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martes, 8 de octubre de 2013

Candidatos twitteros: breves y oyentes


Por Luis Carlos Díaz, 03/10/2013

Con las redes pasa un fenómeno que se repite desde sus inicios: las empresas, marcas, políticos y poderosos, son vistos aún como ajenos a las interacciones ciudadanas. La idea no es original ni un capricho de los antisistema, es simple lógica digital.

En 1996, ante el foro de Davos, a los poderosos se les ocurrió invitar a dos tipos importantes en el mundo tecnológico, que ya en ese año era determinante para la economía mundial, porque la información y sus servicios asociados ganaban cada vez más peso. Esos dos personajes fueron Bill Gates, que se apegó a la etiqueta y su sempiterna oferta de tener un computador en cada vivienda con su sistema operativo, y el otro fue John Perry Barlow. Quizás no sea tan conocido, ni uno de los hombres más ricos del mundo, pero este informático, hacker y fundador de la Electronic Frontier Foundation, llevó una pieza de antología a Davos: la declaración de independencia del ciberespacio.


Ese breve documento, espetado frente a los responsables de la economía mundial, incluía perlas como la siguiente:
  • “En nombre del futuro, les pido en el pasado que nos dejen en paz. No son bienvenidos entre nosotros. No ejercen ninguna soberanía sobre el lugar donde nos reunimos”.
  • “No se han unido a nuestra gran conversa colectiva, ni han creado la riqueza de nuestros mercados. No conocen nuestra cultura, nuestra ética, o los códigos no escritos que ya proporcionan a nuestra sociedad más orden que el que podría obtenerse por cualquiera de sus imposiciones”.
Barlow se refiere a las intenciones, nunca buenas, de quienes desean interferir con la libertad en nombre de quién sabe qué poder y qué moral:

  • “Les atemorizan sus propios hijos, ya que ellos son nativos en un mundo donde ustedes siempre serán inmigrantes. Como les temen, encomiendan a su burocracia las responsabilidades paternas a las que cobardemente no pueden enfrentarse”.

Para superar la ráfaga de Barlow, parece que hay volver a nacer, esperar una generación o asumir con respeto que los ciudadanos son el eje de las redes. También la política, pero eso se olvida con más rapidez.

Ha pasado el tiempo y el texto goza de la misma frescura y excelente mal genio para afrontar el papel de los políticos en la red. Algo similar podrían decirle los chicos del Manifiesto Cluetrain a empresas y poderosos:

"33. Aprender a hablar con una voz humana no es un truco de magia. No puede ser aprendido en alguna conferencia.

34. Para hablar en una voz humana, las empresas deben compartir las preocupaciones de sus comunidades.

35. Pero primero, deben pertenecer a una comunidad."

Vamos a elecciones

Algunos candidatos vienen de la comunidad. Otros son impuestos, se montan en portaaviones o son estrellas de televisión. Sin embargo, los que vienen de comunidad deben evaluar si también vienen o pertenecen a una comunidad digital. No nos referimos a Facebook, Twitter y otras plataformas, sino a su círculo de contactos y seguidores en esos espacios. Eso es lo que se debe construir y fortalecer: los cómplices habituales, los vecinos de arroba.

Esas cuentas que sirven para “seguir al candidato en sus actividades”, las que sólo informan y están despersonalizadas, tienen otro fin: le aligeran la carga a los medios, entregan comida premasticada para la cobertura electoral y construyen un reality show alrededor de la figura del candidato. Son necesarias también, pero nos referimos a las cuentas personales. Esas que generan sensación de cercanía, esa que el candidato puede revisar desde la palma de su mano y que en ocasiones le da más informaciones sobre la realidad que la nube de mensajes construidos por asesores y adulantes.

Las redes invitan a la cotidianidad de los candidatos, no sólo de sus salidas a la calle y su contacto público. También quieren explorar lo que piensa más allá del eslogan de campaña y los discursos lugarcomunistas. Claro que toda comunicación debe ser planificada y coherente con los intereses electorales, pero las redes premian la autenticidad, el arrojo y el liderazgo de opinión. Las quejas son compartidas y los diagnósticos de la crisis generan consensos, pero seguir a un candidato que repite y no innova, que propone sin mostrar los métodos, es también desaprovechar la oportunidad que dan las redes.

Estamos en campaña y los candidatos no cuentan con tantos medios, mientras deben lidiar con el problema de jugar en un campo inclinado, enfrentados a la propaganda negra oficial y la movilización de saboteadores impunes. Ese cuadro está claro, pero también los mensajes más recientes de la unidad opositora han dejado claro que no se van a detener y la cita del 8 de diciembre se dará. Entre comer y pasar hambre, si hay comida, se come. Lo mismo aplica con la democracia y los votos.

Allí es donde el candidato necesita “existir” en un plano que le permita estar en muchos lugares a la vez, donde la información sea permanente y además pueda comunicarse con la gente incluso a destiempo. Esas tres características son las que suman a su campaña si se convierte en un activista digital junto a su comando. Puede acompañar los actos de calle con un flujo continuo de informaciones y reforzamiento de la militancia. Para eso hay que estar con la gente y acompañarla, porque la ciudadanía digital es también el eco en una caverna llena de replicantes. Todo lo que construya en redes, se retribuye en fidelidad, reputación y, si hay talento, movilizaciones por el voto. ¿Están escuchando a sus electores? Esa es la primera tarea, y el monitoreo de redes es un buen laboratorio de opiniones para darle otra dimensión a lo que dice la calle. Así, al hablar, no parecerán invasores en un entorno que le pertenece a los ciudadanos.

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