VLADIMIR VILLEGAS 1 DE OCTUBRE 2013
Al momento de escribir mi artículo de
esta semana me encuentro en la ciudad de Zagreb, hoy capital de Croacia, país
que formaba parte de la antigua Yugoslavia. Vine con el objetivo de conocer la
casa y la ciudad que vio nacer a mi madre, Maja Poljak de Villegas, quien llegó
a estas tierras en plena Segunda Guerra Mundial, huyendo de la persecución nazi
fascista, como ocurrió con cientos de miles de ciudadanos que salvaron sus
vidas y lograron rehacer su existencia en otras latitudes, sin que por ello se
borrara de su memoria el horror sufrido en carne propia.
También tuve ocasión de visitar el
cementerio de la ciudad, donde están enterrados algunos de nuestros
antepasados, víctimas fatales de la ocupación nazi, quienes fueron asesinados
por su condición de judíos. Esta visita a Croacia la tenía postergada desde
hace muchos años y realmente ha sido de un alto impacto en lo personal.
Imaginen ustedes lo que significó para cientos de miles, millones de seres
humanos salir de su país con muy poco o nada, dejar familiares, amigos,
tradiciones, querencias, y hacerlo en medio de una estela de miedo, indignación
y dolor.
Al estar en el interior de la casa en
la cual nacieron mi madre, Maja Poljak, y su hermana Yanka sentí tristeza por
ellas, por mi abuela Klara, a quien no conocí, por mi abuelo Milan, a quien tan
sólo vi una o dos veces en mi vida, y también por otros integrantes de la
familia Poljak que no tuvieron la fortuna de escapar con vida de la pesadilla
nazi. En el patio de la vieja casa, ocupada hoy por una gentil pareja de
jóvenes profesionales que gustosamente nos invitaron a pasar, entendí por qué a
mi madre le costaba hablarnos de su dolorosa historia, por qué no quería ver
las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. “Yo la viví en vivo y en
directo”, nos respondió una vez cuando le dijimos que estaban pasando una en la
televisión. En ese patio no pude evitar conectarme con el dolor que con toda
seguridad llegó a instalarse en el corazón de mi familia materna, como ocurrió
con millones de familias que padecieron los horrores de la locura nazi
fascista.
Intenté imaginar cómo fueron sus
últimos días en esta ciudad, cómo fue que debieron escapar hacia Italia y
llegar a un campo de refugiados para luego abordar un barco con destino a lo
desconocido, y aquí pude enterarme de que mi madre se resistía a salir de
Zagreb. Ya ella estaba vinculada a partisanos antifascistas. Pero la presión
familiar pesaba demasiado. Y al llegar a Venezuela, como lo hemos contado en
otras oportunidades, no perdió tiempo para tomar contacto con luchadores
populares de los cuarenta, y en esas andanzas de lucha ella pudo conocer a mi
padre Cruz. De ahí en adelante les tocó vivir a ambos una larga historia de
persecución, cárceles, miseria y lucha.
Esta vivencia personal, tanto en la
casa donde nació mi madre, como en el cementerio donde están enterrados mis bisabuelos
y otros antepasados, me reafirma en la necesidad de creer en un país sin
exclusiones, que pueda superar el esquema polarizador, que sea capaz de
perdonar, de superar el odio, de pasar de la hipocresía de eso que llaman
tolerancia a lo que es el sincero y honesto reconocimiento del otro, con su
manera de pensar, su posición política, su religión e incluso su raza.
En Venezuela no nos estamos matando
por razones políticas, pero la ausencia de diálogo, la repotenciación de la
polarización y la ausencia de reconocimiento entre quienes ocupan posiciones
dirigentes tanto en el Gobierno como en la oposición nos lleva por la senda
peligrosa de una intransigencia que puede llegar a ser incontrolable. Es
probable que estas posiciones hoy sean rechazadas por ambos extremos, por
quienes creen que se puede construir un país sin el otro. Que la otra mitad,
sea mayor o menor, no hace falta. Pero estoy convencido de que la vida, la
propia realidad pondrá en su sitio tanta prepotencia. No dudo que así será.
Cuando estas líneas lleguen a mis
amables lectores ya estaré cerca de regresar, a continuar con mi trabajo
periodístico y a insistir en la necesidad de crear espacios para que en
Venezuela tenga cabida el diálogo. Sé que a la larga este tema estará de
primero en la agenda de prioridades nacionales para superar los graves
problemas que nos afectan como nación.
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