Thaelman Urgelles, publicado el Vie, 13/12/2013
La declaración de Maryann Hanson sobre
la derrota del gobierno en las principales ciudades del país es una muestra
químicamente pura del nazi-fascismo que presta sustento ideológico a la llamada
"revolución bolivariana". Ha dicho Hanson:
"Llama la atención que en las
grandes ciudades es donde perdimos las elecciones. Pudiéramos hacer una
reflexión: en las grandes ciudades es donde se concentra la mayor alienación de
la gente porque la gente se relaciona menos, comparte menos, es menos
solidaria, menos colaboradora, menos cooperativa, tiene menos conciencia del
deber social porque vive como más aislado, vive solo".
No hace falta ser un erudito en
ideologías de ultra-derecha para identificar en esas palabras el más primitivo
pensamiento reaccionario, fundado en el odio hacia lo urbano y el desprecio por
la modernidad. El culto a la ruralidad, al hombre supuestamente puro del campo,
libre de las contaminaciones perversas de la vida ciudadana por su cercanía con
el mundo natural y animal, se desprende en buena medida de las tesis del
pensador suizo del siglo 18 J. J. Rousseau, de cuyo pensamiento abrevaron
diversas corrientes de la modernidad y luego, en no poca medida, el fascismo y
el nazismo.
No así el marxismo, cuyo principal
exponente Karl Marx lo combatió acremente, pues entre otras cosas Marx era un
feroz partidario de la industrialización y urbanización de la sociedad y un
crítico implacable de la ingenua fe en las bondades de la vida campesina. En su
enaltecimiento del obrero, Marx despreciaba al campesino al igual que al lumpen
proletariat, otro de los tótems de los que se nutre el psuvismo. No digo esto
último por ser yo partidario de Marx, que no lo soy en absoluto, sino para
poner de relieve la profunda impostura e ignorancia de estas representantes de
una casta política que se auto-define socialista y marxista cuando su verdadera
vocación y vecindad política se encuentran en el nazi-fascismo.
Es famosa la costumbre practicada por
las juventudes hitlerianas -promovida por el propio Fürher y sus acólitos
Himmler y Goebbels- de irse a los campos de Alemania para insuflarse de la
pureza de sus pobladores y asimilar las atávicas tradiciones germanas que
habrían de alimentar el nacimiento del "hombre nuevo ario". De allí
saldrían los más acerados cuadros de las SS y la Gestapo, conocidos pocos años
después como criminales de guerra.
Más recientemente, es conocida la
raigambre ruralista y antiurbana del Tea Party norteamericano, tendencia en la
que despertaron los más opacos ancestros ultramontanos que se creían
desterrados de esa dinámica sociedad y que hoy amenazan con cancelar muchos de
los avances civilizatorios por ella alcanzados. El cultivo del resentimiento
del campo hacia la ciudad, ese que hoy se percibe y crece en el puritano centro
agrícola de los EEUU contra las “pervertidas” Nueva York y California, coincide
textualmente con lo dicho ayer por la ministra Hanson.
Como si no fuese suficiente la
flagrante confesión fascista de la primera cita comentada, añadió la señora
Hanson, refiréndose a quienes votamos por la oposición:
“… les trituraron el alma… cuatro
millones que no son oligarcas, que no son burgueses, pero que a ellos sí les
trituraron el alma porque les faltó conciencia para saber cómo queremos
estar".
No me detendré en la alusión demoníaca
que hace al identificar al adversario político como una entidad que atenta
contra el alma humana, sino en la última afirmación, la más miserable de todas:
a quienes votaron por la oposición“… les faltó conciencia para saber cómo
queremos estar”. En esta frase queda expuesta la esencia de todos los
totalitarismos, y en este caso también el comunismo: “quienes no están con nosotros
no comprenden la bondad suprema de nuestro proyecto, de nuestro partido y
nuestro líder. No han cobrado conciencia de todo el bien que queremos para
ellos”. Por supuesto, hay que hacérselos entender, y ya sabemos cuáles son los
métodos que emplea el totalitarismo para enseñarnos lo que nos conviene para
alcanzar la mayor suma de felicidad posible.
Todo esto sería ya grave si hubiese
dicho por la inefable Fosforito, ministro a cargo de las cárceles y los
“privados de libertad”. Pero dicho por la encargada (¿lo será realmente?) de la
educación de nuestros niños, sencillamente nos pone los pelos de punta”. Aunque
se quede dormida en la alocuciones presidenciales.
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