Miguel Ángel Santos 14
de diciembre de 2013
miguel.santos@iesa.edu.ve
@miguelsantos12
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“Era el mejor de los tiempos, era el
peor de los tiempos; la era de la sabiduría y también la de la locura; la época
de las creencias y la de la incredulidad; la era de la luz y también de las
tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.
Estas líneas, con las que Charles Dickens abre su Historia de dos ciudades,
bien podrían haber sido escritas para nosotros y nuestros días. Se me vinieron
a la mente luego de escuchar los resultados electorales del pasado domingo:
cuántas lecturas, cuántos matices, cuántas maneras distintas de contar una
historia sobre los mismos hechos. Acaso como una forma de desahogar mi propia
incomodidad ante la ambigüedad y la incertidumbre quisiera compartir con
ustedes algunas de las cosas que he sacado en claro y las implicaciones que
tienen para lo que está por venir.
A falta de algunas precisiones
finales, los resultados son el reflejo de un país que sigue siendo incapaz de
decidir entre el continuismo chavista y la aventura de la oposición. Ya sea que
se mire a través de los votos directos obtenidos por el Partido Socialista
(44%) y la Mesa de la Unidad (41%); según las alianzas que el CNE nos ha hecho
el favor de calcularnos con base en una fórmula desconocida (49%- 43%), o aun
con las de otros que enfatizan que en ningún escenario el Gobierno ha sido capaz
de superar el 50%; estamos de nuevo frente a dos maneras completamente
distintas de concebir el país. Y que conste que cuando escribo aquí “el país”
no pretendo usar un lugar común para redondear una idea de forma vaga. Me
refiero al país en el sentido más amplio pero también en concreto, una
referencia a todo el conjunto de interrelaciones que conforman nuestros
tejidos. Son dos concepciones diametralmente opuestas en relación con aspectos
fundamentales de nuestra experiencia colectiva, cómo se debe gobernar, qué
debemos producir y cómo debe ser repartido, hasta dónde debe llegar la
responsabilidad del Estado y a partir de dónde empieza el esfuerzo individual.
Detrás de estas construcciones se encuentran fundamentos más abstractos, sobre
los cuales también existen posiciones encontradas.
Una parte de la oposición se siente
inmensamente frustrada por no haber sido capaz de liquidar al chavismo aun a
pesar de la evidente impericia e incapacidad de Maduro. Según esta versión,
resulta increíble que aún después de la explosión de la inflación, la
megadepreciación del bolívar, la escasez, la criminalidad y el estado
generalizado de caos y desgobierno en que ha caído el país, aún no seamos
capaces de superarlos de forma clara. Yo creo que esta manera de ver las cosas
tienen algún mérito y que nos debería llevar, no tanto a hacernos preguntas,
sino a hacerles preguntas y a escuchar, para así ser capaces de entender mejor
qué piensan quienes siguen apoyando al Gobierno aun en estas circunstancias.
Pero hay otra manera de ver las cosas.
Según está segunda versión, la oposición se enfrentó sin recursos, sin medios
de comunicación, sin cobertura televisiva y sin armas, con un gobierno que
controla todo y no tiene ningún pudor en abusar de los recursos del Estado,
incluido el CNE, para sacar ventaja electoral. Desde este punto de vista, haber
vuelto a ser capaces de terminar tablas, habernos mantenido en pie y recuperado
presencia en las principales capitales de Estado del país, era ya de por sí una
tarea ciclópea.
La lectura que se haga de los
resultados del domingo y de la coyuntura política en general será fundamental
para definir la estrategia del futuro. Tengo para mí que si ambas partes siguen
jugando a lo mismo, será difícil conseguir resultados diferentes. La oposición
ha dado un paso al frente dejando atrás el discurso de “somos mayoría” y
reconociendo el hecho público y notorio de que hay que recurrir al diálogo como
herramienta para superar la polarización. Creo que con eso le saca una ventaja
al chavismo, que sigue encerrado en ese rincón donde, como los borbones, ni
aprenden ni olvidan. Aun sin descartar dentro de ese diálogo la opción de
sentarse con el Gobierno, a mí el receso electoral me parecía ideal para
entablar un diálogo con los venezolanos.
El año 2014 será un año económicamente
difícil. La ausencia de eventos electorales nos abre la posibilidad de volver a
esa sección de Venezuela, ese otro país, que sigue sin sentirse atraído por
nuestra oferta electoral. Escuchar, entender mejor sus problemas sin ofrecer
soluciones mágicas, acompañarlos a través de ese vendaval. Visto así, la
propuesta constituyente, cuyo objetivo es capitalizar el fracaso económico de
Maduro a través de otra elección, representa no solo más de lo mismo, sino
además una oportunidad perdida.
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