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miércoles, 2 de octubre de 2013

Polarización y fractura social

Si no ve video siga el link: http://youtu.be/lxOZtOyNkTQ


Carlos Malamud | 30/9/2013

Los populistas latinoamericanos apostaron por la polarización y la crispación social como un mecanismo idóneo para hacer política y movilizar a los suyos detrás de sus grandes objetivos

Ya desde la época del primer peronismo, los populistas latinoamericanos apostaron por la polarización y la crispación social como un mecanismo idóneo para hacer política y movilizar a los suyos detrás de sus grandes objetivos. Rápidamente el propio Juan Perón se encargó de instalar la idea de su identificación con la patria y que todo aquél que no lo apoyaba representaba a la antipatria.

En esta lógica binaria todo era blanco o negro, bueno o malo. Tras la Revolución Cubana la dicotomía se condensó en la fórmula “Patria o muerte”, agregándole un componente necrofílico a la defensa de la causa. Posteriormente otros líderes políticos siguieron este camino, siendo Hugo Chávez uno de los alumnos más aventajados de la doctrina peronista y castrista a comienzos del siglo XXI. De este modo se estaba con Chávez o contra Chávez, y todos aquellos que no apoyaban al comandante eran por definición no sólo antirrevolucionarios (o contrarrevolucionarios en el peor de los casos) sino también prooligarcas y proimperialistas.


Si bien por este camino se consigue alcanzar importantes objetivos, el precio a pagar en términos de fractura social se vuelve cada vez más insoportable y las heridas causadas muy difíciles de cicatrizar. No se trata únicamente de un enfrentamiento de clase contra clase, como se decía en términos marxistas, sino que la daga de la división va mucho más allá y su filo se hunde sangrante en el seno de las familias y también de grupos de amigos. En Argentina tuvieron que pasar dos o tres generaciones tras la caída de Perón en 1955 para que una mitad de la sociedad aceptara a la otra mitad con cierta normalidad. Y en Venezuela todo indica que se va por el mismo camino.

Estas cuestiones fueron presentadas adecuadamente por la cineasta venezolana Mariana Rondón, ganadora de la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián por su película Pelo Malo. En una entrevista concedida a El País, Rondón dice que su obra surge de una sensación de “de dolor y ahogo” provocada por la situación imperante en su país: “Llevo mucho tiempo asfixiada por esos pequeños gestos, por esas cosas que pasan en la vida diaria venezolana, cómo el contexto social se ha metido en las familias, los amigos, creando una pequeña violencia que puede parecer chiquita, pero que suma y suma”.

Pero Rondón va mucho más allá a la hora de describir la gravedad de lo que ocurre: “No me gusta la polarización de mi país. Quiero que gente muy diferente encuentre ese lugar para charlar. En esta radicalización que me preocupa mucho hemos perdido los sitios de encuentro. No me puedo creer que no haya marcha atrás. Cada vez nos hacemos más daño y nos hundimos más. Cada vez el otro, por no tener la misma idea, es más enemigo. Y a mí nadie me dijo que esto era una guerra, solo íbamos a unas elecciones. Paremos. Hay un dolor inmenso. De un acto político, un referendo, hemos pasado a un acto de fe, de ideas”. ¿De quién fue la responsabilidad? Toda de Chávez. Cuando dijo eso de que quien no está conmigo está contra mí nos sentenció a esta guerra. Y Maduro sigue el mismo camino. Paremos, construyamos un país, construyamos una vida”.

Quizá la idea más grave que desarrolla Rondón es la de que fue Chávez, al decir que quién no está con él está contra él, el responsable de la sensación bélica que impera y divide al pueblo venezolano. Por eso, mientras se insista en recorrer ese camino, y Nicolás Maduro con cada nueva declaración se ratifica en seguir marchando por ahí, no habrá alivio para nadie.

Pero éste no es un problema que sólo afecta a Venezuela. Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y Cristina Fernández se empeñan en conductas similares. De este modo no hay lugar para la política, en la medida que la política es la forma de solucionar los conflictos sociales pacíficamente y mediante el diálogo entre los partidos. Evidentemente esto no excluye la movilización, pero si el manido recurso, del que se abusa demasiado últimamente, la descalificación del otro. Decir que la oposición es golpista porque quiere ganar las elecciones es cerrar todas las puertas y ventanas a la política.


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