Hay que asegurar el flujo de
imaginación y valentía en el seno de los partidos
El pasado martes 29 de mayo, este
diario publicó un manifiesto firmado por más de 100 intelectuales españoles en
donde se proponen siete medidas para regenerar a los partidos políticos
españoles. El manifiesto está lleno de buenas intenciones, y es difícil no
estar a favor de muchas de las propuestas que plantea. Sin embargo, quiero
argumentar en estas líneas que su establecimiento me parecería un profundo
error político. Primero, porque no tiene sentido regular cómo deben funcionar
los partidos políticos en la forma en la que lo hace la propuesta. Y, segundo,
porque no ataca el problema de fondo, que es que necesitamos nuevos políticos.
Empiezo por el primer aspecto antes
señalado. El primer punto del manifiesto obligaría a los partidos políticos a
celebrar congresos cada dos años y, en todo caso, a fecha fija. ¿Por qué va a
tener que establecer una ley cuándo deben celebrarse los congresos de los
partidos políticos? Lo mismo ocurre con la propuesta, que seguro que a mucha
gente le parecerá atractiva, de extender las primarias para la elección de los
cargos representativos de los partidos políticos, o con la propuesta de
establecer comisiones independientes de control de los fondos que emplean los
partidos. Pero, ¿a santo de qué puede una ley obligar a que los partidos
políticos establezcan todas estas medidas, por muy razonables que parezcan? No
tiene ningún sentido hacerlo. Al revés, son los partidos políticos los que
deben plantearse cómo quieren presentarse ante la sociedad. Unos lo harán
adoptando todas y cada una de las propuestas que plantean los 100 firmantes, e
incluso muchas más; pero otros no. Y luego serán los electores los que decidan
qué partidos les parecen mejor para gobernar.
Al tomar esa decisión, puede ser que
algunos electores premien a los partidos más democráticos, pero puede que otros
no, que lo que les interese sea que los partidos políticos sean eficaces,
independientemente de su democracia interna. ¿Por qué no dejar que sean los
electores los que decidan? ¿Por qué no hacer que sean los propios partidos
políticos los que vayan corrigiendo el tiro en función de cómo interpreten los premios
o castigos que los electores les vayan infligiendo en función, entre otras
cosas, de las decisiones internas que aquellos vayan tomando? La competencia
interpartidista en esta materia puede ser una bendición. Y, al contrario,
regularlo todo puede hacer pensar a los partidos políticos que no hay que ir
más allá de lo que la propia regulación establece.
Por ejemplo, a mí me parece que falta
una octava propuesta en el manifiesto, que es la de establecer una limitación
de mandatos. Si regulamos todo lo anterior, los partidos políticos —sobre todo
los más grandes, a los que la propuesta va especialmente dirigida— pueden
entender que ya han cumplido, con lo que la propia regulación, paradójicamente,
podría suponer un freno a la formulación de nuevas propuestas.
Pero la cuestión más importante es que
ninguna de las propuestas que establece el manifiesto de los 100 ataca el
problema de fondo que tiene planteada nuestra democracia, y es el de sus
políticos. La democracia española necesita de nuevas instituciones, seguro;
pero sobre todo está muy necesitada de nuevos políticos, de nueva savia bruta.
El argumento tiene que ver con lo sumamente conservadores que se han vuelto los
políticos. Tanto a los de derecha como a los de izquierda, sobre todo a los de
los partidos mayoritarios, les cuesta mucho no ya tener ideas propias, sino
incluso asumir nuevas ideas que hayan tenido otras personas. En el mejor de los
casos, pueden asumirlas, pero les cuesta mucho también llevarlas a la práctica.
El problema no es por tanto el de
falta de ideas: al revés, en la comunidad académica, intelectual, científica y
de expertos, hay incluso un tremendo superávit de ideas. Cuesta mucho discernir
cuáles son buenas y cuáles no lo son tanto. Pero una vez que se produce el
debate intelectual sobre la cuestión, y se depura toda esa oferta de ideas que
existe, lo que falla estrepitosamente es que los políticos las acojan y luego
las lleven a la práctica. Ese es el problema fundamental: existe un corte entre
la oferta de ideas y la asunción e implementación de las mismas por parte de
los políticos. Y sin nuevas ideas nada cambiará: el país, Europa, el mundo,
seguirán como hasta ahora. Un ejemplo: la idea del impuesto sobre las
transacciones financieras. Han tenido que pasar más de 20 años, y una tremenda
recesión mundial, para que los políticos hayan empezado a plantearse y por fin
acoger una idea que es, simplemente, de sentido común. Y veremos cuál es el
destino final de esta fundamental propuesta.
Nuestra democracia está pues muy
necesitada de nuevos políticos. Nuevos políticos, no ya viejos o jóvenes, sino
políticos que no tengan pasado, serán por definición mucho más atrevidos, más
valientes, con menos aversión al riesgo, a la hora de intentar inventarse
nuevas ideas, acoger las buenas ideas de los demás que están ya circulando, y
aplicarlas. ¿Por qué razón? Porque los nuevos políticos no están atrapados por
la tupida red de intereses que hace completamente imposible que los antiguos
políticos sean mucho más arriesgados. Por tanto, yo reduciría las propuestas
del manifiesto de los 100 a una sola propuesta, que no tiene que ver además con
la democracia interna de los partidos, sino con cómo deberíamos entender la
democracia en nuestro país. Y esa propuesta es la de la limitación de mandatos.
Ningún alcalde, diputado provincial, parlamentario autonómico, senador o
diputado nacional podría estar más de dos mandatos seguidos ocupando un cargo
público. No es ideal: pero al menos esta propuesta aseguraría que cada cierto
tiempo, un nuevo flujo de imaginación y valentía entraría en nuestro sistema
político.
Antonio Estella es profesor de Derecho,
Universidad Carlos III de Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico