Por CARLOS MALAMUD 11 de diciembre de 2013
De entre las elecciones de diverso
tipo que suelen realizarse en sistemas políticos democráticos posiblemente sean
los resultados de las consultas locales, o municipales los más difíciles de
analizar. Esto ha vuelto ocurrir de manera clara en los comicios celebrados el
pasado domingo en Venezuela. Los motivos de esta complicación son variados,
pero todos ellos están ligados a su propia naturaleza.
Para comenzar, hay que considerar las
enormes diferencias existentes en las ciudades más pobladas, que contrastan con
los pueblos pequeños y medianos ubicados en las zonas rurales. En el siglo XIX
se decía que no había política municipal sino administración, debido
básicamente a la cercanía entre los gestores y los ciudadanos, y también a la
capacidad limitada de acción política de los alcaldes, o intendentes, en
comparación con gobernadores o presidentes.
En la Venezuela de hoy la mayor parte
de los municipios del país corresponden a áreas rurales, donde la influencia
del oficialismo bolivariano es aplastante. En situación como las aquí descritas
los incentivos para votar en elecciones de escasa o nula competitividad son
bajos, de modo que la movilización opositora en estas circunscripciones es
mínima, algo que termina redundando en la baja cifra de participación nacional,
58,92%.
De todos modos, como ha señalado Luis
Vicente León director de la encuestadora Datanálisis, una de las más serias del
país, los resultados de estas elecciones municipales podrían medirse de acuerdo
a tres resultados diferentes: 1) el porcentaje de alcaldías conquistados por
unos y otros; 2) el total de votos recibidos por el gobierno y la oposición y
3) el número de grandes ciudades y capitales provinciales conquistado por cada
opción, los “símbolos”.
Según los cómputos oficiales, hechos
públicos por la presidente del poco neutral CNE (Consejo Nacional Electoral),
Tibisay Lucena, el PSUV y sus aliados obtuvieron 5.111.336 votos, el 49,24%,
frente a los 4.435.097 de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) y sus aliados, el
42,72%.
A esto se agrega el órdago lanzado en
su momento por los principales líderes de la MUD, que intentaron presentar los
comicios como un plebiscito en torno a la gestión del presidente Nicolás
Maduro. Dado que el oficialista PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) se
impuso en el cómputo global de votantes es obvio que esta apuesta de Henrique
Capriles y los suyos fracasó. Más allá de la bravata esta opción debe ser vista
también en función del que sin duda fue uno de sus principales objetivos: la
movilización de su electorado más fiel.
Mientras Maduro optó por resaltar sus
mejores resultados en lo referente al cómputo global y al número de alcaldías
conquistadas, la oposición se centró en el número de grandes ciudades donde
triunfaron sus candidatos, muchas de ellas con un alto valor simbólico. La
oposición ganó en las capitales de los estados de Barinas, Carabobo, Lara,
Mérida, Monagas, Nueva Esparta, Táchira, Zulia y el Distrito Metropolitano de
Caracas. Quizá en este terreno, más allá del triunfo en Caracas y en Maracaibo,
una de las victorias más aireada por la MUD haya sido la de Barinas, la ciudad
natal de Hugo Chávez.
También desde las filas opositores se
insistió en comparar estas elecciones locales con las similares realizadas en
el pasado, de modo de poder resaltar los avances logrados, tanto en votos
logrados como en el número total de alcaldías conquistadas. Pese a ello, en
esta oportunidad no se alcanzó el mínimo de 100 a 120 alcaldías que podría
haberse presentado como un éxito.
Más allá de la propaganda lo que sin
duda reflejan los resultados electorales es la permanencia de la alta
polarización que ha caracterizado la vida política del país en los últimos 15
años. Desde el gobierno, por ejemplo, su gestión es acompañada de términos con
un alto contenido bélico y las elecciones son un combate contra la oligarquía
que quiere hacer descarrilar el proceso revolucionario.
La sociedad venezolana sigue dividida
en dos bloques prácticamente iguales, lo que condiciona la evolución futura de
la confrontación política, un concepto más aplicable que el de vida política.
En este sentido habría que resaltar los buenos réditos obtenidos por el
gobierno bolivariano en su lucha, “guerra económica”, contra el
desabastecimiento y la especulación y en la utilización de la figura de Hugo
Chávez. Basta recordar que el mismo día en que tuvieron lugar los comicios se
celebró el día de “la lealtad y del amor por Chávez”
A esto hay que añadir el enorme
ventajismo oficialista, en todos los terrenos. No se trata sólo de la
utilización del dinero público para financiar la campaña, sino también, y muy
especialmente, de los distintos recursos estatales, gubernamentales y públicos
en aras de lograr su objetivo: la victoria electoral y la legitimidad que la
acompaña y que será esgrimida por Maduro tanto en su lucha frontal contra la
oposición, como en su combate más soterrado, pero no por eso menos intenso,
contra algunos de sus compañeros de ruta. En estas circunstancias, con escasos
recursos económicos y con la televisión prácticamente en manos del gobierno, la
labor de los opositores es ardua y complicada.
Tras estos triunfos que consolidarán a
Maduro, al menos en el corto plazo, se imponen ciertos cambios y ajustes que
pueden comprometer su futuro. Si por un lado es bastante probable una
radicalización, al menos discursiva, del proyecto socialista bolivariano, por
el otro son imperativas algunas rectificaciones del rumbo económico, comenzando
por una más que necesaria devaluación del bolívar y la solución al problema del
desabastecimiento, que exige algo más que las tan publicitadas confiscaciones
de productos y locales. No se espera, sin embargo, un aumento del precio de los
combustibles, que si bien es más que necesario es una gruesa línea roja que ni
Chávez se atrevió a cruzar.
Lo importante es ver cómo afectarán
las nuevas medidas, muchas de ellas con un fuerte contenido antipopular, la
gobernabilidad del país y la imagen de Maduro. Frente a ello se alzan al menos
tres escenarios: 1) Maduro consolida su gobierno, relanza la economía, llega a
2019 y es reelecto; 2) la oposición crece y en su momento es capaz de impulsar
un referendo revocatorio que desplace a Maduro del poder y 3) bien desde las filas
de la FAN (Fuerza Armada Nacional) o del propio chavismo (caso de Diosdado
Cabello) se impulsaría un golpe para acabar con la actual administración, que
podría conducir al fin del hasta ahora prolongado régimen bolivariano.
Con el resultado del domingo Maduro ha
logrado ganar tiempo. Dependerá de sus aciertos y errores y de la capacidad de
control y movilización del régimen si Venezuela se desenvuelve en el primer
escenario o comienzan a darse las condiciones para evolucionar a algunos de los
otros dos. De todos modos los tiempos que vendrán serán muy duros para los
venezolanos. De momento, ambos bandos están curándose de sus heridas y contando
las bajas producidas después de la dura batalla… electoral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico