Por Margarita López Maya*, 05/10/2013
@mlopezmaya
El socialismo chavista del siglo XXI recibió una estocada certera con la muerte del presidente Chávez. Puede que sobreviva pero ya no será igual. El personalismo con que este siempre lo manejó es ahora su gran debilidad
El 21 de octubre de 2012, en lo que sería una de las últimas apariciones televisadas, el presidente Chávez se detuvo largamente para reclamarle a sus ministros –era supuestamente una reunión de trabajo del gabinete– la lentitud con que se desarrollaban las comunas, el retraso en poner en funcionamiento propiedades de economía social alrededor de fábricas, como en una central azucarera inaugurada en Barinas, y la inexistencia de iniciativas auténticamente socialistas como una red turística socialista en Ciudad Caribia. ¿Será que no me estoy explicando? dijo reiteradamente, expresando su molestia. Si bien los consejos comunales, impulsados desde 2005, parecen haber prendido y echado raíces a lo largo del territorio nacional, las comunas y el Estado comunal lucen como iniciativas más precarias. Desaparecido el Presidente, ¿qué voluntad política responde por ellas?
En enero de 2007, reelecto Chávez
con una contundente mayoría de 63%, lanzó su proyecto del socialismo del
siglo XXI, encarnado en una nueva estructura estatal, el Estado comunal,
con unas nuevas relaciones sociedad-Estado, donde el capitalismo y las
instituciones de la democracia liberal representativa irían gradualmente
despareciendo.
Este socialismo adquirió forma y
sustancia en la propuesta de reforma constitucional de agosto de 2007, que el
Presidente introdujo a la Asamblea Nacional para su debate, ajuste/ampliación y
sometimiento a la aprobación popular en plebiscito que se realizó ese
diciembre. Ese proyecto con propuestas de cambio a 69 artículos de la
Constitución, fue rechazado por el voto del soberano. El conjunto de propuestas
de reforma hubieran introducido profundas modificaciones al Estado
participativo y protagónico aprobado –este sí– por voto popular en diciembre de
1999. Entre las propuestas estaban la creación de milicias populares llamadas
bolivarianas; un poder popular que no seguiría el principio del sufragio
universal, directo y secreto; procesos de recentralización político
administrativos; la potestad del Presidente para crear regiones especiales y
nombrar autoridades en ellas, la elevación del número de firmas necesarias para
la convocatoria de diferentes referendos, la ciudad como unidad político
primaria de organización territorial en vez del municipio, y la reelección
indefinida del Presidente. Pese al rechazo popular, hoy son parte del
socialismo del siglo XXI construido en el segundo gobierno de Hugo Chávez.
Pero este socialismo del
Presidente arrancó con mal pie. En agosto de 2007, al introducirlo a la
Asamblea Nacional, Chávez hizo mucho énfasis en que era su proyecto personal.
En enero de ese año había ordenado confidencialidad absoluta a los miembros de
una comisión que nombró como sus asesores. Chávez quiso que este socialismo,
naciera como un proyecto personalísimo de él, escrito –como dijo– de su puño y letra.
Por eso, es un socialismo demasiado ligado a su persona.
Cuando la reforma fue derrotada,
el Presidente no quiso rectificar y, aunque siempre practicó el mayor desprecio
hacia el Poder Legislativo –al considerarlo símbolo de la democracia liberal
representativa–, no tuvo empacho en hacerse aprobar por la Asamblea Nacional,
que entonces controlaba casi en un cien por ciento, una Habilitante. Con ella,
con la Asamblea misma y con un Poder Judicial ya abiertamente comprometido y
doblegado a su liderazgo y propuesta, continuó haciendo avanzar su socialismo.
No se modificó el Primer Plan Socialista 2007-2013, pese a que fue escrito para
adaptarse a esa reforma fallida. Con la victoria que obtuvo en febrero de 2009
con una propuesta de enmienda constitucional, aprobada –ésta sí– por el voto
popular, volvió a poner el pie en el acelerador al socialismo. La enmienda
constitucional, que le confirió la reelección indefinida, negada en 2007, la
logró al negociar y hacer concesiones a aliados y bases. Se avino el Presidente
a incorporar la reelección a todos los cargos de votación popular, pese a que
hasta entonces siempre se había negado a ello argumentado que propiciaría la
emergencia de caudillos [sic] en los territorios
subnacionales. Las leyes socialistas que se han aprobado desde entonces
no han sido sometidas, en su mayoría, a la consulta popular ni al debate en la
Asamblea Nacional.
Para 2012 casi toda la estructura
jurídico-legal del Estado comunal había sido aprobada. De modo que solo faltaba
la victoria electoral de Chávez, interpretada por el chavismo como un
plebiscito de aprobación a su proyecto y, por supuesto, la entercada voluntad
política de Chávez para ir haciéndolo realidad.
Pero he allí que apareció un
obstáculo formidable: Chávez, con su energía, carisma y su verbo persuasivo ya
no existe. ¿Quién recoge ahora esa bandera? ¿Quién entiende de qué se trata y
cómo se sigue construyendo? ¿Quién pelea con la porfiada realidad rentista
donde la propiedad social, las unidades de producción sin fines de lucro y sin
división del trabajo son verdaderas quimeras? ¿Quién va a sustraerles a
gobernadores, alcaldes, diputados y concejales electos, los recursos fiscales
que necesitan para transferirlos a consejos comunales y comunas, que no son
electos, ni responden ante ellos sino al Ministerio Popular de Comunas?
Antes, Chávez podía decir –como
lo dijo en 2008– que sus partidos y candidatos no tenían votos propios, que los
votos eran solo de Chávez. Por eso le debían obediencia. Ahora la situación es
otra. Por otra parte, no habiéndose nunca abierto un proceso de estudio y
evaluación de las fallas del socialismo realmente existente en el siglo XX, la
dirigencia chavista luce verdaderamente en aprietos para explicar y concretar
una utopía supuestamente distinta a ese. Quizás es por eso que Maduro y los
demás poco o nada habla ahora del Estado comunal, no deben tener mucha idea de
lo que tenía Chávez en su mente. Quiénes sí pudieran saber de consejos
comunales y empoderamiento popular, por haberlo practicado en el pasado, no lo
entendieron en ese entonces como la estructura vertical, centralizada y
personalista que estaba desarrollando Chávez.
En definitiva, el socialismo
chavista del siglo XXI recibió una estocada certera con la muerte del
presidente Chávez. Puede que sobreviva, pero ya no será igual. El personalismo
con que siempre lo manejó Chávez es ahora su gran debilidad. Ni las ideas sobre
ese Estado fueron resultado de un esfuerzo colectivo, ni los recursos fueron
garantizados a través de regulaciones institucionales independientes de su
voluntad. De este modo, pareciera difícil que puedan sobrevivir. Con el
petroestado caminando hacia restricciones fiscales crecientes, desajustes
económicos profundos, la política distributiva del gasto público se hace cada
vez más competitiva. Comunas sobre todo, pero también consejos comunales,
tenderán a ver disminuidos sus recursos ante otras instituciones y compromisos
que, o bien forman parte de obligaciones institucionales sustentados en leyes,
o bien tienen padrinos poderosos.
*Historiadora.
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