Por Eduardo Mayobre, 29/12/2013
A Chile le costó
2 décadas de autoritarismo y otras tantas de pasividad llegar a darle la razón
a la esperanza
Ante la presencia
de esta mujer valiente, quien después de sufrir cárcel y exilio ha sabido
liderar a los chilenos en la transición desde una dictadura militar y una
democracia formal amarrada de manos a un nuevo pacto social que promete no solo
el crecimiento económico sino la igualdad de oportunidades para jóvenes,
mujeres y sectores postergados, renace la esperanza de que vale la pena luchar
por una sociedad más justa.
Chile, con una de
las más limpias tradiciones democráticas de América Latina, debió sufrir
durante 17 años una de las dictaduras militares más crueles e inhumanas de que
haya recuerdo. El general Augusto Pinochet Ugarte, en nombre de unas fuerzas
armadas confundidas y en favor de una plutocracia codiciosa, convirtió la
reacción contra las ansias progresistas de ese pueblo en un régimen
personalista, corrupto y asesino. La seguridad nacional fue su consigna. El
anticomunismo su divisa.
Con tal engaño y
con el apoyo de una oligarquía tradicional que se sentía amenazada por la
revolución pacífica, de empanada y vino tinto, que proponía el presidente
Salvador Allende, se hizo del poder para promover una dictadura que recordaba a
la satrapía de Rafael Leónidas Trujillo en unos de los países más cultos e
institucionales de América Latina. Se trataba de la versión de derecha de la
ecuación líder-ejército-pueblo que el comandante eterno Hugo Chávez quiso
imponer en Venezuela.
Cuando uno intenta
oponerse a la camarilla cívico-militar, que ahora encarna Nicolás Maduro, en
ocasiones le asalta la duda de si acaso está apoyando a una derecha defensora
de viejos privilegios comparable a la que se refugió en el autoritarismo de
Pinochet. Le confunde el hecho de que la arbitrariedad se ha disfrazado de
izquierdismo, a la vieja usanza del arrogante Fidel Castro. Pero cuando observa
que un movimiento cívico y democrático, como el que encarna Bachelet, es capaz
de recuperar y de construir una democracia igualitaria, desde las cenizas en
las cuales había sido sumida, luego de las buenas gestiones de presidentes de
la talla de un Ricardo Lagos, renace la esperanza.
Es posible ser de
izquierda desestimando los cantos de sirena del comando cívico-militar que
ahora nos gobierna. No es necesario creer en las misiones impuestas desde Cuba
para promover la justicia social y luchar en contra de la marginalidad y la
pobreza. Existe una vía civilizada e institucional para avanzar tal como lo demuestra
el triunfo en Chile de Bachelet. No son necesarios la arbitrariedad, el
estancamiento y la inflación para promover la causa de los necesitados. La
fuerza armada no es una fatalidad para someternos sino un apoyo para salir
adelante. El comandante eterno no es alguien a quien admirar sino un
caudillejo, un Maisanta del siglo XXI. Su mirada que ahora nos propone la
propaganda oficial desde los edificios de la misión vivienda es más una amenaza
que un consuelo.
El triunfo de
Bachelet por mayoría abrumadora nos recuerda que es posible luchar por la
justicia y la solidaridad sin necesidad de recurrir al personalismo y la
violencia. Nos aclara que el supuesto sesgo popular del movimiento que se
autodenomina bolivariano es simplemente una impostura. Nos dice que es posible
el avance social sin dictadura.
A Chile le costó 2
décadas de autoritarismo y otras tantas de pasividad llegar a darle la razón a
la esperanza. Nosotros tenemos 15 años en los cuales hemos retrocedido. Hemos
vuelto a las prácticas de un Cipriano Castro. Nos hemos acostumbrado a la
insolencia. Pero se trata de una enfermedad pasajera. De una recaída en las
tradicionales dictaduras del Caribe. Nuestra sociedad no es ya capaz de
soportarla. Por ello no está lejos el momento en que podamos elegir y tener un
liderazgo progresista y democrático, como lo ha hecho Chile. Con ello
pudiéramos reivindicar nuestras posiciones de verdadero socialismo y repudiar
el falso socialismo del siglo XXI con el cual se ha tratado de engañarnos. Así
se le daría una razón a la esperanza, tal como lo propone esa líder
extraordinaria que ha resultado ser la Bachelet. Lo que nos permite desearles a
todos, sinceramente, un feliz año nuevo.
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