Revista Semana 15 junio 2013
La
paranoia chavista está en escalada. De veneno pasa a aviones de guerra y a
magnicidio. ¿Cortina de humo o delirio de persecución?
En materia de gobiernos y de mentiras
hay dos escuelas. En primer lugar, la de Fidel Castro, cuya regla de oro es que
el Estado no puede mentir nunca, pero no tiene la obligación de decir siempre
toda la verdad.
La segunda es la de Hitler, consignada
en su libro Mi Lucha, quien afirmaba que el Estado tiene que mentir como
instrumento de gobierno, pero que las mentiras tienen que ser enormes para que
el pueblo piense que a nadie se le ocurriría inventar algo tan absurdo.
Su frase textual es: “Las grandes
masas sucumben más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña”. Todo
indica que el presidente de Venezuela,
Nicolás Maduro, pertenece a esta última escuela. Porque no de otra manera se
entiende la serie de acusaciones absurdas que su gobierno ha venido lanzando.
Las cosas que se han escuchado desde la visita del candidato derrotado Henrique
Capriles al presidente Santos dejan boquiabierto a cualquiera. Y lo más
increíble es que cada barbaridad logra el milagro de superar la anterior.
Todo comenzó inmediatamente después de
la visita de Capriles. En ese momento Diosdado Cabello, presidente de la
Asamblea venezolana, dijo que “en el caso de Capriles el gobierno colombiano
está atendiendo a un fascista asesino”. Como el anticolombianismo es una
bandera política en Venezuela, Maduro enfrentaba al dilema de qué hacer.
Si le dejaba esa bandera a Cabello, quien es su rival por el poder en ese país,
perdía puntos ante su electorado. La única solución era ser más agresivo.
El problema es que el presidente
Santos lo había llamado telefónicamente para informarle de su encuentro con
Capriles. No se sabe exactamente cuáles fueron los términos de la conversación
ni la respuesta del presidente venezolano. Lo que es totalmente claro es que si
hubiera sido una negativa total o una respuesta agresiva, Santos no lo habría
recibido.
En todo caso, a pesar de estar
advertido, Maduro arremetió contra Santos. Le tocó reaccionar como si la
reunión fuera una sorpresa y de ahí salieron las declaraciones explosivas:
“Dudo de la sinceridad del presidente Santos cuando le mete una puñalada a
Venezuela por la espalda… He perdido la confianza en el presidente Santos” y la
acusación delirante de que “a Colombia llegó un equipo desde Miami con un
veneno y están preparados para venir a Venezuela a inocularme el veneno a mí”.
Aclaró que no se trataba de un veneno que lo mataría de una vez, sino
lentamente y con mucho dolor.
Parecía difícil encontrar una
acusación más absurda, pero el ex vicepresidente y exministro de Defensa, José
Vicente Rangel, lo logró. Denunció en su programa televisivo que la oposición
venezolana en Miami estaba comprando 18 aviones caza bombarderos para atacar a
Venezuela desde una base militar estadounidense en Colombia.
Por lo general, lo que Rangel denomina
los “venezolanos de la oposición” son unos señoritos de sociedad que viven en Key
Biscayne, que definitivamente detestaban a Chávez y ahora detestan a Maduro,
pero que de adquisición de aviones militares deben saber poco.
Según Rangel, los 18 aviones fueron
negociados en la ciudad de San Antonio, Texas, y la base militar colombiana de
donde irían a salir para atacar a Venezuela está “ubicada en las siguientes
coordenadas: P 11 grados, 25 minutos 31 segundos. M 72 grados, 7 minutos, 46
segundos”. Como bases militares de Estados Unidos en Colombia no hay, no se
entiende muy bien cuál es el lugar al que corresponderían esas coordenadas, que
sería desde donde despegarían los aviones para bombardear a la dirigencia
venezolana.
Días después, Maduro aclaró que los
conspiradores no eran solo los opositores de Miami. Señaló que estaban
involucrados venezolanos acaudalados que viven en Bogotá y que en el pasado
fueron empleados de Pdvsa, la empresa petrolera de ese país. Estas declaraciones
se han entendido como una referencia a los socios y directivos de la empresa
Pacific Rubiales, ya que algunos de ellos trabajaron en Pdvsa.
Hoy día, esos magnates se han
convertido en apreciados miembros de la sociedad colombiana, y aunque definitivamente
sí son acaudalados, no parecen los conspiradores que Maduro describe. “Ellos no
volverán y tenemos que garantizar con nuestro trabajo que la burguesía
apátrida, la derecha fascista, no vuelva más nunca porque ellos sueñan que les
llegó la hora de volver”, dijo el presidente venezolano al respecto.
En un lenguaje igual de explosivo,
Maduro se refirió al controvertido asesor de comunicaciones venezolano J. J.
Rendón. Según el primer mandatario, los enemigos del chavismo “desde Bogotá le
pagan el sueldo al bandido de cuatro suelas, enemigo público de la patria, J.
J. Rendón, para que haga la guerra sucia contra Venezuela”. Para Maduro, el
estratega estaría a la cabeza de una conspiración para derrocar a su gobierno.
J. J. Rendón efectivamente sí tiene una mente conspiradora, pero solo en
materia de comunicaciones y de campañas de publicidad, no de compra de
armamentos y magnicidios.
Otro gran conspirador, según Maduro,
sería Pedro Carmona. Como se recordará, él fue a quien los golpistas en 2002 escogieron
como presidente para reemplazar a Hugo Chávez en el fracasado golpe de Estado
de ese año.
En el fondo, él no era más que un
símbolo de la sociedad civil por ser el presidente de Fedecámaras, uno de los
gremios más prominentes de Venezuela. Es como si, en Colombia, los militares
dan un golpe de Estado y deciden poner como presidente transitorio una figura
del establecimiento, como el presidente de la Andi o de Fenalco. Hoy, Carmona
vive exiliado en Bogotá y es un inofensivo profesor de la Universidad Sergio
Arboleda que, como dirían las señoras, no mata una mosca.
El último incidente es el anuncio del
ministro del Interior, Miguel Rodríguez Torres, de la captura de presuntos
sicarios colombianos vinculados a la banda de los Rastrojos que, según él,
tenían un plan para asesinar a Maduro. Como sucedió con un grupo de supuestos
paramilitares colombianos en 2004, los tuvieron tres años en la cárcel y los
liberaron sin mayor explicación.
Mientras se define quiénes son estos
últimos, lo que ya queda claro es que el verdadero ‘malo’ para Maduro y el
verdadero cerebro del intento de asesinarlo es el expresidente Álvaro Uribe.
Desde la campaña presidencial, Maduro recurre a él cuando quiere ponerle nombre
propio al magnicida.
“Uribe está detrás de un plan para
asesinarme. Uribe es un asesino, yo ya tengo elementos suficientes de que él
está conspirando”, dijo hace poco tiempo. Y el canciller, Elías Jaua, dijo que
en un próximo encuentro entre Santos y Maduro, que tendrá lugar en los próximos
días, Venezuela le presentaría al presidente colombiano todas las pruebas de la
conspiración asesina, incluyendo supuestamente el veneno y la compra de
aviones. Habrá qué ver.
Lo increíble de todo esto es que los
chavistas fanáticos creen todas esas versiones. Como dijo Goebbels, el gran
propagandista de Hitler: “Si una mentira se repite lo suficiente, acaba por
convertirse en verdad”. Eso hace en cierta forma comprensible que los que oyen
esos cuentos una y otra vez les den algún crédito. El gran interrogante, sin
embargo, es: ¿será que Maduro y todos sus voceros se lo creen también?
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