domingo, 13 de octubre de 2013

El fundamento cristiano de la felicidad

ROSALÍA MOROS DE BORREGALES sábado 12 de octubre de 2013

El mundo entero se encuentra en una búsqueda incansable por la felicidad. A través de todos los tiempos la historia de la humanidad se ha caracterizado por una gran  diversidad de luchas y conquistas cuyo objetivo ha llevado implícito el anhelo de una vida feliz. Sin importar raza, credo o condición social todos estamos marcados por ese deseo anhelante de autorrealización, estabilidad y paz. Sin embargo, mientras más conocimiento adquirimos pareciera que somos menos sabios en los asuntos cotidianos de la vida; mientras más estabilidad económica adquirimos nos hacemos cada vez más conscientes de que no hay dinero que pueda pagar las cosas realmente importantes de la vida.

Por esta razón, al hablar de felicidad no nos referimos a todos esos íconos que se han levantado en la sociedad de nuestro siglo como los proveedores de una vida feliz. Hablamos más de ser "bendecidos" que de ser "felices" según el concepto efímero del mundo basado en las riquezas, el conocimiento, la fama y la belleza.  Hablamos de ese tipo de felicidad que trasciende lo material; de esa paz interior que puede librarnos de la ansiedad capaz de encarcelar nuestras almas. No esa felicidad concebida por el ser humano como un algo absoluto cuya búsqueda solo ha sido capaz de crear una gran frustración en nuestras almas insatisfechas. Hablamos de la felicidad que se produce en el ejercicio diario de una vida de amistad con el Creador.


Enclavada en el Sermón de la Montaña pronunciado por Jesús de Nazaret hace más de dos mil años se encuentra la llave para esta vida feliz: ¡Las Bienaventuranzas! El fundamento cristiano de la felicidad. Una guía paso a paso para lograr la paz. La primera de ellas llama dichosos, felices o bienaventurados a los pobres en espíritu, una idea controversial en nuestra concepción de la felicidad. Pero, ¿de qué tipo de pobreza nos habla Jesús? Ciertamente, no se refiere a la pobreza caracterizada por la escasez de bienes materiales, se refiere a aquellos que se encuentran en necesidad espiritual, aquellos que reconocen su escasez para con las cosas del espíritu. Pues, el pobre en espíritu es el opuesto al soberbio. Es el humilde de corazón, que viene delante de Dios reconociendo, por una parte, su insuficiencia y, por otra, la suficiencia de Dios.

Así, aquel que es capaz de reconocer su pequeñez ante la grandeza de Dios posee un alma sensible para llorar por el dolor del hermano, bienaventurados los que lloran; los que piden perdón a aquellos a quienes les han causado dolor; pues, todos irremediablemente, en algún momento nos convertimos en los responsables del dolor de otro. En definitiva, las lágrimas son el símbolo de la sensibilidad y del arrepentimiento. Luego, Jesús exclama bienaventurados los mansos, los que aun sintiendo ira en sus corazones no le dan lugar a la guerra. Aquellos que deciden transitar el camino de la restauración y no el de la destrucción. Contrariamente al concepto del mundo, el manso no es un menso, pues se requiere de suficiente inteligencia y de autoestima para pasar por alto la ofensa, para no darle rienda suelta a los más viles sentimientos implícitos en la venganza.

Por esa razón, son bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque a pesar de su humanidad pueden encomendar su causa al único juez que justa justamente. Aquellos que han entendido que por encima de todas las estrategias del ser humano, Dios es soberano y sus ojos ven a todos los hombres. A continuación, Jesús nos impele a dar un paso más profundo en el camino de la felicidad cuando dice: -bienaventurados los misericordiosos, nos insta a la práctica del amor de Dios, no el amor del sentimiento, sino el de la decisión de la práctica del bien por encima del mal. El amor que no lanza la piedra porque se sabe tan vulnerable como el prójimo.

Aquel que en sustitución de la venganza es capaz de usar la misma misericordia de la que ha sido objeto por parte de Dios mantiene limpio su corazón de toda amargura, resentimientos y odios; por eso, Jesús llama bienaventurados a los de limpio corazón. Y solo aquellos que no se dejan contaminar por las bajezas del alma alejada del bien son capaces de convertirse en hacedores de paz. ¡Bienaventurados los pacificadores! Los que caminan la segunda milla, los que enarbolan la bandera blanca. Los que hacen todas estas cosas son instrumentos de la justicia de Dios, y muchos pueden llegar a ser perseguidos. -Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia. De tal manera que podemos declarar hoy: Nuestro cristianismo no es de meras palabras, nuestras vidas están fundamentadas en Dios. Somos seres humanos falibles, como todos, pero nuestra felicidad depende de Aquel que todo lo dio en la cruz por nosotros. A El encomendamos nuestra causa.

¡La felicidad consiste en estar en las manos de Dios!

ROSALÍA MOROS DE BORREGALES

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