Por Angelica Alvaray, 01/10/2013
@aalvaray
La situación que estamos viviendo en
Venezuela es sin lugar a dudas muy grave. El sistema productivo está
paralizado, la inflación desatada y el desabastecimiento no cede. Hay una
sensación de caos, de estar ya traspasando otros límites, más allá de la falta
de gobierno, de la corrupción, de la ineptitud. Varias personas señalan, no sin
razón, que la situación es tan crítica que se parece a los días antes del
caracazo, cuando el desabastecimiento y la falta de respuestas del gobierno
desembocó en un estallido social, del cual solo cosechamos los muertos y el
miedo a subir la gasolina, pues los políticos piensan que esa fue la causa y no
el síntoma de un desarreglo mucho más profundo en la sociedad, que abarcaba a
los transportistas en su afán por cobrar más allá de lo adecuado, a los
empresarios acaparadores de la época y al gobierno que aupaba las marramucias
de funcionarios corruptos, que se hacían con dólares de Recadi para venderlos
en el mercado negro a diez veces su precio, sin importar si eso causaba desabastecimiento
e inflación.
Ese cuadro, pintado así, se parece por
supuesto a lo que estamos viviendo, con la diferencia que hoy el empresario mayor
es el Estado, es el dueño de las industrias, el que tiene los dólares para
importar, el que controla toda la red de distribución de los alimentos –tanto
la estatal como la privada–, es el Estado es el que controla puertos y
aeropuertos –a través de una empresa mixta con el gobierno cubano–, puertos y
aeropuertos por donde sale droga y entra mercancía vencida, comprada con
dólares Cadivi para ser distribuida luego en esa red de alimentos y artículos
de primera necesidad.
Lo más grave es la actitud enfermiza del
gobierno, que pretende tapar lo que sucede con su doble discurso. Por una parte
quiere controlar el mensaje: lo importante es que tenemos patria, lo que falta
es mejorar algunos “detalles”. Trata de levantar su imagen ante el “pueblo”,
reconociendo parcialmente que los problemas existen, están ahí. Pero la
realidad es más terca que las intenciones. Apenas comienzan a tratar de cambiar
el rumbo del Titanic, el innombrable se dispara, la escasez se acentúa, ocurre
uno de los apagones más grandes de la historia, y continúan las protestas a
nivel nacional: en las cárceles, en las industrias, los profesores
universitarios, los médicos, los maestros, los obreros de Sidor, hasta los
motorizados.
Entonces aparece la otra cara del gobierno:
la represión. Bajo esta cara temible y oscura el gobierno viene haciendo lo
posible para tomar mayor control de todos los aspectos que siente sueltos
dentro de esta “democracia”: Asfixia a universidades y centros educativos;
amordaza a los medios de comunicación –a través de compras efectuadas por
testaferros opacos, cuyo capital es de dudosa procedencia, de cadenas contínuas
y con el ya anunciado “Noticiero de la Verdad”, que será de obligatoria
transmisión en horario estelar por todos los canales–; mantiene amenazas de expropiación
a empresas, sean estas de alimentos, clínicas privadas, supermercados o
colegios y continúa la estrategia de criminalización de la oposición. Como
hecho reciente la semana pasada el CICPC encerró e interrogó durante horas a
los expertos en el sector eléctrico, por el pecado de haber opinado sobre las
causas del apagón que hubo hace unas semanas, acusándolos de saber “demasiado”,
pues la tesis del gobierno es que hubo sabotaje.
Ni el discurso de eficiencia ni la represión
han funcionado para volver a echar a andar la economía, el aparato productivo
no se arranca como quien empuja un carro para que prenda: la persona que está
al volante tiene que saber manejar, y aquí parece que no solamente no saben
sino que a nadie le interesa. Se trata de seguir dándole palos a la piñata,
exprimir un poco más el fondo chino para pasar el rubicón de las elecciones de
diciembre y después será salvese quien pueda.
Este gobierno hizo aguas hace rato y el país
cae en barrena. La única forma democrática de cambiar el rumbo es lograr una
mayor organización en las fuerzas de oposición para asistir en masa a las
elecciones de diciembre. No podemos dejarnos amedrentar, no debemos dejar de
opinar. Cualquier otra salida puede ser lamentable.
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