Por Jesús Alexis González, 29/06/2013
Es clara
la estrecha relación que existe entre el tipo de cambio, el índice de inflación
y la productividad. En la actual política cambiaria venezolana subyace una estrategia de control inflacionario donde
se hace uso de la sobrevaluación-anclando
el tipo de cambio- ; lo cual se ha
traducido en un comportamiento económico signado por la inflación y la devaluación. El tipo de cambio, tanto el nominal (precio de la moneda extranjera
en término de la moneda nacional) como el real
(precio de los bienes extranjeros expresados en moneda nacional),
escenifica la competitividad y las
relaciones del país con el resto del mundo, a la par de condicionar su
crecimiento económico. Los diferenciales
de inflaciones entre países (en 2012 Venezuela entre 221 países se ubicó en
el tercero con mayor inflación sólo superando a Etiopía y Bielorrusia) impide
la existencia de una paridad nominal
fija, lo cual abre espacio a la sobrevaluación habida cuenta que el aumento
de los precios internos es superior a la depreciación de la moneda, propiciando
un nuevo tipo de cambio desequilibrado
donde la moneda nacional adquiere un valor
mayor al real, hecho que impulsa al Gobierno a restringir las importaciones mediante un cuantitativo otorgamiento de divisas-caso
venezolano con control de cambio desde 2003- y aplicación de regulaciones
diversas; facilitando la permanencia de la sobrevaluación generando beneficios
al propio Gobierno y a grupos particulares influyentes en razón de desplazar la materia de importaciones del
campo económico al político. En el mercado internacional la sobrevaluación
se traduce en un abaratamiento de los productos extranjeros y en una
desocupación de las empresas venezolanas con
cultura exportadora, con efectos colaterales tales como: (1) disminución de la rentabilidad y
competitividad de nuestras exportaciones no petroleras, y contracción en el
deseo importador de otros países; (2) estimula
las importaciones domésticas desestimulando la producción nacional y la
diversificación necesaria para el desarrollo aspirado; (3) estimula la demanda de divisas- al ser más baratas- con el
consecuente efecto sobre las reservas
internacionales- y el respaldo de nuestra moneda-; (4) induce la necesidad
de un creciente endeudamiento externo;
(5) el crecimiento de las importaciones no
repercute en alto grado sobre la disminución de la inflación; (6) propicia
la politización del proceso económico
en “complicidad consciente” con el Gobierno en aras de favorecer su rol de Estado empresario importador; (7) favorece
a las empresas nacionales ineficientes al
convertirlas en “experimentadas”
importadoras; y (8) impulsa la desocupación
de los factores productivos nacionales.
En fin,
la disponibilidad futura de divisas se hará factible en la medida que exista un
mercado paralelo legal-despenalizado (y
un Banco Central no condicionado por presiones políticas) que funcione como
mecanismo de ajuste del tipo de cambio. Otorgar divisas, aún de forma espasmódica en 2013, se hace obligante y necesario pero su
viabilidad en el tiempo dependerá del
control de la inflación o en caso contrario los años por venir serán de inquietud permanente, en
correspondencia con la sobrevaluación y la “Misión
dólares” que han estimulado la politización
del hecho económico al amparo de las exportaciones petroleras que no han
evitado la presencia de un escenario de
total incertidumbre bien por el encarecimiento o por la limitación de
divisas, elemento básico de la actividad económica.
En
reflexión final, asumimos que el férreo control actual en el manejo de las
divisas por parte del Gobierno, no debe
“observarse” con la indiferencia que al momento muestran los actores de la
actividad económica.
Econ. Jesús Alexis González
@jagp611
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico