MOISÉS NAÍM 1 DIC 2012
Twitter @moisesnaim
El
sistema de la Cúpula de Hierro israelí no solo evitó miles de muertes. También
frenó una mayor desestabilización en Oriente Próximo
Las armas son para matar. Pero la
sorpresa es que, a veces, algunas salvan vidas. Este es el caso de los misiles
anti-misil que Israel utilizó para protegerse de los cohetes lanzados por Hamás
desde Gaza en su más reciente conflicto. Y no me refiero al hecho de que este
sistema, llamado Cúpula de Hierro, evitara la muerte de civiles israelíes. Eso,
sin duda, lo logró. Pero también evitó la muerte de miles de inocentes en la
Franja de Gaza. También frenó una desestabilización aún mayor de esa
convulsionada región y, posiblemente, hasta impidió un peligrosísimo
enfrentamiento armado entre Israel y Egipto. ¿Cómo puede un arma lograr todo
eso?
Durante los ocho días que duró el conflicto,
los partidarios de Hamás lanzaron desde Gaza 1.506 cohetes hacia Israel. Más de
la mitad cayeron en zonas despobladas. Pero el 84% de los 421 cohetes que
hubiesen estallado en centros urbanos fueron destruidos en el aire por el
sistema antimisiles israelí (que es capaz de establecer el patrón de vuelo de
los cohetes e ignorar aquellos que caerán áreas despobladas sin causar bajas).
Un total de 58 cohetes palestinos estallaron en áreas pobladas, matando a cinco
israelíes e hiriendo a 240.
¿Qué hubiese sucedido si los cohetes
de Hamás hubiesen tenido más éxito, y hubieran caído en Tel Aviv y otras
grandes ciudades, causando no 5, sino 1.000, 3.000 o más muertes entre la
población civil? La respuesta es obvia: el Gobierno de Israel —al igual que el
de cualquier otro país del mundo— habría invadido Gaza. Esto habría implicado
un ataque de infantería y carros blindados y la lucha casa por casa en una de
las áreas urbanas más densamente pobladas del mundo, y con civiles atrapados
dentro del campo de batalla.
Hoy estaríamos hablando de miles de
muertos y de una violenta reacción en cadena en todo el mudo árabe. El nuevo
presidente egipcio, Mohamed Morsi, en vez de actuar como intermediario en las
negociaciones de paz, como de hecho lo hizo, muy probablemente se hubiese visto
obligado a mandar a sus soldados a luchar al lado de Hamás, un grupo que, al
igual que Morsi y el actual Gobierno egipcio, pertenece a los Hermanos
Musulmanes. Los demás países árabes y el resto del mundo musulmán no hubiesen
podido permanecer como espectadores pasivos. Estados Unidos tampoco. La veloz
escalada del conflicto y sus innumerables e imprevisibles consecuencias
hubiesen sido enormes —y globales.
Si bien en este nuevo conflicto entre
Hamás e Israel se logró limitar el número de civiles muertos y heridos en
Israel, no ocurrió lo mismo entre los habitantes de Gaza. De acuerdo a las
Naciones Unidas, en la Franja fallecieron 103 civiles (que fuentes israelíes
rebajan a 57). La fuerza aérea israelí informó de que llevó a cabo 1.500 ataques
contra blancos en Gaza que destruyeron casi todos los centros de comando de
Hamás, 26 fábricas de armas, depósitos de armamentos y explosivos y más de
12.000 cohetes, así como cientos de túneles.
Este no es el final de esta tragedia,
sino un capítulo más de un conflicto largo y doloroso cuya solución nunca será
militar. El fanatismo, la irracionalidad y lo que la historiadora Barbara
Tuchman —refiriéndose a las insensateces que llevaron a gobiernos y naciones a
cometer fatídicos errores— llamó “la marcha de la locura” vienen moldeando esta
situación desde hace mucho tiempo. Hamás se niega a aceptar el derecho de
Israel a existir como nación y promete seguir haciendo todo lo necesario para
acabar con ese país. Y el Gobierno israelí anuncia que seguirá adelante con la
construcción de más de 3.000 viviendas en los asentamientos más políticamente
sensibles de los territorios ocupados el mismo día que la Asamblea General de
Naciones Unidas admitió por abrumadora mayoría de votos a Palestina como
“Estado Observador”, lo cual supone un reconocimiento de su soberanía sobre
áreas controladas por Israel desde 1967.
Es difícil imaginar posiciones más
absurdas y más claramente contraproducentes. Hay evidencias incontrovertibles
de que la posición de Hamás con respecto a la destrucción del Estado de Israel
ha impedido el progreso del pueblo palestino, cuyos intereses dice representar.
Lo mismo vale para la construcción de cada vez más asentamientos israelíes en
los territorios ocupados. Estas construcciones debilitan la seguridad nacional
de Israel. Pero las nefastas fuerzas que impulsan a la marcha de la locura no
menguan. Son inmunes a la evidencia.
En medio de tantas insensateces, y
solo como consuelo temporal, también aparecen de vez en cuando iniciativas que
salvan vidas. Como estos misiles.
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