Américo Martín 4 de octubre de 2013
@AmericoMartin
I
Cuando la palabra se devalúa hasta
extremos irreconocibles, la interpretación de la conducta debe basarse en el
reconocimiento de señas y señales. No
voy a especular sobre las varias maneras de definir lo que se llama criterio de
la verdad; no es mi intención perderme en nociones especializadas. Me limito a
hablar, en el ámbito del gobierno de Maduro, de la falta de correspondencia
entre el pensamiento, el lenguaje y la evidencia.
La sospecha de que en las esferas
superiores de este gobierno la verdad es un artículo devaluado se ha ido
generalizando e invade incluso amplias esferas del propio campo oficialista. La
escandalosa paranoia de la cúpula del poder, dominada por fantasmas de su
imaginación como el magnicidio, el golpe y la invasión gringa, tuvo
manifestaciones de extrema irracionalidad en la decisión de no asistir a la
Asamblea General de la ONU o en el endurecimiento represivo acompañado de la
tolerancia más extrema frente a las peores formas de corrupción que haya
conocido este país.
Desde que Nicolás Maduro fue nombrado
presidente por el moribundo presidente Chávez y proclamado como tal por el CNE,
el deterioro de la economía y la sociedad se ha intensificado a velocidad de
vértigo. La pérdida de fe en el futuro en armonía con el cisma que separa a las
dos Venezuela ha minado profundamente al
poder y coloca al país en el pico de una crisis inminente.
La situación no admite retardos. El
modelo reinante no da más; se impone la urgencia de un viraje sustancial.
Dentro de escasos meses este problema quedará sometido a criterio de los
electores. Renovarán ellos en su base el poder político
II
En cuanto a virajes no hay mayores
opciones. No existe el modelo socialista imaginado por el presidente Chávez.
Tampoco existe ya el sistema fidelista. Son verdades comprendidas por el mundo.
Si el siglo XX estuvo marcado por la disyuntiva capitalismo-socialismo, el
siglo XXI no tiene en la ecuación el socialismo tal como se conoció desde 1848,
era del célebre Manifiesto, y se puso sobre la mesa en términos prácticos con
la victoria de la revolución rusa de 1917. El capitalismo en su forma original
ha sido sometido a dura crítica, pero el denominado “socialismo real” fue
aniquilado, incluso en los países que por diferentes razones conservan ese
nombre, como China. El problema ahora se enfoca de otra manera, más allá de vistosas
definiciones ideológicas: se trata de la relación entre el mercado, el Estado y
el fenómeno conocido como la globalización, llamada “capitalismo global” por
George Soros, tal vez para subrayar que sin el mercado la globalización es
inconcebible.
China, ya lo sabemos, es la segunda
potencia capitalista del universo, y Cuba –con la bandera de la Reforma izada
por el presidente Raúl Castro- trata desesperadamente de no sucumbir en el
pantano del fidelismo mediante una creciente apertura a la iniciativa privada y
a la masiva inversión extranjera, asociada a las tecnologías avanzadas.
¿Y Venezuela? Para desgracia de sus
habitantes, ha sido el último mohicano en descubrir esa suprema verdad. Si
todavía quiere llamarse socialista e inventar “logros” que nadie ve –cada
maniático con su tema- allá él. Lo que no puede es eludir el imperativo de
desmantelar el monigote construido en tres lustros; transformarlo totalmente en
su base, y hacerlo inmediatamente. El madurismo debe entrar en la odiosa
globalización y en el más odioso mercado. Si no lo hace sucumbe, con el
agravante de que semejante dilema se plantea hoy, no mañana.
III
Si en la cúpula del poder hubiera
mediana lucidez, experiencia y sabiduría para imprimir resueltamente el viraje,
el elevado costo del cambio sería tal vez menos oneroso. Por desgracia el grupo
dominante es de una alarmante mengua intelectual, aparte de seguir enredado en
la telaraña de confusos dogmas. Sonoros espectros que paralizan la actividad
mental. Durante demasiado tiempo el sedicente proceso revolucionario se empeñó
en construir un sistema profundamente excluyente. Negó el diálogo, cerró la
posibilidad de reencuentro, se propuso borrar del mapa cualquier disidencia.
Suponía que por la supuesta superioridad de sus valores la socialización iría
reduciendo a su mínima expresión cualquier forma de resistencia.
Pero la brutal realidad demostró la
inviabilidad del socialismo siglo XXI y la conveniencia de entenderse en alguna
forma con la oposición. El poder debió iniciar una amplia rectificación y
propiciar formas mínimas de convivencia, pero el nido de alacranes alimentado
por el odio le ha impedido avanzar en esta imprescindible dirección.
Por eso el madurismo no es más que el
regreso al libre mercado preservando y acentuando el odio y la persecución. Ha
puesto el territorio nacional a merced del expansionismo chino, cuyas
transnacionales desplazarán las de cualquier otra potencia, así sus ventajas
competitivas puedan ser menos favorables.
El 8D los venezolanos podrán darle
cuerpo a su creciente malestar. Es una oportunidad de oro. Y así como el 14A
fue un viacrucis para los sucesores de Chávez, por las hondas discrepancias que
emergen en su seno difícilmente aceptarían una nueva muestra de que la
oposición no cede, no cesa de crecer.
¿Cómo reaccionará el madurismo frente
a un resultado indigesto? Se verá si puede cumplir las desesperadas amenazas
que ha puesto a volar, y si la nación –ganada para el cambio- lo aceptará.
Pero la pregunta es otra: ¿usará la
Ley habilitante para abolir las elecciones de diciembre? No me extrañaría que
lo intentara. Sería como vender el diván para evitar el adulterio.
Una razón adicional para insistir en votar.
O para comprarse otro diván.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico