Américo Martín 6 de septiembre
de 2013
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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I
El debate acerca de la oportunidad y
mérito de una Constituyente podría convertirse en una Babel de lenguas
confundidas que aparte de solapar todo lo demás, incluido el trascendental reto
del 8 de diciembre, induzca un fenómeno de enajenación colectiva y de pugnas
absolutamente gratuitas. No es raro. Estamos en Venezuela y para peor: en medio
de una revolución que nos ha hecho retroceder a un ritmo despiadado.
Creo que lo primero es definir para
qué hacer una apelación al soberano originario precisamente cuando las dos
aceras van a medirse voto a voto y no tiro a tiro.
Hablaré ahora por mí. La Constituyente
no es para tumbar gobiernos. Una pequeña franja de sus seguidores la conciben
como instrumento para salir de un régimen cada vez más reacio a aceptar la
voluntad popular expresada a través del sufragio. Y en esto guarda mucho
parecido con los amigos del “350”. El gobierno –dicen- no entregará el poder
por las buenas y por lo tanto perdemos el tiempo metiéndole el pecho a las
elecciones municipales, como ayer a las presidenciales del 14 de abril. En
lugar de “engañar” a la gente con esas fruslerías hay que convocar la
Constituyente o invocar el mágico 350, vestidura legal de eso que vagamente
llaman “desobediencia popular”.
El solo hecho de llamar al 350
lograría lo que el voto de millones no puede. Como por arte de magia las masas
saldrían a la calle dirigidas por la Libertad del cuadro de Eugene Delacroix.
Que la MUD ignore ese artículo es la prueba palmaria de que está negociando a
escondidas quién sabe a cambio de qué.
En la misma dirección va la creencia
de que la Constituyente es el arma ideal para destruir el dispositivo
ventajista y manchado de fraude que ha montado el sistema. Si la MUD se tira
por ese camino la verdadera patria se salvará, si lo ignora se entregará como
inocente cordero en las manos peludas del régimen.
El 350 no es nada y la Constituyente
tampoco sin una correlación de fuerzas claramente favorable a una de las
opciones en competencia. Párese a gritar en una plaza: 350, 350, 350 y pronto
tendrá a su lado, no masas rebeldes, sino dos camilleros que lo enfundarán en
una camisa de fuerza.
Pero la magia de las palabras es
invencible en nuestra atormentada Venezuela. La salida es calle, calle, calle.
Sólo por decirlo arderán las aceras y estallarán barricadas y adoquines.
II
No obstante la Constituyente podría
tener su lugar una vez revelada la fotografía del 8 D. Si el país se libra de
la rémora del derrotismo, saldrá a votar. No hay nadie –de gobierno o de
oposición- que no sepa del desastre en que se hunde el bloque político en el
poder. Y no es un asunto de incompetencia o de ignorancia monda y lironda de
funcionarios como Maduro, Jaua, Cabello y Ramírez, que son los auténticos amos
de la revolución; se trata del fracaso del modelo, el llamado socialismo siglo
XXI, al cual ya ni se refieren. Las cifras son escandalosas. Los venezolanos,
al igual que aquel célebre monarca frigio de nombre Midas, no pueden
beneficiarse del Orinoco de dólares vertido sobre el país por la incesante
bonanza petrolera; si bien están sentados sobre una fortuna, su nivel de vida
se confunde con la miseria. ¿Culpa acaso de los asaltantes de caudales
públicos? Sí, han proliferado como nunca en la historia, pero no al punto de
determinar el colosal desastre del régimen. ¿Se trata de malos administradores
en todos los niveles del hacer gubernamental? Sí, brotan como hongos al paso de
la estatización y el engorde de la incontrolada Administración, pero tampoco son
la causa principal del problema sino más bien una de sus consecuencias.
III
Lo determinante es el modelo que han
querido imponer a golpes de martillo contra la razón y la voluntad del país.
Ese necio intento de construir una economía “solidaria” no basada en el lucro y
la competencia, sepulta a la nación varios metros debajo del mar. No hay la más
remota posibilidad de salir a flote sin cambiar profundamente esta primitiva
forma de concebir la economía, la administración y la participación.
Para mí –pa´mí como decía Joselo- la
Constituyente sería quizá la causa movilizadora que pide la recuperación de
Venezuela. Lo sería una vez que la oposición se ponga en marcha para obtener
una limpia victoria el 8 de diciembre, cuyas consecuencias serían múltiples:
una de ellas, la ratificación de quién es mayoría. Si el 14A el sumiso CNE hubo
de admitir cuando menos una relación 50-50 y el desplazamiento de centenares de
miles de votos del gobierno a la oposición, el empeoramiento de la gestión
gubernamental enredado el poder en una pugna interna digna de ser presenciada
aviándose de cotufas y refrescos, no hay razón para que el fenómeno no se
repita, con más fuerza incluso.
No digo que automáticamente proceda la
Constituyente. Es una instancia para reorganizar el país, si fuere posible
reunificando banderas. Una causa, como en los años 1950, contra la dictadura.
No para suprimir al otro porque no sería Constituyente, sino para consultar a
todos detallando sus aspiraciones.
En 20 puntos las ha resumido Enrique
Colmenares Finol. Está allí plasmada la Venezuela del cambio, de la paz, del
reencuentro y del uso de la mayoría no para aplastar y odiar sino para
reunificar y lograr -como en la famosa novela de Jan Valtin- que la noche quede
atrás.
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