Tulio Hernández 16 de junio
2013
El combate mayor, el que decidirá y
seguramente adelantará el final de la era chavista, no va a ocurrir, como
soñaba aquel, entre los marines que invaden el suelo de la patria lanzándose
desde espectaculares helicópteros y los 2 millones de heroicos obreros armados
con los que dice contar Maduro para la defensa de la soberanía nacional.
Tampoco, como delira intencional y
cínicamente José Vicente Rangel, entre los F-16 que la Fuerza Aérea venezolana
exhibe ruidosamente en cada desfile militar y los veinte o más aviones de
combate con los que se supone cuenta la oposición venezolana en suelo
colombiano, desde donde despegarán conducidos por paramilitares asesinos, bajo
el mando de Uribe y el apoyo de Santos, a derrocar el gobierno ilegítimo del
comandante en jefe Nicolás Maduro.
El combate duro, no se sabe si
ocurrirá solamente en el terreno del debate ideológico o si lleguen a irse a
las manos, será el que se produzca, o para decirlo con mayor precisión, el que
ya ha comenzado, entre las distintas tendencias, frentes y grupos de interés
que pegados con el cemento ideológico de la auctoritas del Jefe Único
habían convivido sin guerras internas de mayores consecuencias en el seno del
proyecto rojo.
La guerra ya comenzó y es inevitable
que así ocurra. No bastarán los llamados a la unidad para salvar la
autodenominada “revolución” de lo que sus conductores llaman “los enemigos”. Y
no bastará porque lo que va quedando claro es que para algunos sectores del
chavismo lo que se venía haciendo hasta ahora estaba bien: condenar el
capitalismo pero sin abandonarlo. Mientras que para otros, los más comunistas
pro cubanos, lo que se venía haciendo hasta ahora eran meros escarceos,
adelantos tácticos, amagos y simulacros, mientras se creaban las condiciones
necesarias para lanzar el ataque final, el asalto al Palacio de Invierno, que
asestará el golpe mortal al “asqueroso” y “humillante” sistema capitalista que
catorce años después de la toma del poder por vía electoral aún campea en
Venezuela.
Esa es la convicción. Basta escuchar
las intervenciones de Mario Silva en una radio llamada Makunaima Kariña; leer
las reflexiones de un predicador rojo llamado Toby Valderrama en la columna El
Maíz, publicada en el Granma local llamado Vea; o los escritos en
Aporrea de autores como Alejandro Romero, para enterarnos de que existe en
Venezuela un grupo, creo que nada despreciable, de activistas que hablan,
escriben y sientan cátedra exactamente con los mismos términos marxistas y las
mismas imágenes ampulosas de los comunistas de los años sesenta antes de la
división.
Es el túnel del tiempo. Escuchan las
canciones de Carlos Puebla, repiten una y otra vez los cantos de La
Internacional, colocan en sus radios roídas y oxidadas alocuciones del Che
Guevara, y sostienen que el comunismo soviético y el chino fracasaron, no
porque son sistemas inviables que matan la vida económica y la iniciativa y las
libertades individuales, sino porque no entendieron bien las lecciones del
marxismo e intentaron utilizar los “medios de producción capitalistas” por lo
que terminaron reproduciendo su “modo de producción” egoísta al servicio del
capital.
Hay dos reclamos básicos que hacen de
combustible fundamental de sus prédicas. El primero, que catorce años después
haya todavía “planos de la vida social” aún no controlados por la revolución.
El segundo, que las reflexiones anticapitalistas del comandante “eterno” no
hayan sido convertidas en acción que conduzca a Venezuela por el único modelo
puro de socialismo actualmente existente que es el cubano.
La reunión de Maduro con Empresas
Polar la viven como una traición. La emisión de bonos y el uso de otros
instrumento financieros, como un anatema. La revolución, el pueblo y Fidel han
sido traicionados y allí están, como prueba, las alocuciones anticapitalistas
del presidente eterno para verificar el camino correcto. La batalla comenzó.
Muchos dólares y mucha ideología en juego. Nadie está a salvo. Se aceptan
apuestas.
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