Recortesdeorientemedio.com
26 de agosto de 2013
Los horrores y las masacres llevan
sucediéndose en Siria desde hace más de dos años. Cientos de miles de muertos,
millones de refugiados y desplazados, un país descompuesto y dividido por un
odio que durará generaciones… Si, al margen de que sea o no la mejor opción,
las razones para una intervención internacional se fundamentan en intentar
detener semejante tragedia, hace mucho tiempo ya que esas razones están sobre
la mesa. Y, por otra parte, ninguno de los dilemas y los caminos sin salida que
han desaconsejado esa intervención en el pasado han cambiado ahora en lo más
mínimo. Las posibilidades de una victoria militar clara y rápida siguen siendo
escasas, y el riesgo de que el conflicto se vuelva más duro (represalias,
ataques indiscriminados), o incluso de que se extienda a otros países de la
región, sigue siendo muy alto. De tener éxito, además, las perspectivas de
futuro, teniendo en cuenta la cantidad de grupos extremistas que hay operando
sobre el terreno y la fragmentación de la oposición, no son muy halagüeñas.
La diferencia, lo que ha cambiado en
estos últimos días hasta el punto de que estemos hablando ya de intervención
“inminente” y de planes de ataque, es la posibilidad de que se hayan utilizado
armas químicas contra la población. No es la primera vez que se aduce el uso de
este armamento prohibido por las leyes internacionales, pero hasta la semana
pasada no se había reportado un ataque verosímil a una escala tan brutal. Y
Estados Unidos, país en el que están ahora fijadas todas las miradas, pese a
mantener una posición de prudencia, ya dijo en su día que esa era la “línea
roja” cuyo traspaso no estaba dispuesto a permitir. (El secretario de Estado estadounidense,
John Kerry, tiene prevista una rueda de prensa sobre la crisis siria para este
mismo lunes).
Es, por tanto, una cuestión de
umbrales, pero también de legitimidad. Hasta el absurdo de la guerra tiene sus
códigos, y unas formas de matar son aceptables y otras no, aunque los muertos
estén igual de muertos. En teoría, las leyes internacionales consideran el
armamento nuclear, biológico y químico como algo que tiene que ser
especialmente regulado y controlado, lo use quien lo use. Cualquiera que lo
emplee debe enfrentarse a una respuesta. En caso contrario, su utilización
podría acabar por normalizarse.
Eso no significa que sea
automáticamente legítimo intervenir sin el respaldo de Naciones Unidas. Las
lecciones de la invasión de Irak liderada por EE UU, con su sarta de mentiras
sobre las armas de destrucción masiva, están aún muy recientes como para haberlas
olvidado ya. Pero sí es cierto que abre muchas puertas para justificar un
ataque.
James Blitz repasa en el Financial
Times precedentes y opciones:
“Existen precedentes de acciones
legales sin el respaldo de la ONU. Estados Unidos y sus aliados bombardearon
Serbia durante 78 días en 1998 para detener la limpieza étnica en Kosovo, y
esta acción no tenía autorización de la ONU. No obstante, el presidente Bill
Clinton invocó entonces el argumento de que era correcto proteger a una
población que estaba en peligro. Por otra parte, Estados Unidos podría
argumentar que Siria está violando el Protocolo de Ginebra de 1925, que prohíbe
el uso de gases tóxicos en la guerra. Desde el final de la Primera Guerra
Mundial, las potencias mundiales han prohibido la utilización de armas químicas
y, especialmente, de agentes nerviosos. Estados Unidos podría defender ahora el
argumento de que una respuesta militar está justificada, ya que se trata de
prevenir que el uso indiscriminado de armas químicas se convierta en una nueva
forma de hacer la guerra.
Las diferencias con la guerra de los
Balcanes, sin embargo, son notables. En un escenario como el sirio, con los
tanques y la artillería del régimen situados en ciudades, como Damasco, el
riesgo de causar daño a civiles es mucho mayor.
En cualquier caso, mientras Rusia siga
oponiéndose, no hay ninguna posibilidad de que el Consejo de Seguridad autorice
una intervención militar en Siria. Otra cosa es que esto sea relevante o no. La
experiencia demuestra que, a la hora de verdad, el respaldo de la ONU importa
poco cuando las potencias occidentales están resueltas a seguir adelante. De
hecho, Obama ni siquiera necesitaría la aprobación del Congreso de su país.
De momento, la división es total. EE
UU, el Reino Unido y Francia han amenazado (los europeos, con bastante más
vehemencia que Washington) con una “respuesta contundente” si la investigación
demuestra el uso de componentes neurotóxicos. Alemania, que sigue siendo la voz
discordante en el bando aliado, descarta cualquier tipo de intervención
militar. Rusia y China se oponen expresamente a un ataque (“no hay pruebas“), e
Irán habla incluso de represalias si éste llega a producirse. La Unión Europea
ha evitado pronunciarse, a la espera de “los resultados de la investigación”, e
Israel ha dicho que “no vamos a intervenir en el tumulto regional, pero si nos
atacan, responderemos”.
Según las siempre macabras quinielas
de la guerra, en un eventual ataque a Siria podrían tomar parte Estados Unidos,
Francia, el Reino Unido, Arabia Saudí, Catar, Jordania y, probablemente,
Turquía, con la ayuda de otros 27 países.
Entre tanto, los inspectores de
Naciones Unidas han llegado finalmente este lunes a la zona del supuesto ataque
químico, cerca de Damasco. Despues de seis días negándose, el Gobierno sirio
cedió a la presión internacional y permitió que una comisión de la ONU
accediese al lugar de los hechos. Los expertos están ahora recogiendo muestras
y entrevistando a heridos. Para los países partidarios de la intervención, no
obstante, la inspección llega demasiado tarde. Y los inspectores, a todo esto,
han sido recibidos a tiros. Uno de sus vehículos fue atacado múltiples veces
por francotiradores no identificados.
A estas alturas parece claro que el
ataque químico se produjo. Uno de los informes más concluyentes en ese sentido
es el hecho público hace unos días por Médicos sin Fronteras. Según esta ONG,
tres hospitales de la provincia de Damasco a los que presta su apoyo la
organización informaron de la llegada de aproximadamente 3.600 pacientes con
síntomas neurotóxicos en un periodo de menos de tres horas durante la mañana
del pasado día 21. De ellos, 355 fallecieron.
No está tan claro aún, sin embargo,
quién fue el responsable. Los rebeldes, obviamente, acusan al régimen; el
régimen, a los rebeldes. Resulta difícil creer que alguien pueda perpetrar
semejante monstruosidad contra su propia gente, aunque sea con motivos
propagandísticos, o para forzar una intervención internacional, pero tampoco
encaja en el sentido común que el Gobierno sirio lance un ataque de esas
características justo cuando acaban de llegar los inspectores de la ONU. Sea
como fuere, eso es, precisamente, lo que hay que investigar. No tanto el “qué”,
sino el “quién”.
Las especulaciones, mientras tanto,
continúan. Brian Whitaker se hace eco en su blog de un reportaje publicado por
Phil Sands en The National, un diario de los Emiratos, según el cual el
bombardeo fue ordenado por oficiales que ignoraban el contenido químico de los
misiles. Una de las fuentes de Sands (procedente de “una familia con buenos
contactos, tanto entre la oposición como entre los fieles al régimen”) indica:
“Personas cercanas al régimen nos han
contado que que los misiles químicos fueron suministrados tan solo unas horas
antes de los ataques. No procedían del Ministerio de Defensa, sino del servicio
de inteligencia de la fuerza aérea, bajo las órdenes de Hafez Maklouf [primo de
Bashar al Asad]. Los oficiales del ejercito aseguran que no sabían que se
trataba de armas químicas. E incluso algunas de las personas que las
transportaron afirman que no tenían ni idea de que lo que había en esos
cohetes. Pensaban que eran explosivos convencionales”.
La comunidad internacional parece
haber salido de su letargo con respecto a Siria, pero lo ha hecho sin una sola
voz, demasiado tarde y con la opción de más guerra aún como única alternativa.
En su editorial de este lunes, El País señala:
Las potencias occidentales tardaron en
implicarse en Siria porque pensaron que Al Asad tenía los días contados. Y esa
misma tardanza es la que ahora dificulta extraordinariamente la intervención.
Al contrario de lo que ocurrió en Libia, el régimen no implosionó, y la
situación ha derivado, al cabo de dos años y medio, en una brutal guerra
sectaria que enfrenta a suníes, chiíes, alauíes, cristianos y kurdos. Nadie
quiere poner las botas en Siria y se estudia una ofensiva con misiles
tierra-aire contra objetivos militares y, tal vez, una zona de exclusión aérea.
Las opciones son escasas y el riesgo de inflamar toda la región es alto. [...].
Con las espadas en alto, la conferencia sobre Siria prevista en Ginebra en
octubre parece un sarcasmo, pero es la única alternativa pacífica que queda.
Más
información y fuentes:
Una
eventual intervención militar en Siria divide a las principales potencias
mundiales (20minutos.es)
Strikes
on Syria may now start – but the solutions are not military (Mark-Malloch-Brown,
en The Financial Times)
Obama’s
Limited Options: Bombing Syria unlikely to be Effective (Juan Cole, en
Informed Comment)
El
avispero sirio (El País, editorial)
Leer también:
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