ROSALÍA
MOROS DE BORREGALES 07 de septiembre de 2013
@RosaliaMorosB
En la búsqueda
incansable del ser humano a lo largo de su vida una de las interrogantes más
inquietantes que se suscita en el corazón se refiere al porvenir. ¿Qué nos
deparará el futuro? ¿Qué haremos? ¿A dónde iremos? ¿A quién iremos? Todos, de
una u otra forma sentimos en nuestro interior esa callada angustia por lo
desconocido. Todos anhelamos encontrar a alguien que marque directrices claras
que nos conduzcan a un seguro mañana. A veces, nos sentimos esperanzados, con
ánimo nos esforzamos por hacer lo que nos corresponde; en otras ocasiones, nos
sentimos atrapados en medio de la oscuridad que nos rodea, la cual va horadando
nuestra confianza, nublando nuestro horizonte.
Los fundamentos de nuestra sociedad se encuentran arruinados, estamos
tambaleando, a punto de ser estremecidos hasta lo más profundo por el desplome
de todas las instituciones que deberían haber garantizado nuestros derechos,
velado por nuestras vidas. No fueron otros los que causaron esta destrucción,
fuimos nosotros. ¡Todos nosotros! Porque todos como miembros de un cuerpo
tenemos responsabilidades, todos tenemos deberes que cumplir, todos hemos sido
dotados con diferentes talentos para hacer nuestro aporte a nuestro hogar, a
nuestra comunidad, a nuestra ciudad, a nuestra nación.
Obstinadamente hemos persistido en una actitud de soberbia, con arrogancia
pensamos, unos y otros, que tenemos la razón. Mientras tanto, nuestra nación se
derrumba frente a nuestros ojos; tenemos el corazón y las manos vacías para los
jóvenes que esperan por un país que los acobije, que les brinde seguridad, que
cuide su salud y les dé las luces que son de primera necesidad, como lo expresó
nuestro Simón Bolívar. Hemos manchado la inocencia de nuestros niños con el
despiadado odio que ha crecido como mala hierba en nuestro suelo; hemos
insultado a nuestros ancianos negándoles el lugar de honor que se merecen en
nuestra sociedad. Lamentablemente, nos hemos desviado como nación, cada quien
ha buscado sus propios intereses. Nuestro caminar ha estado lleno de quebrantos
y desventuras. La paz se extravió de nuestro camino, no nos hemos encontrado
con ella porque no hay temor de Dios delante de nuestros ojos.
El apóstol Pablo en su epístola a los Romanos nos explica que en medio de un
mundo dominado por el mal ningún ser humano puede justificarse delante de Dios.
De la misma manera, nos enseña que la justicia de Dios se ha manifestado al
mundo por medio de la fe en Jesucristo; ya que no hay diferencia entre unos y
otros, por cuanto todos, de una u otra forma hemos pecado, todos hemos sido
destituidos de la gloria de Dios. Ahora bien, así como todos, por nuestros
propios medios no podemos ser justos; todos podemos ser justificados
gratuitamente por medio de la gracia de Dios, mediante la redención que es en
Cristo Jesús.
¡Dios ha provisto el camino para llegar a Él! Al venir a Dios tenemos paz unos
con otros, su luz disipa las tinieblas, su amor llena nuestros corazones y
determina nuestro proceder; su sabiduría se convierte en el fundamento de
nuestra vida, de nuestras instituciones y, por ende, de nuestra nación. Aunque
muchos consideren este planteamiento como una locura, cada uno individualmente
y todos, como nación, necesitamos volver a Dios. Ya el apóstol Pablo nos
advertía en la primera epístola a los Corintios (1:18) que el mensaje de la
cruz era considerado una locura o estupidez por muchos; sin embargo, para
aquellos que hemos gustado del amor y la luz de Dios la cruz de Cristo es
nuestra salvación.
Cuando Jesús enseñaba a sus discípulos les decía que las palabras que Él les
hablaba eran espíritu y vida; sin embargo, muchos consideraron que sus palabras
eran duras de oír y de poner en práctica. Por esta razón, dice la Biblia, que
muchos de los que le seguían volvieron atrás y ya no andaban más con Él.
Entonces, Jesús les preguntó a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?
(Juan 6:60-69). Mi deseo convertido en oración es que al igual que Simón Pedro,
al escuchar el llamado de Dios, tú y yo podamos responderle: -Señor ¿a quién
iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Y nosotros hemos creído y conocemos
que Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente.
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