ANGEL OROPEZA miércoles 18 de septiembre de 2013
@angeloropeza182
Uno de los fenómenos políticos más
interesantes de los últimos tiempos en Venezuela, es el desgaste y progresiva
decadencia del otrora poderoso movimiento denominado "chavismo".
Luego del fallecimiento de su único líder, el antiguo modelo ha intentado
sobrevivir –ahora bajo la modalidad de "poschavismo"- de la mano de
una clase política no preparada para esa responsabilidad, la cual –para colmo-
carga con dos fardos muy pesados que le impiden siquiera levantar vuelo: uno,
haber sido señalada repetidamente por el líder fundador como culpable de todas
las ineficiencias y corruptelas que se adjudicaban a sus administraciones de
gobierno y, dos, carecer de una contundente legitimidad de origen dadas las
inmensas y nunca resueltas dudas sobre el real resultado electoral del pasado
14 de abril.
Lo cierto es que el poschavismo
pareciera hacer agua por todas partes. La última encuesta IVAD (tan apreciada
por el difunto expresidente) arroja que un 41% de quienes se autodefinen como
chavistas radicales creen que la situación del país es inestable. En un
reciente estudio cualitativo realizado en el municipio Libertador de Caracas
entre personas simpatizantes del PSUV, muchos manifestaron su creencia de que
lo que conocieron como "chavismo" podría estar llegando a su fin en
los próximos años, dada la conducta y dirección política de la actual
dirigencia del movimiento.
La proximidad de las elecciones
municipales del 8 de diciembre ha venido además a agravar la situación interna
de la oligarquía gobernante, pues ha dejado al descubierto las múltiples
fracturas que hoy la caracterizan. No es solo la aparición de una gran cantidad
de candidaturas "rebeldes" a la línea oficial del partido, sino el
abierto desconocimiento y rechazo a la jefatura del
"madurocabellismo".
¿Por qué esta fractura del
poschavismo, al punto que algunos ya hablan de una inevitable decrepitud de su
fuerza política de incidencia? La respuesta no está limitada sólo a los
escandalosamente pésimos indicadores de gestión de la dupla Maduro-Cabello. Si
bien ello ha contribuido al acelerado debilitamiento de las simpatías por el
oficialismo, la razón esencial es más de naturaleza histórica y psicológica.
En Venezuela y el mundo sobran los
ejemplos de lo que ocurre con los partidos políticos creados desde los
ejercicios de gobierno. Estos partidos suelen ejercer un rol hegemónico y de
preponderancia social mientras esté su líder al frente de la jefatura del
Estado, pero cuando ello deja de ocurrir –como en el caso del expresidente
Chávez- ese papel de supremacía política entra inevitablemente en
cuestionamiento, y la antigua omnipotencia comienza a resquebrajarse.
Además de este factor histórico, hay
una razón de orden sociopsicológico: desde el punto de vista de su formación
estructural, el "chavismo" fue siempre descrito como un movimiento
aluvional, dispuesto no alrededor de unas ideas sino de un hombre considerado
como providencial por sus seguidores. De hecho, siempre se habló de la
existencia de al menos dos sectores –el radical y el democrático -dentro del
mundo oficialista. El llamado chavismo radical, más que un partido político con
raigambre y claridad doctrinal, era una mezcla entre un club de fans de un
caudillo militar iluminado, con elementos pseudo-religiosos típicos de las
sectas y cofradías heréticas. Por su
parte, el chavismo democrático o moderado mantenía con su líder una demostrada
relación transaccional y utilitaria, según la cual se intercambiaban prebendas
por apoyo político, aunque no hubiera una comunión con la ensalada ideológica
oficialista. Pero ambos sectores, el radical minoritario y el moderado, se
constituían no en torno a un cuerpo doctrinal serio ni a razones de naturaleza
histórica, o a intereses, visiones de la realidad, principios, valores, proyectos
y objetivos comunes (como es el caso de los partidos políticos modernos) sino
alrededor de un hombre, quien además demandaba para sí la exclusividad de la
conducción del movimiento y la orientación del mismo. Inevitablemente, la
desaparición de ese hombre no podía generar en un movimiento de este tipo otra
resultante que una progresiva anarquía y descomposición.
Estamos presenciando en Venezuela una
inevitable crisis producto de la caducidad y transformación de las antiguas
lealtades políticas. En el caso específico del poschavismo, esta crisis tendrá
seguramente una expresión de importante mengua electoral el próximo 8 de
diciembre. La única forma que este previsible descenso en la votación
oficialista no acelere la crisis y nos acerque cada vez más a un cambio que
ponga fin al caos del país y a la depreciación de nuestras vidas, es que la
mayoría restante decida no votar y así no aprovechar una oportunidad dorada
para incidir en el rumbo de la historia.
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