FÉLIX PALAZZI sábado 14 de diciembre de 2013
Doctor en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
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La densidad de nuestra esperanza
trasluce la densidad de nuestra humanidad
Un gran escritor ruso, Fiódor
Dostoyevski, escribió una vez: "Vivir sin esperanza, es dejar de
vivir". La esperanza ha sido, frecuentemente, puesta en entredicho;
algunos piensan que es la fuerza que motiva a vivir, otros la ven como una vía
de escape para no afrontar realmente la complejidad de nuestra realidad, y aun
hay quienes dicen que "la esperanza es el peor de los males, pues prolonga
el sufrimiento del hombre".
La lógica totalitaria necesita eliminar toda esperanza, pues una vez que la esperanza ha sido vencida y vulnerada es posible doblegar la voluntad de sentido y la libertad de un colectivo o de un individuo. De esta forma, el totalitarismo logra imponer su lógica y ocupar el lugar que antes tenía la esperanza, y una vez que la lógica fanática se impone, toda esperanza se reduce a las esperas parciales que ésta pueda ofrecer o cumplir. Pero lejos de ofrecer un horizonte de sentido, la lógica absoluta deforma la realidad humana desdibujando su identidad y hundiéndola en la dependencia de las esperas parciales.
En medio de la dureza de la realidad, podemos llegar a consternarnos, lo cual significa que no hemos perdido la esperanza. Cuando la consternación existe, aún hay esperanza. Al perder la capacidad de consternarnos o cuestionarnos, hemos perdido toda esperanza y, más todavía, hemos mutilado de nuestra humanidad la única capacidad que nos permite pensarnos, discernirnos y proyectarnos. La densidad de nuestra esperanza trasluce la densidad de nuestra humanidad y evita, justamente, que ella se desdibuje en la indiferencia, la resignación, la apatía, la fuga, etc.
Nada hay más transformador que la esperanza, por eso, el totalitarista tiene que avanzar doblegando toda instancia de esperanza, pero su intento es vano. La historia nos ha mostrado cómo la misma lógica tiránica tarde o temprano termina devorándose a sí misma y a sus propulsores. La luz de la esperanza, por débil que sea, termina iluminando e impulsando las fuerzas dormidas de nuestra humanidad. El Papa Francisco ha recordado: "vivir con esperanza no es simple optimismo", es vivir activamente en tensión más allá de nosotros mismos.
Al referirse a la esperanza, San Pablo nos recuerda: "estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados" (2 Cor 8, 10). La perplejidad posibilita la espera y abrirnos a la esperanza; sin perplejidad, reinarían la desesperanza y la indiferencia. La esperanza de un creyente es radical, ya que no espera a morir para alcanzar alguna acción divina que transforme su realidad; su esperanza es la de un horizonte siempre abierto a esa trascendencia que los creyentes llamamos Dios. Para los cristianos, ese Dios ha salido a nuestro encuentro, así que la esperanza nos ha encontrado, se ha hecho nuestra carne. Por ello es imposible para los cristianos renunciar a la esperanza, pues al hacerlo negaríamos nuestra propia fe.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/131214/abiertos-a-la-esperanza?utm_source=newsletter&utm_medium=email&utm_campaign=newsEUopi
La lógica totalitaria necesita eliminar toda esperanza, pues una vez que la esperanza ha sido vencida y vulnerada es posible doblegar la voluntad de sentido y la libertad de un colectivo o de un individuo. De esta forma, el totalitarismo logra imponer su lógica y ocupar el lugar que antes tenía la esperanza, y una vez que la lógica fanática se impone, toda esperanza se reduce a las esperas parciales que ésta pueda ofrecer o cumplir. Pero lejos de ofrecer un horizonte de sentido, la lógica absoluta deforma la realidad humana desdibujando su identidad y hundiéndola en la dependencia de las esperas parciales.
En medio de la dureza de la realidad, podemos llegar a consternarnos, lo cual significa que no hemos perdido la esperanza. Cuando la consternación existe, aún hay esperanza. Al perder la capacidad de consternarnos o cuestionarnos, hemos perdido toda esperanza y, más todavía, hemos mutilado de nuestra humanidad la única capacidad que nos permite pensarnos, discernirnos y proyectarnos. La densidad de nuestra esperanza trasluce la densidad de nuestra humanidad y evita, justamente, que ella se desdibuje en la indiferencia, la resignación, la apatía, la fuga, etc.
Nada hay más transformador que la esperanza, por eso, el totalitarista tiene que avanzar doblegando toda instancia de esperanza, pero su intento es vano. La historia nos ha mostrado cómo la misma lógica tiránica tarde o temprano termina devorándose a sí misma y a sus propulsores. La luz de la esperanza, por débil que sea, termina iluminando e impulsando las fuerzas dormidas de nuestra humanidad. El Papa Francisco ha recordado: "vivir con esperanza no es simple optimismo", es vivir activamente en tensión más allá de nosotros mismos.
Al referirse a la esperanza, San Pablo nos recuerda: "estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados" (2 Cor 8, 10). La perplejidad posibilita la espera y abrirnos a la esperanza; sin perplejidad, reinarían la desesperanza y la indiferencia. La esperanza de un creyente es radical, ya que no espera a morir para alcanzar alguna acción divina que transforme su realidad; su esperanza es la de un horizonte siempre abierto a esa trascendencia que los creyentes llamamos Dios. Para los cristianos, ese Dios ha salido a nuestro encuentro, así que la esperanza nos ha encontrado, se ha hecho nuestra carne. Por ello es imposible para los cristianos renunciar a la esperanza, pues al hacerlo negaríamos nuestra propia fe.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/131214/abiertos-a-la-esperanza?utm_source=newsletter&utm_medium=email&utm_campaign=newsEUopi
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