Por Tito La Cruz*, 01/10/2013
El Gobierno no hace las políticas que debería en materia social, pero impulsa misiones en diferentes áreas que vienen a hacer sus veces. El autor de este artículo se pregunta si es conveniente lanzar una misión y no hacer una política social macro para la atención, por ejemplo, de los adultos mayores. En fin, las misiones se centran en dar asignaciones económicas o materiales, no en el fortalecimiento de las capacidades
De acuerdo al Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, 2011 cerró con un aumento del 60,5% de protestas públicas en relación a 2010, registrando aproximadamente un total de 5 mil 300 protestas. La mayor parte de ellas tienen por origen reivindicaciones laborales, necesidades en materia de habitabilidad, inseguridad y fallas del sistema educativo. Ciertamente muchas de estas protestas se relacionan con el clima de conflictividad política y la erosión de las garantías constitucionales, pero también son parte de la profunda insatisfacción social existente.
En
Venezuela aún persisten niveles considerables de pobreza. En las cifras
oficiales se hace referencia a la reducción de la pobreza (del 55,6% de hogares
pobres en 1997 al 27,4% en el primer semestre de 2011); sin embargo, es una
medición unidimensional de la pobreza: mediante el ingreso del hogar. Varios
estudios señalan que esta reducción de la pobreza está más relacionada con la
redistribución del ingreso petrolero mediante los mecanismos tradicionales del
mercado antes que con una acción pública destinada a la reducción de la pobreza.
En consecuencia, su reducción es más parte de un efecto secundario de los
ingresos petroleros que de un fortalecimiento de las capacidades de las
familias venezolanas para su autosustentación.
Las mediciones multidimensionales de la pobreza,
como el NBI, señalan que la variabilidad de los niveles de pobreza en Venezuela
es mucho menor de lo expresado por la medición de línea de ingresos (28,2% de
hogares pobres en 1997 a 21,2% de hogares pobres en el 2011). Si observamos los
datos de pobreza extrema, notamos que ésta apenas ha variado del 9,7% de
los hogares en dicha situación en el año 1997 a 6,8% de los hogares en el año
2009. Si consideramos la medición integrada del NBI y de la línea de
pobreza, se tiene que los pobres crónicos (pobres por ambas formas de medición)
pasaron (del año 1997) de 23,8% de la población a 11,8%. Sin embargo, la
pobreza estructural, que era 5,3% de la población en 1997, para el año 2009 fue
de 11,9%.
En este contexto persistente de pobreza y de
inequidad social, cinco misiones sociales han sido anunciadas al cierre de este
año. Lo primero que puede decirse de ellas es que reconocen la constante
presencia de problemas sociales que, a más de una década del actual Gobierno,
siguen sin tener una respuesta sólida en materia de políticas públicas. Los
cinco problemas donde se focalizan estas grandes misiones no son nuevos: embarazo adolescente y pobreza para la Misión Hijos de Venezuela, tercera edad para la Misión Amor Mayor, empleo para la Misión
Saber y Trabajo, vivienda para la Gran
Misión Vivienda y finalmente, para la alimentación y la
agroproducción, Misión Agro Venezuela.
Estas dos últimas son en cierta manera reformulaciones de misiones anteriores.
La Gran Misión Vivienda sustituye la anterior Misión Villanueva que ha pasado
por los nombres de Vivienda y Hábitat, entre otros. La Gran Misión
AgroVenezuela, que se orienta a la seguridad y soberanía alimentaria mediante
el apoyo a la producción agrícola, pareciera ser la heredera de la Misión
Zamora y articularse con la Misión Mercal. Nos referiremos por los momentos a
las tres primeras que incumben directamente al tema social.
Lo
que hay detrás de las misiones
El embarazo adolescente es un problema de larga
data en Venezuela y sobre el cual se ha insistido desde hace mucho tiempo.
Desde finales de la década de los años ochenta la tasa de fecundidad de la
población femenina entre 15 y 19 años se ha resistido a disminuir, mostrando
incluso algunos aumentos desde entonces; en contraste, la tasa global de
fecundidad ha venido, de manera sostenida, reduciéndose. Por tanto, el problema
no es nuevo. Según algunas cifras, aproximadamente 23% de los partos que se
producen en el país tienen como madre a una joven menor de 19 años. Del total
de partos de madres menores de 19 años, casi 6% se corresponde con madres
menores de quince años. Esto coloca a Venezuela como el país con la mayor tasa
de embarazos adolescentes en la región. Algunos estudios en Venezuela, y los
datos son cónsonos con los de la región, indican que estas madres adolescentes
suelen provenir de estratos pobres, no tienen presente a la pareja, dependen
del hogar maternal y suelen no asistir a la escuela y tampoco tienen trabajo.
Por tanto, el lanzamiento de la Gran Misión Hijos de Venezuela, si bien aplica
eso de mejor tarde que nunca, es bien recibido. Esta Misión se orienta tanto a
madres, adolescentes o no, en situación de pobreza como a los hijos menores de
18 años en situación de pobreza y las personas con alguna discapacidad sin
límite de edad. Si bien es importante el apoyo económico a las madres
adolescentes, no es la solución a un problema muy complejo que se relaciona con
factores como las oportunidades de desarrollo de las mujeres jóvenes, la
sexualidad, el acceso a medios anticonceptivos, incluso con la violencia y el
maltrato sexual. Por ahora se anuncian elementos de acompañamiento educativo,
social y productivo, pero no están formulados. La ausencia momentánea de estos
componentes llama la atención en un programa de este tipo dada su importancia.
Además de ello, la inclusión poco diferenciada de poblaciones como las madres
adolescentes y las personas con discapacidad en una misma misión es señal de
una formulación no apropiada de ésta. Las personas con discapacidad requieren,
así como las madres adolescentes, de una política pública en particular.
Ciertamente, la Gran Misión Hijos de Venezuela se plantea un objetivo
ambicioso, la reducción de la pobreza extrema; sin embargo, eso es más un fin
propio de toda la política social que de un programa específico.
Quiénes han abordado el tema de la transición
demográfica en Venezuela saben, con bastante certeza, que dentro de unos 35
años uno de cada cinco venezolanos serán mayores de sesenta años. Este proceso
de envejecimiento de la población lo viven, de una manera u otra, todas las
sociedades con un mínimo nivel de modernización. Las implicaciones de este
proceso son serias y actualmente las afronta buena parte de las sociedades más
desarrolladas que ya presentan estas proporciones de poblaciones de la tercera
edad. Una de las implicaciones más importantes se puede ver en dos caras de la
misma moneda: una mayor carga económica para los hogares donde parte de sus
integrantes pasen a la edad de la jubilación y la proporción de personas en
edad productiva sea relativamente baja y, por otro lado, los costos en materia
de atención social para brindar a esta población la seguridad y los servicios
sociales que se merecen, sobre todo en salud. La Gran Misión en Amor Mayor
responde a un problema real de la sociedad venezolana y sin embargo abre
algunas preguntas. No hay que dudar de la necesidad de incorporar en la
seguridad social a las personas que no han cotizado, sobre todo al tratarse de
un país con altas tasas de informalidad en las poblaciones más vulnerables. La
Ley de Seguridad Social de 2002 prevé ya un régimen prestacional de servicios
sociales al adulto mayor sin capacidad contributiva. De hecho, es más ambiciosa
pues incluye la participación en actividades laborales, la atención
domiciliaria, la atención institucional y turismo y recreación para los adultos
mayores. La duda que nos asalta es sobre la necesidad de lanzar una misión y no
hacer una política social macro para la atención de este sector de la sociedad.
Trabajo
para regalar
La importancia del trabajo como generador de
bienestar social mediante la autosustentación de los hogares está bien
establecida. En este sentido, la existencia de una misión para este tema
también es bien recibida. Aun cuando solamente está anunciada, siendo que
realmente arrancó en la segunda quincena de enero, algunas cosas preocupan
sobre el alcance y el impacto de la misión. El objetivo es la creación de unos
3 millones de puestos de trabajo en los próximos siete años para dar respuesta
a las 800 mil personas que se encuentran sin empleo. Es de suponer que la cifra
de 3 millones responde a un diagnóstico, el cual se desconoce, que implica
tanto los desempleados actuales como la incorporación de nueva mano de obra por
la vía del crecimiento demográfico como personas que, teniendo edad para el
trabajo, se desplacen desde otras actividades hacia el mercado laboral. Sin
embargo, la misión se orienta solo a la creación de puestos de trabajo en
proyectos del Gobierno, no a la capacitación laboral o al fortalecimiento de
sus condiciones de trabajo. Preocupa que en este esquema se reincida en la
dependencia de la población ocupada hacia las fuentes gubernamentales de
empleo, sin considerar el fortalecimiento de los empleos en el sector privado.
El problema del trabajo es tanto la creación de puestos de trabajo como el
fortalecimiento de las condiciones de trabajo.
El regreso de las misiones, ahora adjetivadas como grandes, tiene un sello que ha marcado a las misiones sociales desde su inicio:
su uso con fines electorales. Es bien conocido el origen de las primeras
misiones en el ambiente político previo al referéndum del año 2004 y el rol que
tuvieron en recuperar la popularidad del Presidente. Si bien, en teoría, las
misiones no son una pieza clave en este proyecto socialista a favor de las
comunas (lo cual comentamos en el Balance Social del año pasado), pareciera que
el pragmatismo clientelar predomina en tiempos electorales. Cada una de estas
misiones tiene el fin de generar expectativas en este escenario, y por ello es
que cada una se acompaña de grandes movilizaciones para que las personas se
registren y, por tanto, esperen resultados. Por cierto, cabe preguntarse la
necesidad de un registro cuando se viene de realizar un censo nacional de
población y vivienda. Si el fin fuera saldar la deuda de estos problemas
sociales, tendrían otra formulación y otros mecanismos para afrontarlos; las
tres misiones se centran en dar asignaciones económicas o materiales, no en el
fortalecimiento de las capacidades. Son misiones que apuntan a problemas
sociales fundamentales pero que en su formulación carecen de una visión
progresista e integral tanto de la sociedad como de sus problemas y, por lo
tanto, es de esperar que sus resultados tendrán poca sostenibilidad.
* Sociólogo, profesor e investigador del IIES-UCAB.
http://sicsemanal.wordpress.com/2013/10/01/3524/
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