Por Beatriz García, 27/06/2013
La situación de las universidades es crítica. A nadie le queda duda y los ciudadanos apoyamos la pronta y justa solución que implica un acuerdo entre las partes que beneficie a todos. Pero como ciudadana, educadora y madre, quiero hacer un llamado de atención: las luchas reivindicativas, que implican mejoras salariales de personal, no deberían hacerse en detrimento de la atención de los beneficiarios.
Ante un paro de actividades educativas, el afectado es y será el estudiante que no está en el aula cuando debería estarlo, que no podrá ingresar a la universidad cuando debió hacerlo, que no aprendió lo que debía aprender porque a su tiempo para aprender le dimos “materia vista”. El tiempo afectado, es el tiempo del estudiante, esto es así, no solo en este conflicto, sino en otras situaciones, como los periodos de elecciones, por ejemplo ¿Quién piensa en el tiempo del estudiante?, ¿quién presiona para que después del tiempo de paro o de días perdidos, ese tiempo se reponga?, ¿cuántos días de clases han perdido este año escolar los estudiantes de todos los niveles? ¿Acaso los educadores van a reponerlo para cumplir con el tiempo del estudiante?, ¿Acaso el Ministerio va a exigir el cumplimiento de ese tiempo? La respuesta es clara, ese tiempo no se repondrá.
Una cosa es
que el estudiante universitario decida no ir a clases y otra muy distinta es
que el educador promueva un paro indefinido, decida no laborar, dejando a un
lado al estudiante a quien se debe. Esto a la larga también afecta la universidad
en paro, pues el estudiante y su familia pensarán en otras opciones donde su
tiempo y futuro no se afecte; antes, si ese estudiante no tenía recursos para
ir a la universidad privada, simplemente no tenía opción, pero hoy la tiene.
Deberíamos pensar
en la pedagogía de la protesta, en las estrategias de protesta.
En este
sentido, me pregunto si la autoflagelación: el dejar de comer, cocerse la boca
o causar daños a terceros, maltratar instalaciones… ¿son caminos adecuados para
encausar el malestar y buscar soluciones? En lo personal, ni como madre, ni
como educadora auparía, promovería o aceptaría que nuestros hijos (y para un
educador un estudiante es como un hijo) laceren su cuerpo. ¿A quiénes o a qué
hacen daño? Al muchacho o muchacha que termina en el hospital por la huelga de
hambre, ¿quién lo llora más?, ¿quién le devolverá su salud? ¿La defensa de
nuestros derechos tiene sentido sobre la base de nuestra autodestrucción?
Todos
tenemos derecho legítimo a protestar, y ante el atropello, todo ciudadano está
obligado a hacerlo, pero sería bueno repensar los términos. Los estudiantes han
sido, son y seguirán siendo admirables por el espíritu de sacrificio y lucha,
pero creo que debemos mantener una ética del cuidado de nosotros mismos y de
los demás. Toda crisis, todo descontento tiene que encausarse con el diálogo,
el gobierno tiene una alta responsabilidad en lograr el diálogo y acuerdo. En
las condiciones políticas que vivimos en Venezuela, las universidades también
deben cuidar no perder de vista su lucha, no caer en el juego de los que
quieren mantener en conflicto el país, a quienes el diálogo no es su opción y
por ende tampoco les importa que otros expongan su “pellejo”.
Soy de la
generación que comenzó a trabajar en Fe y Alegría faltando poco para nacer el
convenio AVEC-Ministerio de Educación, con este convenio se dio inicio a una
historia diferente para los trabajadores de la institución y de numerosos
colegios católicos que nunca tuvieron asegurado su sueldo y que se mantuvieron
en situación, muchas veces de penuria, a causa de los retrasos en los pagos de
sueldos y salarios.
Recuerdo que
mis compañeros contaban cómo, a pesar de su trabajo diario, se encontraban con
que no tenían absolutamente nada en sus despensas (en un país donde no había
desabastecimiento en los supermercados), y en la nevera solo guardaban
botellones de agua porque con las quincenas o los últimos de mes, el pago, por
vía del subsidio que el gobierno otorgaba, simplemente no llegaba. Hablo de
educadores, personal obrero y administrativo que vivieron en absoluta
inseguridad laboral. Por supuesto, esta situación generó malestar,
inconformidad y conflicto en muchas ocasiones. Colegios, familias y
comunidades, se mantuvieron en lucha por conquistar un trato justo por parte
del Estado, por obtener la homologación con respecto a los trabajadores del
sector público, pues no solo era un problema de pago, sino de derechos y
beneficios laborales.
Fe y Alegría
y AVEC lograron el convenido con el Estado y los trabajadores comenzaron a
tener su sueldo a tiempo y homologado, esto último con reservas. Hay algo que
quiero subrayar en esta experiencia: la meta de ese momento se alcanzó sin
daños ni perjuicios a los estudiantes, ni a sus familias, ni a las comunidades
a quienes se debía la labor educativa. Fe y Alegría y otros colegios católicos
estuvieron en las calles, pero no pararon sus clases, no paralizaron su
trabajo; mucho menos de manera indefinida, esto era simplemente impensable. Hoy
se siguen presentando dificultades relacionadas con la situación laboral, por
retrasos en la firma del convenio y el no cumplimiento a tiempo de los
compromisos, pero dejar a los estudiantes sin clases como medida de presión
para obtener soluciones, no ha sido y no es una opción.
Hago la
referencia a Fe y Alegría y AVEC solo con el ánimo de ver la experiencia vivida
por otras organizaciones que también han pasado (y pasan) situaciones de
conflicto, con problemáticas salariales y de desatención, tan dramáticas como
las que hoy vive la universidad. Creo en la lucha reivindicativa, en la
protesta de los educadores y de los estudiantes, pero creo también que podemos
hacerlo sin afectar al lado más indefenso y vulnerable: los estudiantes. Ellos
son jardín de nuestra alegría, y un jardín se protege, se cuida.
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