HÉCTOR FAÚNDEZ 20 DE DICIEMBRE 2013
Con una semana de diferencia,
Venezuela y Chile han tenido elecciones, para elegir alcaldes y concejos
municipales en el primer caso, y para elegir presidente de la República en el
segundo. Sin embargo, a pesar de tratarse de dos países con mucho en común, la
forma como se desarrollaron esas elecciones fue muy diferente. En realidad, las
elecciones presidenciales chilenas, que pudimos ver por televisión, dejaron más
de una lección para el CNE, para nuestros partidos políticos y para el
gobierno.
El primer contraste notable tiene que
ver con la ausencia de una intervención descarada de los poderes públicos en
las elecciones chilenas. Huelga decir que, sin perjuicio de situaciones
aisladas, que son investigadas y sancionadas, los recursos del Estado tampoco están
al servicio de cualquiera de los candidatos. En particular, a diferencia de la
“hegemonía comunicacional” imperante en Venezuela, los medios radioeléctricos
que son propiedad del Estado chileno no están al servicio de los candidatos del
gobierno y deben observar un escrupuloso equilibrio informativo.
Por otra parte, aunque en ambos casos
se trataba de elegir a una persona (un concejal, un alcalde o un presidente de
la República), y no a un partido político, en Venezuela la papeleta de votación
era de gran tamaño, llena de colores y de símbolos de los partidos políticos;
por el contrario, en Chile se utiliza una sencilla papeleta, solo con el nombre
de los candidatos; basta con eso. Es obvio que, con mucha frecuencia, esos
candidatos surgen de los partidos políticos; pero quien va a ocupar el cargo es
una persona, que ha sido elegida no solo por su militancia o por su ideología,
sino por su trayectoria y por su credibilidad. Pero la clase política
venezolana nos obliga a votar por la tarjeta de un partido y no por la persona
que se postula para un cargo de elección popular.
Gracias a Jorge Rodríguez, las
elecciones venezolanas se realizan con toda una parafernalia que incluye
sofisticados equipos electrónicos, muchos de los cuales no funcionan y retrasan
innecesariamente la votación, como nuevamente ocurrió en esta ocasión. Por el
contrario, en Chile los electores no cuentan ni con capta huellas ni con
máquinas de votación electrónica; basta con un simple lápiz y un trozo de papel
con el nombre de los candidatos. Ese procedimiento tan sencillo de los chilenos
no solo ha evitado el pago de comisiones millonarias, sino que ha resultado más
transparente y más confiable que el venezolano.
Los chilenos tampoco han adoptado el
recuento automatizado del CNE y recurren al conteo manual, en presencia del
público y de los medios de comunicación. Aun así, en las elecciones chilenas
las mesas electorales cerraron a la hora prevista, e inmediatamente iniciaron
el recuento público de los votos emitidos. La televisión mostraba las papeletas
mientras estas eran contadas, y rápidamente se tenía el resultado de cada mesa
electoral; paralelamente, sin interrumpir las transmisiones y sin recurrir a
cadenas de radio y televisión, el Servicio Electoral iba entregando resultados
parciales, correspondientes a los votos ya escrutados en todo el país. En menos
de 3 horas, y antes de las 8:00 de la noche, ya se tenía el resultado
definitivo de lo que los chilenos habían decidido con un lápiz. De inmediato,
el presidente de la República llamó a Michelle Bachelet para felicitarla por su
triunfo, y la candidata derrotada, Evelyn Matthei, visitó a la vencedora para
saludarla y desearle éxito en su gestión.
Son dos visiones diferentes de lo que
es una República, y dos formas distintas de tomar decisiones trascendentales
sobre el destino de una nación: con el respaldo de las botas o, simplemente,
valiéndose de un lápiz.
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