Por Javier Contreras, 11/10/2013
Electores permanentes
La temporada electoral
ofrece, una vez más, la oportunidad de asistir a un evento comicial que
presenta diversa lecturas, tanto sobre su valor como sobre su posterior impacto
en las dinámicas políticas regionales. La polarización que nubla la toma de
decisiones y complica el juicio crítico, aparece como elemento fundamental a la
hora de votar, generando adhesión o rechazo a un candidato basado en el color
que respalda su opción, dándole al proyecto de su gestión (que también parece
reducirse a los postulados de la organización política a la que representa) un
preocupante segundo plano.
Nuevamente
la condición de ciudadano parece estar subyugada por la condición de elector,
esta última describe mejor la imagen que tienen quienes detentan el poder, y
quienes lo quieren detentar, sobre los habitantes de los distintos municipios
del país.
Expresarse
libremente a través de elecciones es un elemento de los que construye
ciudadanía, siendo a su vez un derecho innegociable de las sociedades
democráticas. El llamado de atención se hace inevitable cuando se observa una
suerte de suspensión momentánea de lo que se concibe como ser ciudadano, para
ser solamente elector. Un ejemplo de esta anomalía es que el Gobierno nacional
(que no está sometido a elección el 8 de diciembre) resista, con los habituales
adjetivos descalificativos, cualquier intención de protesta por parte de
sectores a los que dice defender, argumentando en este caso, que protestar en
esta coyuntura es darle la mano a la derecha, ponerse de espalda al legado del
comandante. El mensaje está claro: muestra tu lealtad, una vez más deposita tu confianza
en el proyecto revolucionario. Garantizando un capital de votos en las diversas
regiones, el gobierno nacional ofrece la continuidad de su gestión en pro del
pueblo.
Es posible observar
también en los candidatos de la oposición síntomas que sugieren percibir en el
pueblo una primacía en la condición de votante sobre la de ciudadano. En
febrero del 2012 se realizaron elecciones primarias para dilucidar el candidato
presidencial opositor, junto a los nombres para candidatos a gobernadores de
Estado y candidatos a las Alcaldías, al tiempo que en algunas circunscripciones
el representante fue seleccionado por acuerdos en base a porcentajes de votos
obtenidos en anteriores procesos electorales.
Hoy, pasado año y
medio de las llamadas primarias organizadas por la MUD hay una importante
cantidad de municipios que presentan 2 o más candidatos opositores, hecho que
tiene al menos dos interpretaciones: existe desconocimiento de la voluntad de
quienes apoyan su opción, o los acuerdos alcanzados no han logrado consolidarse
en el tiempo. Emerge una vez más la figura del votante, figura que participa
ahora en una elección que pretende ser evaluada por algunos bajo el código de
un plebiscito, plebiscito al Gobierno nacional e incluso plebiscito a los
dirigentes de la MUD. En ambos casos esa lectura es más coyuntural que
estructural, lo que permite vislumbrar dificultad para ganar espacio y
permanencia en el debate político posterior a las elecciones de diciembre.
Realidades
locales
Plantear líneas de acción dirigidas a la solución de
problemas reales propios de las regiones, reconocidos y expuestos por los
habitantes de las localidades, es un escenario distinto al que se observa
cuando desde el centro (ya no sólo geográfico, también partidista o gremial) se
instala un filtro que determina, a juicio de los que desde lejos parecen
imponerse como defensores de los votantes, una lista de necesidades y establece
prioridad a la hora de hacerles frente.
Municipios
fronterizos con Colombia presentan una dinámica distinta a aquellos que limitan
con Brasil, y si bien es cierto que comparten algunas características (no se
pretende aislar realidades que hagan de las entidades locales islas sin
articulación), no es imaginable un plan único de desarrollo para ambos. Otro
ejemplo lo constituyen los Municipios que se consideran industriales o los turísticos,
que para acercarse al óptimo aprovechamiento de sus capacidades requieren ser tomados en serio. No desde la
retórica de vanguardia o trinchera, dependiendo de su aparente preferencia de
opción política, se alude a la seriedad que permita distinguir opción de voto
de proyecto político, y desde allí trabajar no sólo para la gente, la idea es
trabajar con la gente.
La intencionalidad
de mancomunar esfuerzos no se da por decreto, está visto que requiere intentos
previos a la realización de elecciones, necesita a su vez honestidad de todos
los involucrados, pensar a mediano y largo plazo, y es un ejercicio que demanda
tomar posición crítica ante filiaciones políticas y modos relacionales en los
que se busca afianzar intereses propios o sectoriales por encima de los
interese generales.
El fortalecimiento
del desarrollo local está en manos de los habitantes, de allí la conveniencia
de articular esfuerzos para situar en primer plano lo común, y sin restarle el
valor a las opciones partidistas de los individuos, hacer una responsable
detección de necesidades, plantear un serie de posibles soluciones y ganar cada
vez más en el sentido de colectividad, lo cual permitiría pensar en regiones
fuertes desde la identidad y el horizonte compartido.
No son los
gobiernos regionales y municipales, mucho menos el gobierno central, los
responsables de establecer las necesidades o carencias de las localidades, son,
eso sí, los responsables de garantizar la canalización de los proyectos que de
forma articulada presentan sociedad civil, organizaciones gremiales y partidos
políticos. Desde esa lógica se avanza hacia el accionar de administraciones con
menos asistencialismo, por tanto más sujetas, realmente, a la observación y
supervisión de una sociedad que va ganando protagonismo efectivo.
En
la dirección equivocada
Ante unas elecciones de Alcaldes y concejales lo que
se muestra como deseable es, que los planes, estrategias, formulación de
presupuestos; en fin, el horizonte de la administración pública, esté pensada
en la realidad local y proyectada a potenciar las bondades propias de cada
región, sean estas geográficas, demográficas, culturales, deportivas,
históricas, entre otras.
El paso inicial
hacia ese objetivo es conocer el pulso local, manejar con claridad las
distintas variables de la vida diaria del territorio y sus habitantes. Claro
está que para ese manejo y esa visión se requiere, ineludiblemente,
trayectoria, kilómetros recorridos y horas invertidas en la conformación de un
ideario en el que las fortalezas se potencien y las desventajas se trabajen
para reducir su impacto.
En un ejercicio de
lógica elemental queda expuesta la conveniencia de que los individuos, colectivos
y demás grupos constituidos que hacen vida en las regiones sean quienes lleven
la voz cantante en las propuestas que consideran idóneas para sus respectivos
territorios; dando a las organizaciones políticas el papel de encausarlas
mediante la articulación de planes que en un primer momento forman parte de una
campaña electoral, y en segunda instancia, de ser electos, serán la razón de
ser de su gobierno.
Resulta poco
alentador observar que la ruta que se toma es la contraria a lo anteriormente
expuesto. Partidos políticos y grupos de poder, cada uno a su estilo y
dependiendo de los recursos humanos y económicos con lo que cuenta, se toman la
atribución de sentirse predestinados para iluminar a las personas sobre cuales
son sus propias necesidades. En tal escenario es frecuente escuchar frases que
incluso con cierto dejo de lástima por el otro, a manera de quien siente pena
por el atraso ajeno, instalan la versiones que según ellos deben ser aceptadas
y compartidas por la colectividad, ya que de lo contrario sólo se puede ser o
un ignorante, o un enemigo. Aquel ciudadano que se ha minimizado al estado de
votante, queda en último término reducido a ignorante o enemigo.
Ante
todo, ejercer el derecho
Pese al carácter utilitarista en el que se puedan
desarrollar las elecciones, y más allá de la manipulación que a través de ella
intenten ejercer algunos actores políticos, el ir a votar representa, aun en
las actuales condiciones, una oportunidad de expresarse, de decir presente, de
reducir la posibilidad de dejar en manos de otros lo que a todos atañe por
igual.
Parte del reto de
las sociedades democráticas está en asumir las responsabilidades colectivas sin
negar el valor de lo individual. Es en esa clave donde lo electoral alcanza su
mayor envergadura, demostrando la capacidad de fijar la posición individual
(preferencia a la hora de votar) asumiendo que el resultado en sí mismo no es
parámetro para sentirse excluido o privilegiado, ya que la ciudadanía debe
sobrepasar a la militancia política.
Entender el acto
comicial como tarea de un ciudadano que ejerce uno de sus derechos, es distinto
a situarse frente al mismo como quien va, con agradecimiento y sumisión, a ser
el participante marginal en un evento del que realmente debe ser el
protagonista, tanto en su desarrollo como en lo posterior a la jornada
electoral.
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