Américo Martín el Jun 14th, 2013
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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I
A algunos sexagenarios les parecerá
fascinante presenciar en el seno del PSUV -¡de nuevo, Señor!- la reproducción
de feroces batallas de la prehistoria. Son líneas argumentales que lejos de
confluir hacia un punto del infinito, más bien se abren como las dos hojas de
una tijera. Es cosa de verlas hervir otra vez en las entrañas de la izquierda
fundamentalista de nuestros días, con una particularidad demasiado importante
para tomarla en cuenta: esos grupos enfrentados con puñales en la boca, están
en el poder y no tienen el menor deseo de abandonarlo, así el costo que pague
el país sea inaceptable. Sus rayos y centellas sacuden por eso a toda la
sociedad. Nadie ya en Venezuela y el mundo pone en duda la peligrosa crisis que
nos agobia.
Digo sexagenarios, pero igualmente
pude referirme a septuagenarios y octogenarios, porque no pocos de ellos
estuvieron envueltos en algún momento del pasado en encendidas luchas internas
salpicadas de soeces descalificaciones cuyo parecido con las que plagan hoy la
atmosfera de la era chavista, es sorprendente.
Esos duros intercambios arrancaron
bajo el mandato del caudillo fallecido, pero debido a su amenazante manera de
imponerse y silenciar, no habían tenido la posibilidad de entrar con fuerza en
el debate abierto, como lo están haciendo bajo el débil, poroso y precariamente
impactante gobierno de sus sucesores. La incapacidad de aprender y hasta de
conocer la experiencia y fracasos de sus antecesores, le imprimen un patetismo
extremo a sus exigencias polémicas.
No hay manera de que semejantes
refriegas terminen bien. Nunca han llegado a destino distinto a la división
incesante, los odios irremediables, la atomización y la ruptura. Sus
argumentos, de inocente seriedad e ilusoria vocación de permanencia,
desaparecerán en la nada desconectados como están de la realidad. La historia,
que ellos desconocen, ha sido implacable
II
Interpretando a su manera una
ingeniosa explicación de Claude Lanzmann sobre las continuas divisiones de la
izquierda, la inteligente Simone de Beauvoir emitió un juicio de causas. Eso se
debe –escribió- a que mientras la derecha se limita a administrar el mundo y
por tanto en el mejor de los casos a reformarlo, la izquierda se propone
destruirlo para crear refundarlo. Y, claro, en el entrecruzamiento de utopías,
las diferencias serían profundas.
Muy bien, admirada señora, es un
mensaje consolador, pero los años pasan, las divisiones se profundizan, los
idiomas de los constructores de la Babel revolucionaria se siguen confundiendo
y los islotes del archipiélago se odian siempre más.
El control casi absoluto del poder
ayudará, tal vez, a prevenir cismas. Los recursos son abundantes y el miedo a
perder privilegios si regresara la anomia que dejaron atrás, puede domesticar
impaciencias, serenar espíritus y descubrir ángulos más permisivos en el choque
de los dogmas enfrentados. Pero el agua de la olla sigue hirviendo y la presión
continúa derribando obstáculos.
A la vista está la compleja crisis de
identidad en el bloque gobernante. A la vista también la ausencia de piloto con
la aeronave en pleno vuelo. Maduro y Diosdado no tienen la formación ni la
presencia de ánimo para enfrentar y derrotar las librescas razones opuestas por
los revolucionarios críticos. Sólo pueden negociar, correr arrugas de una tela
que llegó a su fin. En ausencia del caudillo, el pavoroso vacío en la cumbre
impide aplicar medidas salvadoras o cuando menos amortiguadoras. El gobierno
sabe ya que va por un tortuoso camino hacia el abismo, vislumbra la
conveniencia de abrir la economía como intenta en forma incierta Raúl Castro.
Pero el presidente del Consejo de Estado cubano cuenta con un liderazgo mejor
preparado, y por eso Maduro y Diosdado no tienen fuerza interna para contener
el fuego sistemático de los doctrinarios del fundamentalismo, ni para
consolidar una alianza entre ellos dos.
III
La situación parece extremadamente
peligrosa. El deterioro abismante de la economía con su elenco de diabólicas
consecuencias sociales tiene una dinámica expansiva, incontenible. El poder
parece un carro sin frenos.
El caso es que no hay serenidad en la
dirección oficialista. Es como si todos hubieran perdido la cabeza. En lugar
de seguir cuando menos el muy tímido e incierto camino reformista de
Cuba, no se atreven a llevar muy lejos lo que la realidad les impone, y cuando
hacen algo lógico, positivo, lo condicionan y desaprovechan multiplicando las
amenazas contra la oposición e incluso contra aquellos sectores empresariales
en los que quisieran apoyarse, así sea por el momento.
Por supuesto, mientras más retrocede
la popularidad del gobierno, la de Maduro y la del PSUV, algunos descabezados
recrudecen las acusaciones infantiles contra sus adversarios de la disidencia.
Escuchar a José Vicente denunciando con fingida alarma la compra de 18 aviones
de combate para atacar al gobierno de Maduro, nos habla de una cierta
degradación demencial que era carne ya en el gobierno con su cárcel inoculado,
los magnicidios a tres por locha, los golpes y saboteadores eléctricos. Hablan
para hoy, no para mañana. No tienen ni pueden tener pruebas de nada, pero necesitan
indisponer radicalmente a sus seguidores contra la oposición, no sea que
terminen aceptando sus sensatas propuestas frente a esta crisis que le mueve el
piso al gobierno pero también a todos los venezolanos, sin preguntarles cuál
sea su forma de pensar.
Los 18 aviones de Rangel son una
metáfora del estado de salud del régimen. Si dirigentes fundamentales son tan
irracionalmente hiperbólicos sin que les tiren piedras y cuchufletas, puede uno
imaginar cómo será el zarandeado porvenir de nuestro país.
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