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lunes, 3 de diciembre de 2012

Misiles salvavidas


MOISÉS NAÍM 1 DIC 2012
Twitter @moisesnaim

El sistema de la Cúpula de Hierro israelí no solo evitó miles de muertes. También frenó una mayor desestabilización en Oriente Próximo

Las armas son para matar. Pero la sorpresa es que, a veces, algunas salvan vidas. Este es el caso de los misiles anti-misil que Israel utilizó para protegerse de los cohetes lanzados por Hamás desde Gaza en su más reciente conflicto. Y no me refiero al hecho de que este sistema, llamado Cúpula de Hierro, evitara la muerte de civiles israelíes. Eso, sin duda, lo logró. Pero también evitó la muerte de miles de inocentes en la Franja de Gaza. También frenó una desestabilización aún mayor de esa convulsionada región y, posiblemente, hasta impidió un peligrosísimo enfrentamiento armado entre Israel y Egipto. ¿Cómo puede un arma lograr todo eso?

Durante los ocho días que duró el conflicto, los partidarios de Hamás lanzaron desde Gaza 1.506 cohetes hacia Israel. Más de la mitad cayeron en zonas despobladas. Pero el 84% de los 421 cohetes que hubiesen estallado en centros urbanos fueron destruidos en el aire por el sistema antimisiles israelí (que es capaz de establecer el patrón de vuelo de los cohetes e ignorar aquellos que caerán áreas despobladas sin causar bajas). Un total de 58 cohetes palestinos estallaron en áreas pobladas, matando a cinco israelíes e hiriendo a 240.

¿Qué hubiese sucedido si los cohetes de Hamás hubiesen tenido más éxito, y hubieran caído en Tel Aviv y otras grandes ciudades, causando no 5, sino 1.000, 3.000 o más muertes entre la población civil? La respuesta es obvia: el Gobierno de Israel —al igual que el de cualquier otro país del mundo— habría invadido Gaza. Esto habría implicado un ataque de infantería y carros blindados y la lucha casa por casa en una de las áreas urbanas más densamente pobladas del mundo, y con civiles atrapados dentro del campo de batalla.

Hoy estaríamos hablando de miles de muertos y de una violenta reacción en cadena en todo el mudo árabe. El nuevo presidente egipcio, Mohamed Morsi, en vez de actuar como intermediario en las negociaciones de paz, como de hecho lo hizo, muy probablemente se hubiese visto obligado a mandar a sus soldados a luchar al lado de Hamás, un grupo que, al igual que Morsi y el actual Gobierno egipcio, pertenece a los Hermanos Musulmanes. Los demás países árabes y el resto del mundo musulmán no hubiesen podido permanecer como espectadores pasivos. Estados Unidos tampoco. La veloz escalada del conflicto y sus innumerables e imprevisibles consecuencias hubiesen sido enormes —y globales.

Si bien en este nuevo conflicto entre Hamás e Israel se logró limitar el número de civiles muertos y heridos en Israel, no ocurrió lo mismo entre los habitantes de Gaza. De acuerdo a las Naciones Unidas, en la Franja fallecieron 103 civiles (que fuentes israelíes rebajan a 57). La fuerza aérea israelí informó de que llevó a cabo 1.500 ataques contra blancos en Gaza que destruyeron casi todos los centros de comando de Hamás, 26 fábricas de armas, depósitos de armamentos y explosivos y más de 12.000 cohetes, así como cientos de túneles.

Este no es el final de esta tragedia, sino un capítulo más de un conflicto largo y doloroso cuya solución nunca será militar. El fanatismo, la irracionalidad y lo que la historiadora Barbara Tuchman —refiriéndose a las insensateces que llevaron a gobiernos y naciones a cometer fatídicos errores— llamó “la marcha de la locura” vienen moldeando esta situación desde hace mucho tiempo. Hamás se niega a aceptar el derecho de Israel a existir como nación y promete seguir haciendo todo lo necesario para acabar con ese país. Y el Gobierno israelí anuncia que seguirá adelante con la construcción de más de 3.000 viviendas en los asentamientos más políticamente sensibles de los territorios ocupados el mismo día que la Asamblea General de Naciones Unidas admitió por abrumadora mayoría de votos a Palestina como “Estado Observador”, lo cual supone un reconocimiento de su soberanía sobre áreas controladas por Israel desde 1967.

Es difícil imaginar posiciones más absurdas y más claramente contraproducentes. Hay evidencias incontrovertibles de que la posición de Hamás con respecto a la destrucción del Estado de Israel ha impedido el progreso del pueblo palestino, cuyos intereses dice representar. Lo mismo vale para la construcción de cada vez más asentamientos israelíes en los territorios ocupados. Estas construcciones debilitan la seguridad nacional de Israel. Pero las nefastas fuerzas que impulsan a la marcha de la locura no menguan. Son inmunes a la evidencia.

En medio de tantas insensateces, y solo como consuelo temporal, también aparecen de vez en cuando iniciativas que salvan vidas. Como estos misiles.

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