla en el pasado más remoto, en ese bolivarismo mitológico
cultivado con devoción, pero absolutamente impropio a las condiciones que
imperan en el siglo XXl. Pero hay, además, otras diferencias.
Mientras el PRI nunca fue personalista, el PSUV se convirtió desde un
comienzo en la prolongación colectiva de un pensamiento individual: el del
caudillo. Mientras el PRI, si bien buscó apoyo en los estamentos militares,
nunca fue un partido militarista, como es el PSUV. Mientras en el PRI
coexistían diversas fracciones (obreras, campesinas) en el PSUV están
prácticamente prohibidas. Mientras el PRI logró articular a los más destacados
intelectuales y artistas de la nación, el PSUV brilla por su miseria cultural.
Mientras el PRI fue, por lo menos en sus comienzos, un partido nacionalista,
enfrentado al expansionismo que caracterizó a EEUU hasta la primera mitad del
siglo XX, el PSUV no sólo no ha tenido ningún problema (real, no verbal) con
los EEUU, sino, además, ha delegado aspectos importantes de la soberanía
nacional a Cuba.
Las diferencias mencionadas harán muy
difícil la transformación del PSUV de partido-estado en partido político, como
ocurrió con el PRI. No obstante, esa transformación será la única alternativa
que garantizará la sobrevivencia histórica del PSUV.
Sintetizando: El PSUV, como el antiguo PRI, no
es un partido de la sociedad civil. Es un partido nacido y formado en y desde
el estado. El triunfo de la oposición traerá inevitablemente consigo la
des-estatización del PSUV.
Incorporado
en un espacio no estatal, el cívico, el PSUV tendrá una nueva chance: la de
encabezar la oposición democrática al nuevo gobierno. Ahí, pensando de modo
optimista, puede que sus militantes descubran, como ocurrió al PRI, un nuevo
poder: el poder opositor, el que en democracia puede ser más poderoso que el
propio poder gubernamental. Pues, mientras el poder gubernamental es más
instrumental que político, el de la oposición es más político que instrumental.
En fin, sólo un triunfo de Capriles puede salvar al PSUV de sí mismo, o lo que
es igual, de sus tres estigmas principales:
° La corrupción de la clase estatal
dominante (“boliburguesía”)
° La militarización de las estructuras
partidarias
° El personalismo que impide el
desarrollo de las ideas, tanto individuales como colectivas
Repitiendo
entonces la tesis: Sólo una derrota electoral puede salvar políticamente al
PSUV como ocurrió en México con el antiguo PRI.
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