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sábado, 12 de octubre de 2013

SEÑALES

Américo Martín 4 de octubre de 2013
@AmericoMartin

I

Cuando la palabra se devalúa hasta extremos irreconocibles, la interpretación de la conducta debe basarse en el reconocimiento de señas y señales.  No voy a especular sobre las varias maneras de definir lo que se llama criterio de la verdad; no es mi intención perderme en nociones especializadas. Me limito a hablar, en el ámbito del gobierno de Maduro, de la falta de correspondencia entre el pensamiento, el lenguaje y la evidencia.

La sospecha de que en las esferas superiores de este gobierno la verdad es un artículo devaluado se ha ido generalizando e invade incluso amplias esferas del propio campo oficialista. La escandalosa paranoia de la cúpula del poder, dominada por fantasmas de su imaginación como el magnicidio, el golpe y la invasión gringa, tuvo manifestaciones de extrema irracionalidad en la decisión de no asistir a la Asamblea General de la ONU o en el endurecimiento represivo acompañado de la tolerancia más extrema frente a las peores formas de corrupción que haya conocido este país.


Desde que Nicolás Maduro fue nombrado presidente por el moribundo presidente Chávez y proclamado como tal por el CNE, el deterioro de la economía y la sociedad se ha intensificado a velocidad de vértigo. La pérdida de fe en el futuro en armonía con el cisma que separa a las dos Venezuela  ha minado profundamente al poder y coloca al país en el pico de una crisis inminente.

La situación no admite retardos. El modelo reinante no da más; se impone la urgencia de un viraje sustancial. Dentro de escasos meses este problema quedará sometido a criterio de los electores. Renovarán ellos en su base el poder político

II

En cuanto a virajes no hay mayores opciones. No existe el modelo socialista imaginado por el presidente Chávez. Tampoco existe ya el sistema fidelista. Son verdades comprendidas por el mundo. Si el siglo XX estuvo marcado por la disyuntiva capitalismo-socialismo, el siglo XXI no tiene en la ecuación el socialismo tal como se conoció desde 1848, era del célebre Manifiesto, y se puso sobre la mesa en términos prácticos con la victoria de la revolución rusa de 1917. El capitalismo en su forma original ha sido sometido a dura crítica, pero el denominado “socialismo real” fue aniquilado, incluso en los países que por diferentes razones conservan ese nombre, como China. El problema ahora se enfoca de otra manera, más allá de vistosas definiciones ideológicas: se trata de la relación entre el mercado, el Estado y el fenómeno conocido como la globalización, llamada “capitalismo global” por George Soros, tal vez para subrayar que sin el mercado la globalización es inconcebible.

China, ya lo sabemos, es la segunda potencia capitalista del universo, y Cuba –con la bandera de la Reforma izada por el presidente Raúl Castro- trata desesperadamente de no sucumbir en el pantano del fidelismo mediante una creciente apertura a la iniciativa privada y a la masiva inversión extranjera, asociada a las tecnologías avanzadas.

¿Y Venezuela? Para desgracia de sus habitantes, ha sido el último mohicano en descubrir esa suprema verdad. Si todavía quiere llamarse socialista e inventar “logros” que nadie ve –cada maniático con su tema- allá él. Lo que no puede es eludir el imperativo de desmantelar el monigote construido en tres lustros; transformarlo totalmente en su base, y hacerlo inmediatamente. El madurismo debe entrar en la odiosa globalización y en el más odioso mercado. Si no lo hace sucumbe, con el agravante de que semejante dilema se plantea hoy, no mañana.

III

Si en la cúpula del poder hubiera mediana lucidez, experiencia y sabiduría para imprimir resueltamente el viraje, el elevado costo del cambio sería tal vez menos oneroso. Por desgracia el grupo dominante es de una alarmante mengua intelectual, aparte de seguir enredado en la telaraña de confusos dogmas. Sonoros espectros que paralizan la actividad mental. Durante demasiado tiempo el sedicente proceso revolucionario se empeñó en construir un sistema profundamente excluyente. Negó el diálogo, cerró la posibilidad de reencuentro, se propuso borrar del mapa cualquier disidencia. Suponía que por la supuesta superioridad de sus valores la socialización iría reduciendo a su mínima expresión cualquier forma de resistencia.

Pero la brutal realidad demostró la inviabilidad del socialismo siglo XXI y la conveniencia de entenderse en alguna forma con la oposición. El poder debió iniciar una amplia rectificación y propiciar formas mínimas de convivencia, pero el nido de alacranes alimentado por el odio le ha impedido avanzar en esta imprescindible dirección.

Por eso el madurismo no es más que el regreso al libre mercado preservando y acentuando el odio y la persecución. Ha puesto el territorio nacional a merced del expansionismo chino, cuyas transnacionales desplazarán las de cualquier otra potencia, así sus ventajas competitivas puedan ser menos favorables.

El 8D los venezolanos podrán darle cuerpo a su creciente malestar. Es una oportunidad de oro. Y así como el 14A fue un viacrucis para los sucesores de Chávez, por las hondas discrepancias que emergen en su seno difícilmente aceptarían una nueva muestra de que la oposición no cede, no cesa de crecer.

¿Cómo reaccionará el madurismo frente a un resultado indigesto? Se verá si puede cumplir las desesperadas amenazas que ha puesto a volar, y si la nación –ganada para el cambio- lo aceptará.

Pero la pregunta es otra: ¿usará la Ley habilitante para abolir las elecciones de diciembre? No me extrañaría que lo intentara. Sería como vender el diván para evitar el adulterio.

Una razón adicional para insistir en votar. O para comprarse otro diván.


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