Fernando Mires 28 de junio
de 2013
La política es un espacio de
confrontaciones múltiples en el cual se desenvuelven los antagonismos
destinados a dirimir la lucha por el poder, lucha que no tiene final. Y porque
la política es lucha, aparecen cada cierto tiempo en ella personas o grupos que,
como en el fútbol, realizan verdaderas jugadas maestras las que se muestran
"bajo la luz de lo público" (Arendt) de modo retórico y gramático.
La política no es un arte pero
contiene dos artes. Uno es el de separar; el otro es el de unir. Para poner un
ejemplo, la frase coreada por el pueblo alemán de la ex RDA -"Nosotros
somos el pueblo"- estaba destinada a separar el pueblo de sus dictadores. La
frase de Willy Brandt, después de la caída del muro -"crece junto lo que
pertenece al mismo tronco”- perseguía el propósito de unir políticamente a dos
naciones que histórica y culturalmente eran una sola.
En la vida políticamente bien
regulada, el arte de unir y el de separar son practicados de modo preferencial
en esos momentos culminantes que son las elecciones. En cada elección, sea
presidencial, parlamentaria o comunal, el pueblo se parte (se separa) y se une.
De ahí que mientras menos sea la cantidad de las partes mayor suele ser la
intensidad de la lucha política.
Si no hubiera elecciones sólo habría
revoluciones. Eso quiere decir que en las democracias las elecciones sustituyen
a las revoluciones. Pero para que las sustituyan deben integrar en sí muchos
elementos propios a las revoluciones. En efecto, a través de las elecciones,
cambiamos políticos e incluso derribamos gobiernos. Y para lograrlo, nos
separamos y nos unimos entre nos-otros en contra de los otros.
Las elecciones son, luego, medios
destinados a canalizar la protesta pública de un modo no violento. La campaña
electoral a su vez, es el medio mediante el cual los candidatos intentan
canalizar a su favor las protesta pública en contra de quienes en el poder
intentan desactivarla. Esa es la razón por la cual desde la oposición la
política es más ofensiva que defensiva y desde el gobierno más defensiva que
ofensiva.
Hay por supuesto momentos en que a
determinados gobiernos democráticamente elegidos no interesa demasiado
desactivar, sino solo reprimir las protestas públicas, sobre todo cuando éstas
no representan la voluntad mayoritaria. Tomemos dos ejemplos recientes: el
aplastamiento violento de las protestas en dos países en vías de
democratización como son Egipto y Turquía.
Tanto el presidente egipcio, Morsi,
como el presidente turco, Erdogan, saben que las movilizaciones laicas y
citadinas no representan a la mayoría del país y que con ellas o sin ellas la
gran votación está asegurada en los campos y en las regiones más remotas de
cada nación. Y como las recientes protestas no cuestionan el poder político,
ambos mandatarios, en lugar de dialogo, ofrecieron palos.
Distinto en las recientes
movilizaciones sociales brasileñas frente a las cuales la presidenta Rousseff
entendió que estaba a punto de perder parte de su capital electoral. Fue esa la
razón por la cual, a diferencia de sus colegas musulmanes, se mostró
conciliadora y abierta, intentando incluso integrar las protestas a la política
de gobierno. Si lo ha conseguido, es otro tema.
Hay por cierto también ejemplos en los
cuales las elecciones transcurren sim trasfondo de protesta pública. Pienso en
Alemania. Allí nadie ha podido encontrar todavía la gran diferencia entre el
programa del candidato socialdemócrata Steinbrück y el de la canciller Merkel.
Bajo esas condiciones las elecciones no pasan de ser un trámite rutinario. Lo
dicho no es -entiéndaseme- ninguna crítica. Después de todo, vivir protestando
no tiene por qué ser una condición antropológica. Hay cosas más importantes en
la vida que la política. Siempre lo he sostenido.
Radicalmente distinto ha sido el caso
de las dos elecciones presidenciales ganadas por Obama en los EEUU. Obama
logró, efectivamente, integrar electoralmente tres protestas muy profundas
frente a las cuales cualquier gobierno republicano habría sucumbido. Primero,
la protesta en contra de las guerras que marcaron la administración Bush,
la que amenazaba revivir los días de las luchas políticas en contra de la
guerra en Vietnam. Segundo, la protesta por la desintegración social en contra
de un estado con débiles competencias sociales (en el campo de la salud, por
ejemplo). Tercero, la protesta étnica de los emigrantes, sobre todo los
"latinos", en contra de la discriminación social y racial.
En cualquier país sin la solidez de la
democracia estadounidense, el entrecruce de esas tres protestas habría bastado
para producir una gran revolución. Por mucho menos los franceses cambiaron el
curso de la historia universal. Convertir las protestas en elecciones y las
elecciones en protestas es, definitivamente, un arte. Y no quepa duda: un arte
–en el buen sentido del término- contra-revolucionario.
Hay, por cierto, protestas que por lo
menos durante un tiempo no son posibles de ser canalizadas electoralmente. Es
el caso de la de los estudiantes chilenos.quienes, para que nadie creyera que
solo los brasileños salen a las calles, volvieron a llenar las calles de
Santiago. En verdad, ya llevan dos años peleando por objetivos que no son
demasiado difíciles de cumplir. Es por eso que Bachelet, siguiendo el ejemplo
de su colega Rousseff, intentará integrar a su campaña electoral y después
a su eventual gobierno, algunos temas planteados por las protestas
estudiantiles. Probablemente ella y su "nueva mayoría" lograrán lo
que no pudo lograr Piñera. Si no integrar a las protestas -hay quienes seguirán
protestando pues identifican a Bachelet como miembro de la clase política
"neoliberal"- por lo menos dividirlas entre quienes votarán por
Bachelet y quienes no votarán, o lo harán por algunos de esos candidatos
exóticos que en Chile suelen abundar. Reforma educacional, reforma del sistema impositivo,
reforma del sistema bi-nominal, cambio o reforma simbólica de la Constitución,
y basta. La tarea histórica del futuro gobierno, cualquiera que sea, ya está
programada gracias entre otros factores, a los estudiantes. Que algunos de
ellos, o sus ideólogos, no persiguen esas pocas reformas sino un cambio en el
sistema solar, es harina de otro costal.
Mucho más complejas y problemáticas
serán las elecciones para alcaldes que tendrán lugar en Venezuela el 8 de
diciembre de 2013. En esas elecciones, al igual que las que ganó Obama, se
cruzarán diversas protestas. Las principales parecen ser las siguientes:
Protesta en contra del alza de precios y la escasez de productos. Protesta en
contra de la corrupción administrativa. Protestas en defensa de las
universidades. Protesta en contra de la violación permanente de libertades
democráticas. Protesta en contra del fraude electoral cometido en las
elecciones presidenciales del 14 de Abril de 2013.
¿Cómo conciliar en simples elecciones
locales destinadas a elegir alcaldes, protestas de tan diversa índole,
incluyendo aquella que pone en duda la legitimidad de las propias elecciones?
Si la oposición logra unirlas, habrá realizado una obra de arte: la de
transformar las elecciones en subversión nacional, pero sin que las elecciones
dejen de ser elecciones.
Parece entonces que estamos frente a
un hecho histórico inédito. Por primera vez en la vida latinoamericana, una
simple y ordinaria elección alcaldicia, transformada en plebiscito por ambos
bandos, será más decisiva para la historia continental que muchas elecciones
presidenciales que han tenido y tendrán lugar en otros países de la región.
Dios, si existe, escribe con letras
torcidas. Al menos así parece al ser humano, ejemplar que, como decía Kant,
está hecho de muy torcida madera.
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