La formación y endurecimiento de una
costra de burócratas sobre la piel de la sociedad es una característica
inevitable de las llamadas revoluciones socialistas. Ascendidos a esas
posiciones sin ningún procedimiento profesional o meritocrático sino por su mayor
sujeción a consignas ideológicas y adulación al caudillo de turno, los
burócratas chupan -hasta secarla- toda la sangre de las instituciones, empresas
y propiedades que la “revolución” expolia a los ciudadanos. Al final las
organizaciones quedan devastadas y los burócratas colmados de riqueza y poder.
Mas las empresas estatizadas nunca quiebran, como lo hacen en el capitalismo
las compañías mal gerenciadas o dolosamente administradas; porque el “Estado
socialista” no contempla la bancarrota, siempre puede fabricar dinero para
reponer las pérdidas de los paquidermos burocráticos.
Los “apparatchiks”, como fueron llamados
estos especímenes durante el régimen soviético, fueron los responsables del
monumental fracaso del comunismo, pero también los principales beneficiarios de
su caída, puesto que se apoderaron de las propiedades que anteriormente
administraban “en nombre del proletariado”. Así, los grandes multimillonarios
rusos y chinos de hoy son los mismos “apparatchiks” del pasado o sus
descendientes.
Escribo esto por la visible presencia de
los burócratas “revolucionarios” en la vida nacional. Los que hoy desangran y
destruyen a Pdvsa, Corpoelec, Sidor, Cantv, Agropatria, las fincas expropiadas
y una larga lista de empresas antaño exitosas. El torvo Diosdado Cabello
amenaza ya a la banca privada y a Empresas Polar, emblema esta última de
excelencia productiva y responsabilidad social.
La más odiosa expresión de esta
expropiación del patrimonio ciudadano por el Estado es que los burócratas
terminan creyéndose los dueños de las propiedades puestas bajo su
administración. Así como Chávez dice: “voy a asignar tantos millardos a este
proyecto… acabo de donarle tantas plantas eléctricas a Nicaragua… voy a comprar
tantas toneladas de cochino para las hallacas…”, los burócratas menores hablan
igual, en su corrillos íntimos: yo te puedo ofrecer tanto… voy a comprar tal
cosa… sólo voy a producir películas de bajo presupuesto…”
Al verse así mismos como propietarios de
bienes y organizaciones que son de la Nación, los burócratas entran
irremediablemente en la competencia capitalista; les urge ocultar su
incompetencia y la pérdida de competitividad inherente a la administración
pública. Entonces se valen del poder estatal para competir deslealmente con el
sector privado. Es frecuente entonces verlos aplicar prácticas monopólicas,
dictar reglamentos que favorecen con exclusividad a la corporación estatal
frente a la privada.
De allí a traspasarse la propiedad real de
los bienes administrados hay sólo un paso. Esa es la historia de la propiedad
de la tierra en Venezuela y América latina: en la colonia las tierras eran
adjudicadas por el rey de España a sus validos y cortesanos, luego de la
independencia se la repartieron los militares independentistas, la guerra
federal supuso una transferencia de propiedades a favor de los vencedores,
luego los andinos expropiaron a los liberales amarillos. Todo ello sin que
mediara ninguna retórica socialista, por cierto.
Fue a partir de 1945, y en con mayor organicidad de 1958, que esa rapiña periódica se detuvo y comenzó a estructurarse un régimen más estable y formal de tenencia de la tierra.
Pero con el avenimiento de estos nuevos
“bolivarianos” las aventuras expropiadoras cobraron un renovado impulso. Si no
logramos salir de esto, veremos que las grandes haciendas expropiadas, hoy en
día sub-explotadas o abandonadas, estarán al cabo de unos años bajo la
propiedad legalizada de toda clase de generales y burócratas civiles. No es muy
pesimista estimar que en 6 años más los apparatchiks criollos estarían en
condiciones de transferirse la propiedad de las empresas y propiedades que hoy
regentan como burócratas. Si es que ya no lo han hecho con algunas.
Todo esto se juega, nos jugamos, el
próximo 7 de octubre.
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