Sao Paulo, 23 junio 2013 Por
CARLOS MALAMUD
La nueva oleada de gobiernos y
caudillos populistas latinoamericanos ha sido recibida por muchos actores
políticos como la gran transformación que no sólo aportaba una gran bocanada de
aire fresco sino también abría la puerta a la revolución y la liberación
nacional en sus respectivos países. En esta ecuación la figura del caudillo es
central, ya que su labor se convierte en la llave maestra capaz de desbloquear
candados y cancelas, conduciendo a buen puerto la atribulada nave de la
soberanía nacional.
Es obvio que no se trata de un
fenómeno propio de América Latina, al ser observable en otros populismos
europeos. En Italia, Beppe
Grillo se ha convertido en el gran articulador del movimiento Cinco
Estrellas, pero su manejo arbitrario y discrecional del conglomerado político
por él creado se está convirtiendo en la principal arma en su contra. Nadie
puede ser capaz de discutir la inefabilidad del líder supremo, caso contrario
es expulsado del redil, como ha ocurrido con la senadora genovesa Adele
Gambaro.
En los países bolivarianos las
críticas de momento no van tan lejos y suelen centrarse en el entorno del
líder. Esto ha ocurrido con Rebeca Delgado, la ex presidente del
Congreso boliviano en representación del gobernante MAS. Sus críticas
contra el vicepresidente Álvaro García Linera y el ministro de Gobierno Carlos
Romero la han marginado del privilegiado círculo del poder. Su
oposición a la ley de Extinción de Dominio de Bienes a favor del Estado, en
noviembre de 2012, le costó muy caro, a tal punto que finalmente perdió su
puesto. En una entrevista reciente señaló que siente que: “el Mandatario [Evo Morales]recibe insuficiente
información y por eso los conflictos crecen, y eso daña al proceso de cambio y
a la misma imagen del Presidente. Entonces, esa cúpula (que lo rodea) es la
inorgánica, no nosotros, ellos (los de la cúpula) están dando mala información”.
Pese a ello no piensa abandonar el
MAS. Delgado cree en la bondad y en los méritos casi absolutos de Morales
y que es su liderazgo el que permite, al igual que el de Beppe
Grillo, ganar elecciones y que si el proceso revolucionario puede desviarse
no se debe a su responsabilidad sino a la de la cúpula que lo rodea. Es ese
círculo nefasto el encargado de no suministrarle la información necesaria y
utilizar el proceso en su propio beneficio.
De alguna manera el hecho recuerda la
teoría surrealista desarrollada por las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y
los Montoneros para explicar la deriva reaccionaria del general Juan
Perón contra las posturas y las políticas de la llamada Tendencia
Revolucionaria. Para exculpar a Perón los “muchachos” se
convencieron de que una cúpula orquestada por José López Rega había
aislado a su líder y que por eso era necesario “romper el cerco”. Cualquier
cosa con tal de justificar el rumbo incorrecto que tomaba la revolución en
marcha a la vez que se disculpaba la responsabilidad del conductor.
La muerte de Hugo Chávez nos muestra otra
cara de la misma moneda. El excesivo protagonismo del presidente
venezolano eclipsó por completo cualquier posibilidad de emergencia de un
liderazgo alternativo. El panorama actual es desolador, como evidencia la
gestión del tándem gobernanteNicolás Maduro y Diosdado Cabello.
La misma orfandad se observa en Argentina y Ecuador. En caso de no ser
posible una próxima reelección la gran duda es la identidad de quién sucederá
al líder máximo y completará la revolución por él (o ella) iniciada. Nicaragua
es un caso especial, ya que si Daniel Ortega no pueda concurrir a
una nueva elección será su mujer, Rosario Murillo, la quien con toda
posibilidad opte a sucederle.
Frente al dilema introducido por el
relato populista entre democracia participativa versus democracia
representativa encontramos que el vacío crece detrás de la figura omnipotente y
omnipresente del caudillo. La organización política de los sectores populares
es bastante limitada, más allá de la capacidad de movilización del líder. Esto
ha ocurrido con el PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela). Frente al
carácter engañoso de figuras como la del referéndum revocatorio, que también
descansan en la mencionada capacidad de movilización del caudillo, en ninguno
de estos países hay nada parecido a los mecanismos existentes en Uruguay para
que el pueblo pueda refrendar o revocar las leyes aprobadas por el Parlamento,
como está ocurriendo con la del aborto.
El diálogo directo entre las masas y
el caudillo populista moviliza a las primeras detrás de la figura del segundo.
Pero sólo van en esa única dirección mientras el líder juega su rol protagónico.
Sin caudillo no hay movilización popular porque no hay organización, no hay
política ni liderazgos alternativos. ¿Qué será de la revolución bolivariana, de
la revolución ciudadana, de la revolución multiétnica o del proceso
kirchnerista una vez que sus principales líderes hagan mutis por el foro? Ése
es el principal drama de los actuales populismos latinoamericanos por más que
el discurso de Ernesto Laclau diga todo lo contrario.
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