Por Luis Carlos Díaz,
03/10/2013
Con las redes pasa un fenómeno que se repite desde
sus inicios: las empresas, marcas, políticos y poderosos, son vistos aún como
ajenos a las interacciones ciudadanas. La idea no es original ni un capricho de
los antisistema, es simple lógica digital.
En 1996, ante el foro de Davos, a los poderosos se
les ocurrió invitar a dos tipos importantes en el mundo tecnológico, que ya en
ese año era determinante para la economía mundial, porque la información y sus
servicios asociados ganaban cada vez más peso. Esos dos personajes fueron Bill
Gates, que se apegó a la etiqueta y su sempiterna oferta de tener un computador
en cada vivienda con su sistema operativo, y el otro fue John Perry Barlow.
Quizás no sea tan conocido, ni uno de los hombres más ricos del mundo, pero
este informático, hacker y fundador de la Electronic Frontier Foundation,
llevó una pieza de antología a Davos: la
declaración de independencia del ciberespacio.
Ese breve documento, espetado frente a los
responsables de la economía mundial, incluía perlas como la siguiente:
- “En nombre del futuro, les pido en el pasado que nos dejen en paz. No son bienvenidos entre nosotros. No ejercen ninguna soberanía sobre el lugar donde nos reunimos”.
- “No se han unido a nuestra gran conversa colectiva, ni han creado la riqueza de nuestros mercados. No conocen nuestra cultura, nuestra ética, o los códigos no escritos que ya proporcionan a nuestra sociedad más orden que el que podría obtenerse por cualquiera de sus imposiciones”.
Barlow se refiere a las intenciones, nunca buenas,
de quienes desean interferir con la libertad en nombre de quién sabe qué poder
y qué moral:
- “Les atemorizan sus propios hijos, ya que ellos son nativos en un mundo donde ustedes siempre serán inmigrantes. Como les temen, encomiendan a su burocracia las responsabilidades paternas a las que cobardemente no pueden enfrentarse”.
Para superar la ráfaga de Barlow, parece que hay
volver a nacer, esperar una generación o asumir con respeto que los ciudadanos
son el eje de las redes. También la política, pero eso se olvida con más
rapidez.
Ha pasado el tiempo y el texto goza de la misma
frescura y excelente mal genio para afrontar el papel de los políticos en la
red. Algo similar podrían decirle los chicos del Manifiesto Cluetrain a empresas y
poderosos:
"33. Aprender a hablar con una voz humana no es un
truco de magia. No puede ser aprendido en alguna conferencia.
34. Para hablar en una voz humana, las empresas deben compartir las preocupaciones de sus comunidades.
35. Pero primero, deben pertenecer a una comunidad."
34. Para hablar en una voz humana, las empresas deben compartir las preocupaciones de sus comunidades.
35. Pero primero, deben pertenecer a una comunidad."
Vamos a elecciones
Algunos candidatos vienen de la comunidad. Otros
son impuestos, se montan en portaaviones o son estrellas de televisión. Sin
embargo, los que vienen de comunidad deben evaluar si también vienen o
pertenecen a una comunidad digital. No nos referimos a Facebook, Twitter y
otras plataformas, sino a su círculo de contactos y seguidores en esos
espacios. Eso es lo que se debe construir y fortalecer: los cómplices
habituales, los vecinos de arroba.
Esas cuentas que sirven para “seguir al candidato
en sus actividades”, las que sólo informan y están despersonalizadas, tienen
otro fin: le aligeran la carga a los medios, entregan comida premasticada para
la cobertura electoral y construyen un reality show alrededor de la figura del
candidato. Son necesarias también, pero nos referimos a las cuentas personales.
Esas que generan sensación de cercanía, esa que el candidato puede revisar
desde la palma de su mano y que en ocasiones le da más informaciones sobre la
realidad que la nube de mensajes construidos por asesores y adulantes.
Las redes invitan a la cotidianidad de los
candidatos, no sólo de sus salidas a la calle y su contacto público. También
quieren explorar lo que piensa más allá del eslogan de campaña y los discursos
lugarcomunistas. Claro que toda comunicación debe ser planificada y coherente
con los intereses electorales, pero las redes premian la autenticidad, el
arrojo y el liderazgo de opinión. Las quejas son compartidas y los diagnósticos
de la crisis generan consensos, pero seguir a un candidato que repite y no
innova, que propone sin mostrar los métodos, es también desaprovechar la
oportunidad que dan las redes.
Estamos en campaña y los candidatos no cuentan con
tantos medios, mientras deben lidiar con el problema de jugar en un campo
inclinado, enfrentados a la propaganda negra oficial y la movilización de
saboteadores impunes. Ese cuadro está claro, pero también los mensajes más
recientes de la unidad opositora han dejado claro que no se van a detener y la
cita del 8 de diciembre se dará. Entre comer y pasar hambre, si hay comida, se
come. Lo mismo aplica con la democracia y los votos.
Allí es donde el candidato necesita “existir” en un
plano que le permita estar en muchos lugares a la vez, donde la información sea
permanente y además pueda comunicarse con la gente incluso a destiempo. Esas
tres características son las que suman a su campaña si se convierte en un
activista digital junto a su comando. Puede acompañar los actos de calle con un
flujo continuo de informaciones y reforzamiento de la militancia. Para eso hay que
estar con la gente y acompañarla, porque la ciudadanía digital es
también el eco en una caverna llena de replicantes. Todo lo que construya en
redes, se retribuye en fidelidad, reputación y, si hay talento, movilizaciones
por el voto. ¿Están escuchando a sus electores? Esa es la primera tarea, y el monitoreo
de redes es un buen laboratorio de opiniones para darle otra dimensión a lo que
dice la calle. Así, al hablar, no parecerán invasores en un entorno que le
pertenece a los ciudadanos.
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