Trino Márquez Jue Oct 03, 2013
@trinomarquezc
Nicolás Maduro fue desbordado por la
crisis económica. No sabe dónde ubicarse entre el pragmatismo de Nelson
Merentes y el fanatismo de ese personaje melancólico, pero nefasto, al que sus
propios partidarios llaman el “Monje Loco”, Jorge Giordani, quien, para
desgracia del país, resurgió de las cenizas para volver a jugar un papel
protagónico en la conducción de la economía nacional. Tendría que ser declarado
el enemigo público número 1.
En medio de su inmenso desconcierto
frente a la situación económica que lo desborda, Maduro, asesorado por los
cubanos, ideó la tesis de la “guerra económica”, con la cual pretende
“explicar” la escalada inflacionaria, los cortes intempestivos y prolongados de
luz, el desabastecimiento y escasez de productos básicos y medicinas, la
insuficiencia de divisas y la abismal brecha existente entre el dólar oficial y
el paralelo. La paranoia engendrada por una visión conspirativa de la historia,
armó la respuesta ante la confusión y el desconcierto provocados por la caída
de la producción petrolera y la estabilización de los precios del petróleo
alrededor de los cien dólares el barril.
Con el viejo ardid de vender el sofá,
Maduro y su camarilla busca evitar que se sepa que desde hace quince años la
economía marcha por muy mal camino. Al negar, o en el mejor de los casos tratar
de ocultar, lo que la realidad se encarga de mostrar todos los días, los herederos
procuran encubrir el fracaso total del socialismo del siglo XXI, máximo legado
del comandante fallecido. El delirio paranoide alcanza tales niveles que
consideran un delito informar sobre el desabastecimiento.
Lo mismo ensayaron los comunistas
soviéticos y los de Europa oriental, solo que con otro método un poco más
sofisticado. Diseñaron planes quinquenales que luego de evaluados demostraban
su éxito glamoroso. Durante el período del plan todas las metas se habían
logrado y, algo más extraordinario, sobrepasado. Sin embargo, la gente después
de cinco años estaba igual o peor que antes: sin comida, viviendas,
calefacción, hospitales, agua, autopistas y trasporte público.
Cada aniversario de la revolución
servía para exaltar al Estado socialista, al partido del pueblo y al líder
visionario. Al final toda la farsa se vino abajo. El socialismo colapsó porque
era insostenible. No fueron el capitalismo imperialista, ni la derecha apátrida
quienes lo pulverizaron, sino su incapacidad intrínseca la causa de su eclipse.
A pesar de adulterar la historia y encubrir los hechos, la realidad se impuso.
La gente con sus propias manos derrumbó el Muro de Berlín y tomó pacíficamente
la Plaza Roja, símbolos de la grandilocuencia comunista. Los aparatos
comunicacionales y represivos montados por esos Estados totalitarios no
pudieron impedir que el descontento se desbordara. El engaño y el miedo
funcionaron durante un tiempo, luego no fueron capaces de contener la marea. La
corrupción, la ineficacia e indolencia de esa burocracia corrompida, fueron
barridas por la movilización de la gente. Los comunistas les habían declarado
la guerra a los pueblos que sometían. La gente se hartó de ese dominio y los
expulsó del poder.
Aquí en Venezuela ocurre algo similar.
Los comunistas, en su versión del siglo XXI, declararon la guerra económica
hace casi tres lustros. El ataque ha sido por aire, mar y tierra: han
arremetido contra la propiedad privada industrial y agrícola mediante
confiscaciones y expropiaciones; sometieron a las instituciones económicas del
Estado, especialmente a una básica: el BCV; desarrollaron una legislación
opresiva que desestimula la inversión privada y concentra el poder en manos del
Estado (una de las últimas monstruosidades fue la aplicación de la Ley del
Trabajo) ; redoblaron los controles (de precio, de cambio, de distribución de
alimentos); fortalecieron el carácter punitivo de organismos oficiales, entre
ellos el SENIAT y el Indepabis; acabaron con la meritocracia de los bancos y
empresas públicas -las tradicionales y las recientemente nacionalizadas-
poniéndolas en manos de comisarios políticos del PSUV y del gobierno, quienes
las han destruido y saqueado (lo que queda de PDVSA es un despojo y las
empresas de Guayana fueron arruinadas). No existe arma letal de las utilizadas
por los antiguos comunistas del siglo XX a la que sus pares venezolanos no
hayan recurrido.
La ofensiva comunista, liderada por
Giordani, contra la economía nacional dinamitó el aparato productivo, contrajo
la capacidad de producir bienes y servicios internamente, hizo al país más
dependiente de las exportaciones petroleras y más vulnerable de los vaivenes
del crudo en los mercados internacionales. Si Maduro no sale de Giordani, lo
arrastrará a él y al país al abismo.
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