Escrito por Freddy Lepage
(ingeniero) Viernes, 06 de Septiembre de 2013
@Freddy_Lepage
Este dilema sirve tanto para el
chavismo como para la oposición de cara a las elecciones municipales del 8 de
diciembre. Al igual que otras veces, es mucho lo que está en juego de parte y
parte, pero en este momento están presentes unas condiciones muy particulares,
habida cuenta de ser el segundo proceso electoral sin la presencia física del
padre y caudillo único de la revolución bolivariana. La primera experiencia
las presidenciales del 14 de abril no fue buena para los depositarios de su
herencia política.
Quedaron
mal parados.
Igualmente para la oposición es una
ocasión de oro para propinarle una derrota que por su trascendencia sería de
proporciones catastróficas para Maduro y su cúpula militar-cívica. Lo cual
sería algo así como el principio del fin. Eso, que es una ventaja, también
representa un desafío a enfrentar con decisión y nervio, habida cuenta de que
el Gobierno utilizará todas sus armas (lícitas o no) para obtener un triunfo
que le permita el oxígeno necesario para seguir surfeando la crisis, o sea
correr la arruga por algún tiempo.
En todo caso, como se ha repetido en
muchas oportunidades, lo más importante es una victoria cuantitativa en
sufragios a los efectos de trazar la hoja de ruta a seguir para el año 2014,
en el cual, por cierto, no hay elecciones previstas, a menos que se planteen en
la agenda opositora posibilidades como el referendo revocatorio para los
diputados, la constituyente y otras acciones populares que acompañen a la
protesta social. En suma, cualquier estrategia a seguir pasa por los resultados
de las elecciones municipales, sin duda alguna.
De otra parte, sondeos de opinión y
grupos focales indican que por más esfuerzos que hagan, el piso de Maduro se
sigue socavando entre la militancia del PSUV ya que no lo consideran con las
características y atributos necesarios para continuar con la obra del finado
jefe único. Lo propio ocurre con Diosdado Cabello, que sale muy mal valorado en
las bases. Eso significa que existe desasosiego y ¿por qué no? confusión en
los seguidores de Chávez, que no se sienten personificados por quienes están al
frente del poder y manejan las riendas del partido. O sea, en aquellos que se
pagan y se dan el vuelto.
De allí que la ecuación opositora,
encarnada por el tándem Capriles-MUD perfectamente engranados, es la carta a
jugar para garantizar la unidad de acción, el entusiasmo y el tan ansiado y
necesario éxito. Sabemos que el camino no es fácil y se antoja culebrero, pero
las condiciones están dadas, eso sí, exigiéndole, de forma firme y vigorosa, al
CNE imparcialidad y honestidad, a sabiendas que la mayoría de sus integrantes
no están adornados por esos atributos, muy escasos, por cierto, en esta época
de revolución forzada.
En este marco, el acento se debe poner
en cuidar los votos, no solamente de las grandes ciudades que, por ser tan
visibles y escrutados, resulta más espinoso escamotearlos, sino en las zonas
más alejadas de la Venezuela profunda, donde los testigos de la alternativa
democrática son más difíciles de conseguir y de mantener en sus puestos durante
las votaciones.
Seguramente es allí donde los
malandrines del oficialismo podrán preparar y hacer las triquiñuelas
acostumbradas (utilizando la fuerza, la intimidación y la compra de voluntades)
para torcer la voluntad popular a su favor en número total de votos en todo el
país.
No obstante, actúa en beneficio
opositor la circunstancia de que son cerca de 5.247 candidatos a concejales
(entre principales y suplentes) y 337 aspirantes a alcaldes que se juegan el
pellejo. Las cartas, entonces, están echadas. Ser o no ser, esa es la cuestión.
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