Por Ángel
Oropeza, 09/10/2013
@AngelOropeza182
La historia nos enseña cómo en
momentos de fuertes cambios o de crisis sociales, los rumores aumentan porque
ante la incertidumbre y los huecos de información, se inventan cosas para
llenarlas. En otras palabras, ante la angustia surge la distorsión. Ahora bien,
así como los rumores pueden ser originados por situaciones de incertidumbre y
falta de información, también pueden constituirse en herramientas intencionales
de estrategia política, para provocar situaciones que, de lo contrario, no
ocurrirían.
Los primeros estudios
sistemáticos del fenómeno de los rumores se realizaron en Estados Unidos,
debido a la proliferación de éstos durante la Segunda Guerra Mundial y los
efectos negativos sobre la moral de las tropas. Revisando los documentos de las
bases de la propaganda política y de guerra de los nazis, redactados por
Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, se encontró cómo los
nacional-socialistas hicieron del rumor una estrategia de guerra para desorientar
al enemigo, engañar a las poblaciones que iban a invadir y crear falsas
expectativas de triunfo en sus propias tropas. Estos documentos establecían que
la propaganda debía afectar la acción del enemigo de dos maneras fundamentales:
1. Suprimiendo informaciones
que pudieran ser útiles al adversario, y sustituirlas por rumores e
imprecisiones que le distrajeran de su objetivo.
2. Difundiendo abiertamente rumores cuyo contenido o tono condujera al enemigo
a elaborar las conclusiones deseadas por los propios originadores del rumor.
Los nazis hacían así un juego doble con la verdad, manipulándola y escondiéndola a través de rumores y falsos informes, pero siempre buscando obtener un beneficio político a su causa.
Los nazis hacían así un juego doble con la verdad, manipulándola y escondiéndola a través de rumores y falsos informes, pero siempre buscando obtener un beneficio político a su causa.
Según Jean-Noël Kapferer,
autor de "Rumores, el medio de difusión más antiguo del mundo", en
el arsenal de instrumentos de la guerra política, el rumor goza de varias
ventajas. En primer lugar, evita mostrarse al descubierto. La fuente permanece
oculta, inaprehensible y misteriosa. Nadie es responsable, pero todo el mundo
está al corriente, porque sobran los portadores voluntarios o involuntarios del
mensaje. Además, el rumor no requiere pruebas. La opinión pública se construye
más a partir de impresiones que de hechos, por lo tanto, a veces un rumor basta
para generar creencias y actitudes. Finalmente, el rumor no cuesta nada: es un
arma política sin un costo directo.
Durante las últimas semanas en
nuestro país, hemos sido testigos de una extraña y repentina aparición de
rumores sobre la estabilidad del gobierno, sobre la supuesta inminencia de su
caída y sobre presuntos movimientos militares de todo tipo. La gente cita
pretendidas informaciones provenientes de las fuentes más diversas –y, por
supuesto– imposibles de corroborar, que no sólo han hecho reaparecer el
tristemente recordado consejo de "compren comida, por si acaso", sino
que han impregnado el ambiente nacional de un asfixiante y nauseabundo hedor
militarista.
Cualquiera que tenga dos dedos
de frente, o posea un mínimo conocimiento sobre cómo se bate el cobre en la
política venezolana, se dará fácilmente cuenta que esta ola de rumores, dado su
efecto sobre la conducta de los venezolanos, sólo puede tener un origen, y está
en las elegantes oficinas de los asesores cubanos del débil gobierno del
madurocabellismo. ¿Por qué? Simplemente porque el rumor militarista alimenta la
abstención en las filas opositoras, justo cuando más lo necesita el gobierno,
que conoce muy bien las encuestas y la realidad de las calles, y sabe que si la
gente sale a votar el próximo 8 de diciembre, y canaliza a través de una
participación electoral masiva su legítima indignación ante el caos en que la
dupla Maduro-Cabello los ha obligado a vivir, al gobierno le espera una derrota
tan aplastante que estará abriendo las puertas para viabilizar una salida
democrática y constitucional a la crisis. Frente a este peligro, y a semejanza
de las estrategias goebbelianas, se lanzan rumores que buscan paralizar a la
gente, sacarla del estado organizativo y llevarla a un estado psicológico
pasivo-expectante, donde se refuerza el pensamiento mágico de las soluciones
fáciles y voluntaristas, y se retrotrae a la población a estadios fantasiosos
alejados de la realidad. Nadie va estar pensando en organizarse ni en elecciones
en ese estado. La apuesta del gobierno apunta desesperadamente en esa
dirección.
La oposición no tiene ninguna
intención de abandonar la que ha sido la única estrategia exitosa de los
últimos 15 años: apostar todo a la organización popular, la acumulación de
espacios de poder y la insistencia en la vía electoral como instrumento de
cambio social. Nada ni nadie la va a sacar de ese camino. Dejemos al gobierno
solo con sus rumores, y no le hagamos el juego a quien sólo merece ser vencido
como lo hacen las grandes naciones: en las urnas y a punta de pueblo.
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