Fernando Mires 24 de diciembre de 2013
En el principio era el Verbo (La
Palabra, la Lógica)
y el Verbo era con Dios
y el Verbo era Dios (Juan, 1)
No vamos a descubrir recién ahora que
las primeras frases del Cuarto Evangelio, el de San Juan, son de una increíble
belleza poética, incluso musical. O de que su intensidad teológica bordea las
aguas del más insondable de todos los misterios. También estamos informados de
su polisemia, o significación múltiple de sus versos, así como de su entrecruce
judío y griego de donde nació la religión de los cristianos en toda su
abundante flora y fauna. Mas, pienso yo, no hemos extraído todavía de esa
fuente todas las conclusiones filosóficas que ella nos obsequia. Quizás habría
que comenzar a intentarlo. Poco a poco. Primero gracias a la Palabra para
acceder al Logos conducido por el Verbo.
Que en unos textos bíblicos aparezca
la Palabra dando sentido al origen de todos los orígenes, en otros el Logos, en
muchos el Verbo, no es casualidad. Tampoco tiene que ver con el humor de los
traductores de la Septuaginta. De alguna manera la opción semántica está
relacionada con ese momento que induce tomar en nuestras manos la Biblia y
buscar en ella lo que hemos buscado desde que levantamos la cabeza y vimos que
la vida no comenzaba ni terminaba en nosotros.
Para usar un ejemplo personal, a veces
prefiero usar la palabra Palabra, otras la palabra Logos, otras la palabra
Verbo. La preferencia depende de cual es la relación a establecer entre el
presente que me rodea con el infinito que hace de mí, solo la billonésima
fracción de un segundo en el espacio de una vida eterna que no es la mía y al
mismo tiempo sí, también lo es.
Sin duda prefiero la palabra Palabra
cuando trato de leer el texto en su contexto histórico. A ese Juan que revive
el Génesis para comenzar a hablar del Hijo de Dios. “La palabra era con Dios y
la Palabra era Dios” es una frase que nos dice que estamos frente a una
revelación, una que solo se puede expresar con palabras a través del libro de
un pueblo. Mas, cuando quiero acceder al sentido polisémico de la palabra no
puedo evitar la recurrencia al Logos griego, sobre todo al platónico. Ese era
el Logos de Juan.
¿Y antes de la palabra no había Dios?,
preguntará el Logos. No había Dios para nosotros, responde el Logos. Luego Dios
es el conocimiento de la lógica de Dios a través de la Palabra dicha antes de
la Palabra. Sí, porque antes de la Palabra, según el Logos, había la palabra de
Dios pero como Dios está en todos los tiempos, el antes de Dios no puede
existir y luego la Palabra era (solo) Dios. Pero era una palabra todavía no
dada a conocer, o sea, era una palabra no dicha, una des-dicha. Ese es por lo
demás el principio de toda filosofía: No hay Ser sin el conocimiento del Ser.
También es el sentido íntimo del Logos griego según Juan. La palabra era de
Dios, pero el Logos de la Palabra, en cambio, es la palabra de Dios dicha en,
por y en nosotros. Dios a escala humana. Según Juan, Jesús. "El Verbo
hecho Carne" (Juan 1,14)
A través del Génesis del libro judío
accedemos al Logos griego. Al Ser del Saber, pero no al Ser en sí -ese será siempre
inaccesible para judíos y griegos- sino al Ser en el Tiempo, al ser que somos
siendo en relación con la eternidad. Ese Ser-Tiempo, es decir, ese ser que nos
es revelado a través de un "siendo", es un ser en movimiento que
convierte a la Palabra de Dios en un Verbo.
La Palabra es la revelación, el Logos
es el conocimiento de la revelación y el Verbo es el tiempo de la revelación.
La Palabra no es el nombre de una cosa
en sí, es una que va más allá de las cosas, es una palabra verbal, es decir, de
las cosas que están siendo. Permítanme decirlo entonces así: el texto judío nos
dio la Palabra, su conocimiento griego nos dio el Logos, y la unión de la
Palabra y el Logos a través de Juan nos dio el Verbo. ¿No es esta también una
versión del Misterio de la Santísima Trinidad? Así parece. El Padre (La
Palabra) el Hijo (el Logos) y el Espíritu Santo (El Verbo) y un solo Ser, nada
más. El Ser que Es, el Ser que desciende hacia y en nosotros y el Ser que solo
Es, siendo.
"Yo soy el que soy" dijo el
Dios de Moisés a través de la palabra, apuntando ya a la conjugación del verbo
ser. “Nadie puede verme y seguir viviendo” (Éxodo, 6:2-3) La Buena Nueva de
Juan -en cierto modo la alteración que introduce Cristo en el legado de Moisés-
es que a ese Ser lo podemos ver y seguir viviendo, lo podemos ver en la vida,
en el pan de cada día, en el vino de su sangre (Paulo), en nosotros mismos, en
ti cuando te amo y, sobre todo, en el nacimiento, pasión y muerte de Jesús.
Lo que nos quiere decir en fin la
maravillosa obertura del Cuarto Evangelio es que a través de Jesús ha nacido
otro tiempo del Ser. Ese nuevo tiempo es la palabra de Jesús no solo inscrita
en el libro sino viviendo en el Logos de cada ser, en el diá-logo de Jesús, en
su propio Verbo. Esa es, al fin, la palabra de la lógica del Verbo Divino.
A través del Logos de la palabra
griega, podemos, a diferencia de Moisés, conocer a Dios sin necesidad de que se
anuncie en una zarza ardiendo, solo a través de su lógica, gracias a nuestro
pensamiento. Así sabemos que no hay nada más falso en este mundo que la
contradicción entre lógica y fe. Como nunca se cansó de escribir Benedicto XVl,
Dios no es ilógico, Dios no es irracional. Pensar en Dios, por lo tanto, no
solo es posible. Además, no se puede creer en Dios sin pensar en Dios. Dios es
el pensamiento de Dios. La palabra comunicada. La comunión de las almas. “El
pensamiento humano llevado a su más alto grado de abstracción” (Durkheim).
Al comienzo fue la palabra, la palabra
era el Logos y el Logos es el Ser de Dios en el tiempo. Luego, en clave lógica,
la palabra como palabra nació antes de que fuera palabra sin dejar de ser
palabra. Los semiólogos nos muestran en ese sentido un largo recorrido que va
desde la palabra hacia la sílaba, desde la sílaba hacia el fonema, desde el fonema
hasta la más insignificante de sus inaudibles partículas elementales.
Sin embargo, en su expresión literal
en cada uno de nosotros la palabra de Dios no se anuncia a través de su palabra
sino a través de un grito. Cada bebé, por ejemplo, estalla a la vida con un
grito espantoso, uno que parece partir al mundo en dos pedazos. Jesús también
nació gritando. Y Jesús murió gritando, nos recuerda Benedicto XVl, en su
profunda "Escatología". El Logos del grito de Jesús nos dice entre
otras cosas que el Hijo del Hombre amaba a la vida.
Es por eso que cuando sentimos un
dolor o una dicha impronunciable, no hablamos: gritamos. El grito está en los
orígenes de cada ser y de cada palabra. Para los humanos, no para Dios, el
comienzo fue el propio grito. Por lo mismo, cuando gritamos regresamos al
principio de la palabra. Sin ese grito nunca habría aparecido la palabra
humana. La transformación del grito en palabra, de la palabra en pensamiento y
del pensamiento en verbo, son partes de un largo proceso. Dios se nos da a
conocer –para decirlo así- en cuotas.
El camino de la lógica es muy largo,
nunca terminamos de recorrerlo, porque si el Logos es Dios, el Logos no tiene
fin. La fe, en ese contexto, es la parte del camino que no alcanzamos a pensar
durante nuestra breve existencia, sabiendo de modo lógico que el camino es
mucho más largo que el breve curso del pensamiento humano. Esa falta de camino
en lo humano es, en sentido estricto, el pecado original: Lo que falta: No ser
más de lo que somos o de lo que hemos llegado a ser. Muy poco, en comparación
con todo lo que nos resta para ser lo que deberíamos haber sido si no fuéramos
como somos. Eso es.
Habiendo terminado de escribir estas
líneas encendí el televisor. En ese instante un programa transmitía un
reportaje sobre el vuelo de los pelícanos. Miles de pelícanos volaban a lo
largo del espacio sin tocarse entre ellos, en estricta formación, enfilando
rumbo hacia un destino señalado desde hace ya miles, millones de años.
Cada pelícano era en cierto modo una
palabra de Dios. El conjunto era la exacta construcción de un Logos. El vuelo
era el Verbo. Todo eso que hacían los pelícanos estaba pensado antes de que
ocurriera, mientras ocurría y después de que ocurrió ¿Como acceder al pleno
sentido del vuelo de los pelícanos? Mediante la lógica de la fe, no queda otra
alternativa.
La fe no significa la negación de la
lógica sino simplemente imaginar de modo lógico que nuestra lógica no termina
en nuestra lógica aunque esta se haya convertido en verbo. Aunque ese verbo sea
el simple vuelo de los pelícanos. Ese vuelo metafísico es, después de todo y
cuando más, solo un signo del Logos.
Quizás será necesario recordar al
llegar a este punto que Juan no llamó a los milagros de Jesús, milagros. Los
llamó señales (signos). Y que la vida está poblada de signos, nadie lo puede
negar. Para descifrar esos signos necesitamos por supuesto de la Palabra, del
Logos y del Verbo. Más no podemos pedir. Eso es incluso demasiado para
nosotros. Al fin y al cabo no somos más que simples mortales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico