Américo Martín 27 de septiembre de 2013
@AmericoMartin
Tres noticias,
aparentemente inconexas, tienen que llamar la atención de los más
desprevenidos, sobre todo si se las relaciona como partes de un todo.
I
La primera la siente la gente en la
piel, está en el ambiente, ya nadie la discute: el nivel de vida de los
venezolanos ha seguido cayendo a marcha acelerada, especialmente desde que
Nicolás Maduro asumió el más alto cargo del país. La consultora DATOS lo canta
con la ferocidad de las cifras: el ingreso real de los estratos D y E, los más
pobres, aquellos a quienes supuestamente va la carga de bienes de la
revolución, descendió en 13 y 12% respectivamente
La segunda es de una contundencia que
no me sorprende y sin embargo no esperaba, cuando menos tan rápidamente. Lo
hasta ahora anunciado de los acuerdos chino-venezolanos deja expuesto en carne
viva que el socialismo ya no va más. El pomposo gobierno revolucionario, aquel
que acuñó la frase “hecho en socialismo” repetida en forma obsesiva por cada
buen militante del proceso bolivariano para diferenciarse del perverso
capitalismo; ese, ese mismo alfa-omega puesto en el cielo por el propio Hugo
Chávez en verdad nunca salió de la gatera.
Antes de seguir con la tercera
noticia, vale la pena ampliar ésta, por decisiva, por existencial, precisamente
cuando estamos en el umbral de las elecciones del próximo 8 de diciembre.
Resulta que el conjunto de los acuerdos firmados por Maduro y Xi Jinping,
incluido un nuevo crédito por $ 5.000 millones, da cuenta del posicionamiento
de empresas chinas en el corazón de la economía venezolana. Petróleo, minería,
empresas básicas, agricultura, tecnología y aspectos relacionados pondrán a
Venezuela a depender casi orgánicamente de la segunda potencia capitalista del
mundo. Es un intento masivo de ingresar a la globalización, en el marco de un
Estado cada vez más autoritario, por el camino de convertir el territorio en un
emporio de empresas trasnacionales, solo que únicamente chinas. Entrar a la
globalización para unirse al flujo mundial de capitales y tecnologías es una
imperiosa necesidad si se sabe guardar la soberanía. Compitiendo nosotros
también, desarrollando centros propios de investigación y gerencia.
II
Pero en los muchos acuerdos firmados
por Maduro y el gobierno presidido por Xi Jinping, lo que parece consagrarse es una de esas
formas de anacrónica dependencia que la modernidad había ido superando en el
marco de un realineamiento indetenible de potencias y sociedades emergentes.
Las preguntas saltan a la vista: ¿por qué no atraer las inversiones y
tecnologías cualquiera que sea su origen? ¿Acaso –por ejemplo- poner la
extracción de oro y diamantes de Las Cristinas en manos chinas será mejor que
contratar las claramente superiores empresas canadienses? Y lo mismo vale para
la agricultura, minería, industria. ¿Por qué no abrir opciones, beneficiarse de
la competencia, negociar con ellas reciprocidad, reservarse el derecho de
escoger lo mejor?
Se va a imponer un vasto monopolio
que, como los de antigua prosapia, cobrará una influencia política determinante
en el país.
Durante el imperio soviético, la Meca
del socialismo, la antigua URSS –hoy simplemente Rusia- exportó su precario
modelo económico a los países de Europa del Este. Con ellos organizó el Tratado
de Interayuda Económica o COMECON. De ese sistema La URSS fue el sol. Ni más ni menos
China no exportará socialismo a
Venezuela. Le exportará capitalismo. Su exitoso y brillante desarrollo
económico tiene sin embargo una marca: carece de libertad política y sindical.
Nadie entendería que el capitalismo francés o el español o el norteamericano o
el brasileño eliminaran la libertad sindical o la enseñanza libre y plural.
Pero en nuestro caso se trata de capitalismo del chino, el cual, como sus fundadores
han dicho con tenacidad, se autodenomina
“socialismo de mercado”. Vale decir: sistema capitalista en la base,
dictadura del partido en la cumbre del Estado.
III
La tercera noticia puede ser escandalosa
aunque en apariencia inocua. Con su característica falta de rigor, Maduro
–eufórico por la pila de acuerdos firmados- se dio la libertad de reflexionar
en voz alta. En suma lo que dijo o pareció decir fue algo como esto:
¿capitalismo? ¿socialismo? Más bien, estamos ensayando un tercer camino.
Casi quince años fatigando tímpanos
con la cantinela del socialismo. Tres lustros diciendo que el hambre o el papel
toilette no importan, lo importante es la patria socialista, como lo pregonan
jactanciosamente los llamativos carteles que brillan en el metro y en todas las
esquinas. “Hecho en Socialismo” dicen sonrisas plenas.
Y de repente, sin consultarle a la
militancia ni a nadie, el hombre se da la lija de volver con el cuento del
Tercer Camino. Es una piadosa mentira porque en términos de sistema no existe
esa opción. Y es igualmente una burla a su militancia, tan dispuesta siempre a
aceptar hasta la muerte el desgaste del proceso solo porque al final de tanta
penuria los esperaba la Ciudad Prometida del socialismo. ¡Y ahora pareciera
que, incluso como vocablo distintivo del gobierno, el socialismo no irá más!
Exagero, claro, porque así como dice eso, mañana se desdecirá balbuciendo
acusaciones de tergiversación.
La lealtad es un valor estimable. En
nombre del socialismo se tragaron uno a uno los sapos de la corrupción, el
escandaloso asalto a los caudales públicos, la conversión de nuestras urbes en
capitales del crimen, la inflación más alta de América, la sustitución de la
democracia interna por la dedocracia que decapitó las ofrecidas y esperadas primarias
¿Hasta cuándo jugarán con la paciencia
del país? ¿Hasta cuándo vivirán de la candidez de sus leales?
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