RAFAEL LUCIANI sábado 21 de diciembre de 2013
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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Solo habrá felicidad
cuando la justicia y la paz guíen nuestras opciones y actuaciones personales
La actualidad de la
persona, del mensaje de Jesús de Nazaret, va más allá de las creencias
religiosas o las adhesiones políticas. En él se nos revela el paradigma de lo
humano, un modo de ser con el que nos podemos identificar, porque su acción
incluye a todos en una oferta continua de humanización, reconociendo y
potenciando lo mejor de cada uno.
Para lograr esto, Jesús no asume el camino de la monarquía: rechaza ser Rey (Jn
18, 33-37); además no tiene ejércitos ni actúa con violencia (Jn 18,36);
incluso se opone a la opción de los revolucionarios políticos, los zelotas (Jn
18,11), porque entiende que los que matan serán víctimas de su propia violencia
(Mt 26,52). Él no asume el estilo de los representantes religiosos -sacerdotes,
saduceos y fariseos- a quienes reclama por haber abandonado a su pueblo (Mt
9,36), exigiendo culto antes que compasión (Sal 50).
A diferencia de muchos sacerdotes y políticos, Jesús sí sabe tratar a las personas
fuera del culto, en su cotidianidad, donde ofrece un modo de vivir que libera
(Lc 4,18-21). En sus palabras y acciones están los signos de una nueva
humanidad (Mt 14,13-14), siempre discerniendo, con honestidad, los problemas
reales que nos afectan impidiéndonos crecer como sujetos (Mc 8,1-13).
Él se afana por devolvernos el gusto por lo humano y reencontrar sentido en el
servicio al necesitado; no descansa hasta que cada uno sea tratado como «hijo»
amado por Dios y «hermano» de todos. Aquellos que están agobiados, rechazados y
olvidados pueden, así, encontrar esperanza, reconstruir sus vidas. En Jesús,
Dios nos sorprende porque no se muestra como un Dios «de justos y devotos»,
sino de aquellos que «sufren y han sido excluidos» por la religión o la política
(Mt 9,13).
Profeta no es quien predice el futuro o dirige el porvenir humano; en la
tradición bíblica es aquel que actúa como Dios lo haría: anunciando la buena
noticia de salvación con palabras de paz, verdad, justicia, y realizando gestos
a favor de las víctimas. A Jesús no lo mueve el deseo de tener poder para
controlar el destino de las personas, sino la compasión ante lo que padecen los
pobres, olvidados, enfermos y despreciados. A Él le duele la impiedad y hace
todo por sanar el resentimiento, el odio, para devolver la fe en la
fraternidad, en la justicia. Por todo esto, su voz resonará en la conciencia de
los indolentes, que no hacen nada para que las cosas cambien porque viven
cómodamente en sus pequeñas burbujas económicas, políticas o religiosas.
Si no discernimos sus palabras y acciones, podemos convertir a Jesús en un
objeto de devoción o en un discurso político vacío, olvidando que Él nos enseña
que sí es posible construir, aquí y ahora, relaciones similares a las del Reino
de Dios, donde el odio y la violencia queden superados por la solidaridad
fraterna. Pero solo habrá felicidad cuando la justicia y la paz guíen nuestras
opciones y actuaciones personales.
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