Escrito por Trino Márquez (sociólogo) Jueves, 12 de
Diciembre de 2013
Algunos dirigentes y analistas
políticos se mueven más en el mundo de la numerología que los estadísticos y
los encuestólogos. Olvidan que la política se apoya en los fríos números de las
matemáticas, pero los interpreta y los trasciende. Esta verdad la entendió
plenamente Rafael Rodríguez Olmos –identificado con el oficialismo-
quien escribió “La derrota disfrazada de victoria”, artículo publicado en
Aporrea. En él, Rodríguez Olmos les exige a sus compañeros de partido
que no maquillen los datos de la consulta del 8-D y admitan que el PSUV sufrió
un doloroso fracaso, por la sencilla razón de que perdieron la Alcaldía
Metropolitana de Caracas, Maracaibo, Barinas y el municipio Sucre del estado
Miranda. Frente a estos descalabros, se pregunta, cómo sus camaradas pueden
hablar de victoria.
La importancia política y económica de
las grandes capitales donde ganó la oposición es infinitamente superior a
decenas de municipios en los cuales triunfó el gobierno. El 8-D no solo se
contaron los votos; también, se pesaron. Esto lo comprendieron perfectamente
los dirigentes del PSUV que le ordenaron a Tibisay Lucena presentar los
resultados de tal manera que el revés sufrido por el partido quedara oculto
tras los fuegos artificiales encendidos por la presidenta del CNE.
Las principales ciudades del eje
urbano que va de Caracas a Maracaibo, con la excepción de Maracay, quedaron o
pasaron a manos de la oposición. La victoria en Barinas lleva una carga
simbólica particular. El régimen habría cambiado esa alcaldía, el Día de la
Lealtad y el Amor a Hugo Chávez, por decenas de otras que no encarnaran tanto
la admiración al Comandante Supremo.
La cantidad y calidad de los
municipios obtenidos por el PSUV no representan el poder, ni el control abusivo
que el régimen ejerció sobre los organismos del Estado para que favorecieran a
sus abanderados, ni el dominio de los medios de comunicación públicos que
les impidió a los candidatos opositores proyectarse y difundir sus mensajes y
programas de gobierno. Los excesos superaron todos los límites alcanzados en
las citas anteriores. No hubo amenaza o atropello que no cometieran. Los
aspirantes opositores compitieron con unos adversarios que contaban con los
recursos de PDVSA, Corpozulia o Corpomiranda, según fuese el caso. Nunca les
faltaron medios de comunicación, afiches, ni recursos financieros para realizar
movilizaciones y promover sus campañas.
El peculado de uso y la presión sobre
los medios de comunicación independientes para impedir que se transmitieran los
actos de los representantes de la alternativa democrática, tienen que ser
incluidos como parte fundamental del análisis. De lo contrario, el examen de
los resultados arrojados por la cita del pasado 8-D quedaría incompleto. Podría
parecer como si los números que nos desfavorecieron, por ejemplo, en Los
Teques, fueron el producto de una equivocación táctica y estratégica de
Henrique Capriles, y no del plan deliberado de Nicolás Maduro y Elías
Jaua para taponar los recursos financieros de la gobernación del estado, para
entregárselos al “protector” de Miranda. Podría parecer que las elecciones
municipales tuvieron lugar en unos rutinaros y tranquilos cantones suizos, y no
en la erizada Venezuela, donde gobierna una pandilla cubano-madurista que
desprecia la democracia y se vale de todas las artimañas posibles para
preservar el poder.
Constatar los desequilibrios existentes
no debe servir para justificar los errores que se cometieron. Las fallas hay
que diagnosticarlas y corregirlas. Pero dedicarse al automartirio no conduce
sino a la depresión, a la parálisis y a la desmoralización. A la alternativa
democrática le conviene convencerse de que el gobierno fracasó en su intento de
adueñarse de las alcaldías más importantes en el plano político. El fiasco del
régimen se tradujo en el éxito de una oposición que trabajó en condiciones
precarias y desventajosas. Las victorias de la alternativa democrática están
marcadas con el sello del heroísmo, pues se obtuvieron venciendo todos los
obstáculos colocados por la todopoderosa maquinaria del Gobierno y el Estado,
que movieron cielo y tierra para invisibilizar a los aspirantes de la oposición,
arrinconarlos y asfixiarlos financieramente.
Si el análisis político ignora el
contexto donde las distintas fuerzas actúan, se convierte en un fastidioso e
inútil ejercicio académico. Masoquista, de paso.
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