Miguel Méndez Rodulfo Caracas
14 de junio de 2013
Corría
el año 1974 y un recién electo alcalde de una ciudad intermedia de un país
suramericano, se proponía convertir la más importante arteria comercial de la
ciudad en un boulevard, donde los peatones reinaran y los automóviles tendrían
el paso vedado. La idea tropezó con una gran resistencia de los comerciantes,
de los dueños de vehículos, de los residentes de la zona y en general de la colectividad.
Se argumentaron en contra desde razones económicas como que las ventas
descenderían dramáticamente, sería más difícil la descarga de mercancía, la
gente no accedería con facilidad a los negocios, etc. Los dueños de vehículos
que estacionaban en la calle, tenían razones de sobra para oponerse, sobre todo
en una ciudad que no ofrecía la opción de un buen servicio de transporte
público. Semejantes razones argumentaban los residentes y la colectividad en
general, se oponía por no poseer una referencia que les hiciera pensar que
podía haber algo mejor que lo que existía.
Nuestro
alcalde, terco como corresponde a una persona que va tras un sueño, ideó un
plan ingenioso. Esperó hasta las 4 de la tarde de un viernes, después que
habían cerrado las oficinas públicas y sobre todo los tribunales, para soltar
sobre la calle un ejército de obreros que con picos, palas, martillos
hidráulicos y miles de matas. Entonces procedió a modificar las aceras, creó
una isla peatonal en el medio y colocó plantas pequeñas en macetas y sembró
otras más grandes de manera frenética desde esa hora hasta las 6 am del día
lunes. En ese lapso los comerciantes y transeúntes observaron con estupor como
cambiaba el paisaje urbano, pero mientras los primeros criticaban, los segundos
se sentían complacidos. Lo cierto es que al iniciarse la jornada laboral el
primer día de la semana, mucha gente acudió a ver los cambios efectuados y
aprovechó para comprar, haciéndolo en mayor medida que lo correspondiente a
otro lunes anterior. De inmediato el alcalde Jaime Lerner, de Curitiba, Brasil,
implementó una serie de actividades para los niños y otras más de tipo cultural
(tuvo que reponer por un tiempo las matas que la gente se llevaba, hasta que
dejaron de hacerlo) que convencieron a los escépticos y consolidaron la idea
del boulevard.
Lerner
posteriormente pondría en marcha el mejor y más económico sistema de transporte
público para la ciudad, precursor del Transmilenio de Bogotá y del Transantiago
de Chile, así como cientos de kilómetros de carriles para bicicleta. El camino
del alcalde de Curitiba lo siguió admirablemente el Alcalde de Bogotá Enrique
Peñaloza, cuya labor transformó y embelleció a la capital de Colombia; sin
embargo, algunas acciones suyas no siguieron el comportamiento respetuoso de la
propiedad privada y del ciudadano que exhibió Lerner; en efecto en el año 2000,
Peñaloza dictó una polémica expropiación de las canchas de polo del Country
Club de Bogotá, bajo el argumento de hacer públicos unos terrenos de uso
privado. Su sucesor en el cargo el Alcalde Moreno, desestimó la expropiación si
el avalúo de los terrenos pasaba de 10.400 millones de pesos, “porque era mucho
mejor invertir una cantidad semejante en hospitales y escuelas que en un
parque”. Doce años después, una decisión del Tribunal Superior de Bogotá
determinó que el monto a pagar alcanzaba la cifra de 202.000 millones de pesos.
Está por verse si al alcalde Petro que hoy gobierna la ciudad puede pagar tal
precio por un parque; si se desestima la acción, o si se van a realizar allí
conjuntos residenciales, con lo cual la sombra del negociado rodearía la
decisión de Peñaloza en el año 2000. Trece años después ni hay cancha de polo,
ni hay parque para los ciudadanos. ¿Quién ganó?
Peñaloza
estuvo recientemente en Caracas y lo primero que propuso en su declaración fue
la expropiación del CCC. También se pronunció contra los estacionamientos, el
uso de vehículos y en favor de los motorizados. Creo que no se paseó el ex
Alcalde de Bogotá, porque en Venezuela la palabra expropiación es una mala
palabra; tampoco consideró que decir que no hacen falta estacionamientos, le da
la razón al gobierno cuando para la GMVV violó esta disposición contemplada en
las ordenanzas municipales; omitió que no hay un sistema de transporte público
que permita por ahora prescindir del carro y por último no consideró que los
mototorizados circulan por la autopista violando la ley, frente a un gobierno
permisivo.
Miguel
Méndez Rodulfo
Caracas
14 de junio de 2013
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