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lunes, 2 de septiembre de 2013

DEMOCRACIA O DICTADURA

Américo Martín 30 de agosto de 2013
amermart@yahoo.com 
@AmericoMartin 

I

El totalitarismo es la máxima expresión del autoritarismo. Los lectores deberían tomar muy en cuenta la diferencia de grado entre esos niveles de marginación de la democracia. Un sistema totalitario es el que finalmente copa absolutamente los espacios de libertad o de autonomía. El círculo se completa cuando todo ha sido avasallado por el poder central. En los regímenes autocráticos normales la represión se centra en ciertas áreas pero no hay la vocación de coparlo todo, incluso el fuero interno, el alma misma de la gente. En los regímenes lanzados al totalitarismo es de su esencia dominar y domesticar la realidad e incluso imponer ideologías que amarren a cada individuo al poder. Puede suponerse que  cuando ocurra algo como eso cesará la resistencia democrática incluso en el fuero interno de la gente.

Por eso la lucha por la democracia en condiciones como esas se convierte en una batalla por defender y ampliar los espacios porque sobre todos ellos se cierne la propensión dominante del poder totalitario. Lugar abandonado por cansancio, por desinterés o por lo que sea, será ocupado sin lucha por el poder central. En una lucha de esta naturaleza no caben  la abstención, la resignación, el fatalismo. Es en cada pulgada de terreno a lo largo del territorio nacional, donde ha de librarse la batalla por la democracia si se quiere impedir  que desde la acera opuesta completen la operación envolvente.

No hay razón alguna para desdeñar las pequeñas confrontaciones aplicando siempre métodos democráticos, pacíficos, constitucionales, de participación ciudadana. Siendo eso así, menos puede aceptarse la renuencia a batirse en confrontaciones electorales, por grandes que sean el ventajismo y los procedimientos fraudulentos de la otra parte. Paradójicamente ha sido en esas condiciones adversas como se ha venido alterando la correlación de fuerzas a favor de la democracia.

El 8 de diciembre puede densificar las aspiraciones de cambio, poner a prueba la minada unidad del bloque gobernante y castigar con el voto a los responsables del deplorable fracaso del modelo de gobierno y la ineficacia de sus administradores.

II

Basta con detenerse a pensar en la acumulación de variables negativas para poner en duda la continuidad  de las políticas oficiales. Esa es la enorme importancia de las próximas elecciones municipales.

Responder a los logros democráticos escalando la represión no será afortunado. Las hondas fisuras en el edificio gubernamental tienen su origen en la sensación de fracaso de la gestión revolucionario y la percepción del deterioro moral de esferas crecientes del liderazgo. La búsqueda de estabilidad por la vía de reprimir a más de la mitad de la población no es una decisión capaz de agrupar y entusiasmar a las mayorías. Es lo contrario: en sus propias bases el movimiento en el poder es víctima de un creciente malestar, alimentado por la insostenibilidad del programa anunciado hace tres lustros. Un descalabro electoral debería acarrear, por efecto residual, la exacerbación del descontento.

Ya es grave que la mitad del país sea excluida y sometida a persecuciones viles, acompañadas de sucias agresiones verbales y de hecho. Borrar a una parte tan grande de la sociedad no es viable ni puede transcurrir sin gran peligro para los agresores.

Ahora estaríamos entrando en una nueva y peligrosa fase. Se observa que la articulación de la gestión regresiva y excluyente se está extendiendo al seno mismo de la parte del país identificada con los ideales primarios de Hugo Chávez. A las quejas cada vez más difíciles de ocultar se responde desde la cumbre con despreciables discriminaciones y amenazas. Despojar a los militantes del humano derecho de elegir candidatos o de ofrecerse como abanderados ha sido un mandoblazo cuyos efectos apenas comienzan a hacerse sentir. Exigirle además incondicionalidad a esa militancia maltratada es un hábito  que siempre y en todas partes promueve rebeldías. He escuchado a un antiguo amigo mío, hoy leal militante del PSUV, reclamar de la manera más sobria: “unidad, sí, pero con discusión”. Exige lo que no tiene: el derecho de opinar, de disentir. Es la tendencia  a cerrarse también en la vida interna del gobierno a valores igualmente negados al resto del país.

Es obvio que en el PSUV reina una caricatura de democracia. Mucha retórica, muchas exhortaciones al sublime sacrificio en contraste con un régimen interno cada vez más pobre, excluyente y zarandeado por el personalismo sediento de grupos de poder enfrentados.

III

Ese edificio, desgraciadamente disminuido a lo interno, tiene la angustiosa responsabilidad de sostener un régimen afectado por una crisis de hondo contenido social y por un sacudimiento económico de insólita gravedad.

Cuando los gobiernos cercados por la crisis se refugian en llamados a hacer campañas, movilizaciones, emotivas batallas, probablemente lo hacen en primer lugar por motivaciones internas. Comprenden que el temporal puede llevarse todo si cuando menos no rescatan el entusiasmo, la mística y el espíritu de sacrificio de los militantes.

Pero ese retroceso emocional no es casual. Está a la vista la dura revuelta de la economía y las amargas quejas de los estamentos más débiles. Las promesas chocan contra la imparable inflación, el desabastecimiento, el hundimiento de la economía real, el naufragio de la salud, la educación, los altísimos índices de inseguridad. El gobierno está desbordado y desconcertado por el oleaje crítico.

¿Comprenderá la inanidad de sus fantasías? ¿Descubrirá el peligro de concentrar todo el poder en sociedades complejas?

El gobierno debe saber que la alternativa democrática hará de la reconciliación sin represalias la clave salvadora de una Venezuela de todos, por todos, para todos.


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