Miguel Méndez Rodulfo Caracas 21 de junio de 2013
En estos tiempos malhadados por obra y
gracia de un régimen que los venezolanos no nos merecemos, la vida, nuestra
vida es un préstamo que nos hacen los delincuentes con la anuencia del
gobierno. En los tiempos de la democracia la inseguridad era un problema serio,
pero no uno que desbordara la capacidad del Estado y se hiciera un asunto
endémico que afectara severamente a la sociedad como un todo y que ello
repercutiera, además, en el área económica y también en la política. Antes era
una cuestión azarosa ser víctima de la delincuencia, ahora es una cuestión
estadística. Durante los gobiernos democráticos era un albur, pero ahora es un
hecho seguro que un miembro de nuestra familia, o a varios de ellos (pudiendo
ser nosotros mismos) será víctima del hampa con riesgo de perder la vida. Ya no
es una cuestión de hurto, de robo o de atraco, se trata de asesinatos a
mansalva.
Durante la campaña electoral para las
elecciones de 1998, les decía a un grupo de amigos, algunos de los cuales
tenían intención de votar por el militar golpista, que pensaran su voto porque
el sufragio no debía ser movido por una simpatía personal, por un gusto o por
una atracción carismática. Agregaba que el voto tiene unas enormes
repercusiones sobre la vida de cada uno de nosotros, más allá de lo que nos
imaginamos y que en lo que debíamos fijarnos era en sus propuestas de políticas
para solucionar los problemas del país. Terminaba agregando que el deseo de
revancha o el odio, no era el estado más sensato para movernos a votar. Por
supuesto no hubo manera de convencerlos y pasó lo que pasó. Ellos bien pronto
se arrepintieron, pero el daño estaba hecho.
Yo creo que los venezolanos que no nos
plegamos nunca a este régimen hicimos cuanto pudimos para salir de él; algunas
veces erramos, pero lo importante es que no cejamos en el empeño, pero en tanto
que lo intentábamos y fracasábamos, nos fuimos frustrando como es natural, pero
también obtuvimos triunfos que nos reconfortaron y llenaron de esperanzas. En
tanto, como quien va en un tren a alta velocidad conducido por quien sabemos es
un maquinista inexperto, mal formado, temerario, imprudente y arbitrario, alcanzamos
a ver como se comienzan a descarrilar los vagones de adelante, mientras nos
encomendamos a Dios para que el tranvía se detenga antes de que nuestro vagón
se voltee, o que si lo hace, salgamos heridos pero no muertos; así los
venezolanos rogamos al Señor salir de esta pesadilla antes de que la tragedia
nos alcance. De esta manera, viviendo el día a día, damos gracias por estar
vivos, mientras una sombra ominosa se cierne sobre nosotros.
El pasado sábado 15 de junio, en
Margarita, María Teresa, una prima muy querida, esencialmente buena, discreta
como las personas que sólo quieren dejar en la vida una estela de bondad, pero
no una huella protagónica, amable y sencilla como corresponde a un ser humano
sensible y abierto al prójimo, en el último tránsito de su vida fue por
provisiones para agasajar con golosinas a unos niños de su comunidad, pero una
balacera entre bandas cegó cruel e inmerecidamente su vida. Una manera impropia
de morir para quien la paz, la armonía y la concordia fueron valores profundos de
su alma cristiana. Con ella se va un poco de toda su familia y la pena y la
tristeza fueron el signo de nosotros. Mientras afuera un país se desangra,
adentro unos burócratas se muestran indiferentes a la tragedia.
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