ANGEL OROPEZA miércoles 11 de diciembre de 2013
@angeloropeza182
Desde hace varias semanas advertimos
que, dadas las particularidades de la consulta electoral del pasado domingo 8,
el ganador iba a ser quien lograra vender mejor los datos obtenidos. No sólo
porque en política, igual que en la vida, lo perceptual es muchas veces más
importante que lo físicamente real, sino porque las características y
naturaleza propias de esa elección obligaban a esperar varios tipos de
resultados y efectos.
Lo cierto es que, en línea con lo
anterior, el gobierno ha iniciado una estrategia mediática y comunicacional de
grandes dimensiones para imponer su sesgada y particular interpretación de los
resultados, convencer a la gente que la verdad es lo que ellos dicen y no lo
que en realidad pasó, y aplicar así una medida de control y atenuación de daños
políticos. Se trata de un esfuerzo de convencimiento psicológico
interesante que, lamentablemente para nuestra oligarquía gobernante, no se
corresponde ni con lo que arrojan los fríos números, ni con lo que la temprana
–y forzada– celebración de Maduro el domingo en la noche pudiera sugerir.
No sólo las ciudades y municipios más
importantes del país pasan a manos de la alternativa democrática, sino que la
mayor parte de Venezuela, en términos demográficos, será gobernada ahora por
alcaldes distintos al gobierno. Pero además, el voto nacional total, agrupado
en bloques, ofrece el panorama de un país políticamente polarizado y dividido
en porciones de similar tamaño.
Por supuesto que el gobierno no actúa
como un analista electoral confiable e imparcial que simplemente va a explicar
qué fue lo que pasó. Al contrario, se comporta como el propagandista de una
mala mercancía, pero que necesita vender mediante la exageración de sus virtudes y ocultamiento de sus
defectos. La pregunta central es: ¿por
qué lo hace? Porque si reconoce lo que en verdad ocurrió, tendría que renunciar
a la pretensión de implantar una hegemonía política, ya que no existe hegemonía
ni posible ni viable cuando se tiene a la mitad del país en contra de tal
despropósito.
Pero, además, el reconocimiento
objetivo de los resultados del domingo le obligaría, aunque sea más por
necesidad de supervivencia que por convicción democrática, a tomar en cuenta a
esa mitad del país, a dialogar con sus representantes políticos, a conversar
con ellos, y a renunciar al inviable sueño del apabullamiento hegemónico y
excluyente.
Por eso, el primer paso para la
urgente reconciliación que clama el país, para comenzar a construir espacios de
necesaria convivencia entre los venezolanos y disminuir no sólo la pugnacidad
política sino los intolerables índices de criminalidad, violencia y
delincuencia, consecuencias todas de la polarización, es leer y analizar bien
los resultados del domingo. Porque no se trata de un resultado que muestra a un
gigante de 3 metros que puede pasarle por encima a un enanito de insignificante
estatura. Hay que recordar que ningún diálogo es posible sino entre actores de
igual tamaño y significación. Disminuir artificialmente la magnitud e
importancia del otro, a través de manipulaciones mediáticas y falsos
argumentos, es el ardid perfecto para
huirle al diálogo y a la convivencia.
Entender bien lo que pasó el 8D no es
un asunto trivial, ni de ver quién aplica mejor su estrategia de control de
daños ni mucho menos un asunto de falsa terapia de consolación. Por el
contrario, auscultar con la mayor objetividad lo ocurrido el domingo –sin
triunfalismos de ebria irresponsabilidad ni injustificables llantos y lamentos infundados–
es de trascendental importancia para garantizar la paz en el país. Venezuela es
hoy, más que nunca, como una persona que necesita ambas piernas para caminar.
Pretender correr con una sola es imposible: lo más seguro es que termine
cayéndose.
¿Está la oposición democrática
venezolana de derrota en derrota, como coinciden curiosamente Maduro, los
poderosos oligarcas del postchavismo y algunos radicales supuestamente
antioficialistas? Lo cierto es que si la
alternativa democrática sigue acumulando "derrotas" tan fructíferas y
positivas como la que supuestamente "sufrió" el domingo, no sólo se
confirma que la estrategia adoptada de articulación con el pueblo es exitosa,
sino que el cambio político –el de verdad, no el de fachada o sólo de nombres– cada día está más cerca. Es sólo cuestión de
perseverancia e inteligencia. Y de no abandonar la estrategia de organización
popular. La única que funciona, y la que realmente nos puede conducir al país
que queremos.
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