Por Willy McKey | 9 de Diciembre, 2013
Es
frecuente que el lenguaje acentúe solamente uno de los lados de cualquier
interacción. G.B.
Salió Tibisay. Vuelve a acaparar la
atención de todos desde mucho antes de empezar a bajar la rampa. Se sienta en
medio del backing institucional y acomoda sus papeles. Allí están los números
que debe leer, aunque el primer gazapo haga pensar lo contario. Cuando se
equivoca todos lo notan, menos ella. Así de segura está. La rectora sentada a
su derecha la corrige y su cara es ocupada por un gesto que parece tener
aprendido desde la infancia para justificar los errores delante de los adultos
y la ternura. Repite el gazapo, pero esta vez lo repara antes del segundo
decimal. Y de pronto subvierte el orden. Su discurso se rebela. Estos datos
nunca antes habían sido articulados de esta manera. Aglutina. Suma. Compara.
Adjetiva. Jerarquiza. Califica. Pondera alianzas. Esta vez lo dicho que dejó
muy atrás, resonando, cómo lo dijo.
El encuadre. En los años sesenta, el
objetivismo logró hacer muy popular una frase que dio muchas licencias para el
análisis político: “Los hechos son sagrados y las opiniones libres”. La
intención era construir un lugar de análisis desde donde el sujeto no se inmiscuyera
en los territorios de la información. Pero entonces apareció la noción de
framing y vino a desbaratarlo todo como hace la subjetividad: poniendo
demasiadas cosas en evidencia.
Cada quien tiene sus propios filtros
—en buena medida emocionales— para darle sentido al mundo y estos se ponen en
evidencia en nuestra manera de comunicarnos.
Nuestras palabras los delatan cada vez
que buscamos la manera de explicarnos el mundo.
El término framing es un anglicismo
que se utiliza para nombrar la manera en la que alguien “encuadra” los hechos
para que, al enunciarlos, muestren su interpretación de un hecho y no el hecho:
un acto de comunicación convertido en una representación de la realidad según
como la ve un individuo.
Los estudios de Gregory Bateson son un antecedente del
framing. Y la manera en la cual Lucena presentó los resultados de las
elecciones municipales del 8-D, tan diferente a la de 2008, recuerda una de sus
afirmaciones: cuando el pensamiento y el lenguaje se conjugan lo hacen para
construir una realidad individual. Eso y que la comunicación siempre va a estar
determinada por el contexto y evoluciona de acuerdo con las posibilidades de
retroalimentación que permite esa comunicación.
Es así como los influyentes pueden
“construir” un fenómeno mediante eso que comunican a las masas. Y ese eso
siempre está determinado por una percepción singular y personalísima. A través
de estrategias retóricas, subrayamos unas cosas y tachamos otras: cuando no
decimos lo que debemos decir sino lo que queremos que el otro oiga, se ponen en
evidencia cada una de nuestras costuras. Si sumamos a esto que la
hiperdocumentación de los eventos públicos y mediáticos permiten contrastar las
maneras que tiene un mismo individuo para comunicarse de acuerdo con la
transformación de su contexto, veamos las diferencias en un caso específico:
Tibisay Lucena en unas elecciones regionales.
Tibisay 2008 vs. Tibisay 2013. En las
elecciones regionales de 2008, Tibisay tenía que comunicar los triunfos de
gobernadores, alcaldes y concejos. Iba comunicando los resultados que ya
estaban definidos de manera paulatina. No tenían un orden alfabético, pero
tampoco un orden dramático. No era un relato: eran datos, números servidos para
que cada quien sacara sus conclusiones, en una declaración oficial que ya los
periodistas resolverían a su manera y según sus propios encuadres. Así leyó
Tibisay Lucena los resultados en las elecciones municipales de 2008:
Si no lo ve siga el link: http://youtu.be/pa3qC8Gb51U
Pero a la hora de dar los resultados
irreversibles en los comicios del 8-D de 2013, Tibisay Lucena cambió la
retórica.
Nunca antes la autoridad electoral
había emitido como primer dato relevante de un boletín de elecciones regionales
la suma de los votos polarizados. En un gesto discursivo, cuando Tibisay Lucena
decide empezar su boletín diciendo cuántos votos sacó en suma “el PSUV y sus
alianzas” versus “la MUD y sus alianzas” establece el marco mayor de su
framing, adelantándose a un trabajo interpretativo que no le corresponde al CNE
sino a cada medio, a cada analista, a cada receptor. La autoridad que debería
ser imparcial y limitarse a arrojar el dato decide emitir, antes que un
boletín, un encuadre. Otros dos elementos resultan de interés: el hecho de
utilizar las alianzas como referente (cuando las alianzas son producto de
decisiones que se toman entre los partidos y de orden ideológico, algo que no
tiene inherencia del CNE) y, considerando que había decidido hablar de
alianzas, referirse a la MUD como a un partido político cuando la misma opera
—de manera pública y notoria— como una coalición. Así leyó Tibisay Lucena los
resultados en las elecciones municipales del pasado 8-D de 2013:
Si no lo ve siga el link: http://youtu.be/zASIr6ZFm0k
El anclaje. ¿Cuál es el framing elaborado
desde la comunicación de la Tibisay Lucena de las elecciones regionales de 2013
que la diferencia del 2008? Empecemos por la jerarquización que Lucena le dio a
los datos emitidos. No nos distraigamos con los gazapos, como que Lucena —que
en este caso no equivale a decir el CNE— empezó su comunicación diciendo que la
participación fue del 98,92% en lugar del 58,92%. La decisión de emitir como
primer dato relevante la suma de los votos polarizados reviven ese supuesto
plebiscito que fue condenado —de manera literal y de manera argumentativa— por
varios de los rectores del CNE en sus declaraciones previas al evento
electoral. Y, al hacerlo, genera una primera impresión de contraste con sólo
257 alcaldías definidas de las 335 totales.
Todo el framing resulta más evidente
cuando Lucena utiliza dos adjetivos calificativos antes de leer el “reporte de
votos por organizaciones con fines políticos”: etiqueta los datos que leerá a
continuación como importantes y bien interesantes. Es allí cuando advierte, por
segunda vez y antes de leer cualquier resultado de dimensiones municipales, que
el PSUV tiene en 4.584.477 el 44.16%, la MUD tiene en 4.252.082 un 40,96% y el
Partido Comunista de Venezuela en 167.049 votos un 1,6%, más otras
organizaciones políticas que no son pormenorizadas sino agrupadas en 1.376.556
que representan un 13,26%. Y entonces aparece el anclaje.
Shelley Taylor y Susan Fiske
definieron a los seres humanos como “perezosos mentales por naturaleza”. Es su
argumento para explicar el encuadre como una estrategia retórica propia de los
discursos políticos partidistas: al presentarse las ideas desde un pensamiento
encuadrado queda más claro cómo serán leídos los mensajes que se emitan. Si se
logra conectar con la mayor cantidad de multiplicadores del mensaje, entonces
se conquista otra estrategia comunicacional: el anchoring, el anclaje, la
información sembrada en esa especie de titulares cognitivos que el
influenciador quiere ver reflejado en los medios de comunicación.
Cuando Lucena —que ahora sí quiere
decir el CNE— decide esta inédita estrategia retórica para comunicar los
resultados, pone en evidencia un ejercicio de framing con sospechosas potencias
de anchoring. Y, además, consigue resonancia cuando decide empezar a comunicar
los resultados municipales desde la única de las llamadas joyas de la corona
que quedó en manos del PSUV —ganada por Jorge Rodríguez, ex rector del Consejo
Nacional Electoral— y deja para el final las otras dos, Maracaibo y la Alcaldía
Metropolitana, en manos de la MUD. Otro elemento de altísimo interés es que al
referirse a las victorias de los concejales habla de Concejos Municipales
cuando se refiere al PSUV y Consejos Comunales cuando la victoria corresponde a
la MUD.
El gatekeeping, el agenda-setting y el
teatro. Además de Bateson, otros de los grandes antecedentes a los conceptos
que se emplean a menudo en la semiología política contemporánea están en la
obra de Erving Goffman. Su manejo de metáforas vinculadas con el teatro —en
especial en su libro The Presentation of Self in Everyday Life (1959)— definió
muchos comportamientos comunicacionales como si de una obra de teatro se
tratara, diferenciando lo que somos en el escenario de lo comunicacional de eso
que somos fuera de allí. En lo público versus lo privado, no importa lo real
sino aquello que deba parecer real.
La actuación de Lucena, para usar
términos de Goffman, pudo haber tenido otros parlamentos con los mismos datos.
Dicen que nadie puede darse cuenta de un encuadre hasta que lo sustituye por
otro. Hagan una prueba. Varios enunciados posibles pueden servir como ejemplo,
en caso de que las estrategias retóricas escogidas por Lucena hubiesen tenido
otro tenor, igual de errado. Decir que “El PSUV obtuvo tantas alcaldías menos
que en los comicios de 2008″ ; o que “La MUD y sus alianzas serán gobierno en
las ciudades donde reside la mayoría de los ciudadanos del país”; o que “El
50,75% de los electores no votó por el PSUV ni sus alianzas”, por poner ejemplos de alcance nacional y
comparativo.
Las explicaciones semiológicas para
saber por qué se escoge un encuadre ideológico y no otro está en el
gatekeeping, otra noción importante para entender los encuadres ideológicos y
que puede resumirse muy fácilmente: cada quien decide, de acuerdo con el
resultado que desea de su encuadre, cuáles puertas abre y cuáles no. El
objetivo final de esto no es otro que mantener el control de la agenda, ese
Santo Grial de las comunicaciones. Ser quien impone la agenda depende del éxito
del encuadre empleado y de cuántos datos pueden ser anclados en las
conversaciones que la gente como usted y como yo, espectadores, tenemos en
nuestra cotidianidad.
Una de las máximas de Goffman explica
que, en esta mascarada comunicacional, todos los individuos intentamos hacer
ver que cumplimos con cada una de las reglas que usamos para juzgar a los
demás. No las cumplimos: intentamos que parezca que lo hacemos para poder echar
manos de ellas sin ser sus víctimas. Por eso a veces basta con cambiar el encuadre
para ver lo que sucede tras bambalinas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico