Fernando
Mires 25 de junio de 2013
¿En qué se parecen Estambul y Río?
Aparentemente en nada. Pero si pensamos un momento, en mucho. En nada, porque
Estambul es la sede de una cultura islámica cuyo partido gobernante es
confesional. Ciudad que alberga a dos culturas aparentemente antagónicas, una
pre-moderna, marcada por la religión y otra post-moderna, marcada por el
influjo cercano de Occidente. Río, en cambio, es libertino, tropical,
insolente, bullanguero, futbolero, carnavalero, pendenciero, peligroso y
erótico. ¿Y por qué entonces cada vez que miro en la televisión a esos jóvenes
que llenan las calles y plazas no sé de pronto distinguir cual ciudad es una y
cual la otra? La razón es evidente: los jóvenes peleando en contra de la
policía son iguales en todas partes. No hay nada más homogéneo que la juventud
en estado de rebelión. Ahí se les ve siempre, indignados, con sus pancartas
ingeniosas, sus jeans y sus móviles (celulares), en pleno goce infantil
apedreando y arrancando de los camiones lanza-gases. Sí; Estambul y Río se
parecen cada día más entre sí.
Ambas son, por de pronto, ciudades de
dos naciones que habiendo sido agrarias han experimentado un fabuloso
desarrollo demográfico y económico, pasando de la sociedad industrial a la
sociedad digital a un ritmo más que vertiginoso. Ambas, por lo mismo, rigen
como "modelos" de desarrollo para los expertos occidentales. Una,
para la pobre Latinoamérica; la otra, para la aún más pobre región islámica. Y
no por último, tanto en Brasil como en Turquía han tenido lugar procesos de
democratización post-dictatorial a través de elecciones libres, limpias y
secretas.
¿Por qué no hubo ni en la Turquía
militar ni en el Brasil militar demostraciones semejantes? La respuesta es
simple, estimado Watson: la gente no es tonta. La gente protesta no sólo cuando
debe sino cuando puede. Porque casi nadie sale a la calle cuando existe la
posibilidad de ser atravesado por alguna bala. Por supuesto, la protesta
democrática encierra peligros. Pero también requiere de ciertas seguridades.
Razón que explica por qué casi siempre las grandes protestas sociales nunca
tienen lugar en contra de fuertes dictaduras sino cuando esas dictaduras ya se
han vuelto débiles. O en democracia.
De modo que hay una paradoja: las
democracias son más afectas a protestas populares que las no-democracias. Y, lo
más importante, las protestas populares en naciones democráticas no se dirigen
en contra de la democracia. Por el contrario, sus actores exigen más
democracia, más participación, o simplemente, ser más tomados en cuenta por los
respectivos gobiernos.
En Turquía por ejemplo, la rebelión
cuyo inocente detonante fue un motivo ecológico (el parque Gezi) se transformó
en una protesta que exige la ampliación de las libertades públicas, una
separación más radical entre laicismo y religión, más derechos para las
mujeres, es decir, una plegaria colectiva para llevar a la nación a un nivel
europeo más allá de la bruta economía. En Brasil, en cambio, la rebelión cuyo
detonante fue aún más inocente (el aumento de los pasajes de la locomoción
colectiva), se manifiesta en contra del exceso de corrupción, en contra de los gastos
faraónicos del Estado, por más justicia social, e incluso por más “respeto”. La
semejanza, por lo tanto, es algo sutil.
Tanto en Estambul como en Río tienen
lugar protestas que expresan un cierto malestar en la democracia pero no con, y
mucho menos, en contra de la democracia. Dichas rebeliones pueden llevar en algunas ocasiones a
un cambio de gobierno, pero nunca a un cambio de sistema político. Contra la
democracia solo luchan fascistas y comunistas. Y ni los jóvenes turcos ni los
brasileños lo son.
El "malestar en la
democracia", como se puede observar, es un término deducido del clásico de
Freud, "El Malestar en la Cultura", libro en el cual el genio
psicoanalítico quería revelar como vivir en cultura implica limitar pulsiones que
sólo pueden ser liberadas en la vida salvaje (o en la primera infancia). Ahora,
del mismo modo que la cultura, la democracia es limitante y en algunos casos
restrictiva. La política, cuya forma pre-democrática está signada por la
violencia, ha de ser sometida al interior de una democracia a límites, y el
juego político regulado por instituciones. Eso quiere decir que del mismo modo
como los neuróticos y los sicóticos protestan a su modo en contra de la cultura
establecida, las multitudes en las calles lo hacen cuando las instituciones más
que liberarlos los coartan o cuando los gobiernos sólo se representan a sí
mismos.
Naturalmente, el malestar en la
democracia tiene en Turquía un carácter más cultural que social mientras en
Brasil tiene un carácter más social que cultural. Pero aparte del orden de los
factores, lo que tiene lugar en ambos países es la expresión de -reitero- un
profundo malestar en, pero no en contra de la
democracia.
Alguna vez tendremos que coincidir en
que los conflictos callejeros, sean culturales o sociales, son constitutivos a
todo orden democrático. Una nación sin conflictos, o padece bajo dominación
dictatorial o expresa la más profunda desintegración social y política. En
cierto modo los observadores internacionales deberían alegrarse en vez de alarmarse
frente a las manifestaciones que hoy tienen lugar en Estambul y Turquía.
El fenómeno no es nuevo. ¿Se acuerdan
ustedes de los violentos estallidos sociales y raciales en la ciudad de Los
Ángeles, hace justo veinte años? ¿Se acuerdan de las cruentos estampidos
sociales y raciales en los barrios de París, el 2007? ¿Se acuerdan de las
sangrientas rebeliones de las turbas inglesas de Tottenham, el 2012? Incluso el
gobierno alemán, que ya ha encontrado un motivo para vetar el ingreso de
Turquía en la EU, no se acuerda que sólo hace tres años, autos y locales
comerciales de Berlín eran destruidos todos los primeros de mayo por hordas
juveniles mientras el barrio turco de Kreuzberg era sitiado por policías
militarizados. ¿Y ya nadie se acuerda de los estudiantes chilenos del 2011,
cuando en medio de la tan pregonada prosperidad económica se apoderaron, y no
siempre de modo pacífico, de las grises calles de Santiago? Evidentemente,
tanto políticos como analistas padecen de mala memoria.
Estambul y Río hoy. Mañana serán otras
las grandes ciudades. El deseo, en todo caso, será el mismo. El deseo de ser
más de lo que se es frente al poder, toma de pronto forma pública, alertándonos
a todos de que la historia no se acaba en la post-modernidad, de que la armonía
viene del conflicto, de que el orden viene del caos y de que la democracia
viene de la barbarie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico