Fernando Mires 11 de junio de 2014
Escribió Doris Lessing en sus memorias
que su segundo marido, dirigente comunista alemán, la subyugó con una frase con
la cual comenzaba todas sus alocuciones: “Hay que diferenciar la contradicción
principal de las secundarias”. Gracias a esas palabras, el tremendo desorden
mental de esa jovencita que llegaría a ser una de las más grandes escritoras de
su siglo, comenzaba a estructurarse: el caos se convertía en sistema, y la
inseguridad en certeza.
Mao Tse Tung fue más allá del marido
de Doris Lessing. Con esa simpleza más confuciana que marxista con la cual
cautivó a Henry Kissinger, establecía que siempre hay que hacer la diferencia
entre la contradicción principal con la parte principal de la contradicción. De
más está agregar que para los jóvenes de mi generación, esas frases que hoy nos
parecen tan elementales, eran reveladoras.
Sin embargo, hasta las más grandes
revelaciones terminan por aburrir. Así ocurrió un día que asistía a la clase de
un profesor marxista de la Universidad de Chile quien no se cansaba de repetir:
“hay que diferenciar la contradicción principal de las secundarias”. De pronto,
uno de esos estudiantes anárquicos que nunca faltan, preguntó: “Profesor ¿y
quién determina cuándo una contradicción es principal o secundaria?". El
maestro, sobreponiéndose, soltó una larga tirada teórica sobre las leyes de la
historia. No obstante– y eso fue lo decisivo- no respondió a la pregunta.
Quien respondió a la pregunta – quién
lo iba a pensar- fue el mismo Mao Tse Tung.
Durante los años cincuenta, afirmaba
el líder chino que la contradicción principal era la que existía entre el
comunismo y el capitalismo y la parte principal de la contradicción era entre
China y el imperialismo norteamericano. Pero a comienzo de los sesenta, Mao
escribió que la contradicción principal era entre capitalismo y comunismo, y la
parte principal de la contradicción era entre China y el social-imperialismo
ruso. A fines de los sesenta, Mao afirmó, en cambio, que la principal
contradicción era entre China y el imperialismo ruso y luego se acabó la
diferencia con la parte principal de la contradicción.
“Chino astuto” –me dije-: “arregla la
historia universal según su conveniencia”. Pero al menos, gracias a Mao obtuve
la respuesta, respuesta que hoy puedo formular en forma de tesis. La tesis dice
así: “No existe una contradicción principal, válida para todo tiempo y lugar,
sino sólo para quienes la plantean”.
De este modo, para una persona
moralista, la contradicción principal será entre el bien y el mal. Para una
religiosa, entre Dios y el diablo. Para quien crea en macrosistemas, entre
capitalismo y comunismo. Para los enloquecidos líderes de Sudamérica, entre
“Patria o Muerte”. Para economistas soporíferos, entre neoliberalismo y
estatismo. Y para más de algún argentino, entre Boca y River.
Lo dicho no significa por cierto
suscribir una posición nihilista tipo New Age (“todo da
igual”). Las contradicciones principales existen, es lo que quiero acentuar,
pero ninguna es universal. O dicho de acuerdo a mi tesis, existe sólo para
quienes las plantean. Es por eso que yo sugeriría que siempre cuando alguien quiera
establecer alguna contradicción principal, escriba antes, “desde mi
perspectiva”, “según mi experiencia”, o simplemente: “para mí”. Nadie tiene el
derecho de imponer sus contradicciones a los demás.
Voy a poner un ejemplo. Para
mí, desde mi perspectiva, y según mi experiencia, la contradicción principal
que cruza políticamente al mundo de hoy (escribo políticamente, no social, no
económica, no culturalmente) es la que se da entre democracia y dictadura.
Me explico:
Si aceptamos que la evolución de lo simple
hacia lo complejo existe (es la premisa) eso quiere decir que así como hay una
evolución económica que va de la recolección y la caza, sigue a través de la
agricultura y la ganadería, luego pasa por la industria pesada, hasta llegar a
la industria digital, hay también una evolución política.
De la horda a la dominación tribal;
luego la monarquía absoluta, pasando por la monarquía parlamentaria, hasta
llegar a la democracia moderna –la peor forma de gobierno con excepción de
todas las demás (Churchill)- hay una indesmentible evolución. Y como ocurre en
toda evolución, la política también reconoce involuciones, aunque al final esa
luz efímera que asomó por primera vez en Atenas se mantiene e impone. En fin,
creo que cuando Benedetto Croce escribió su libro clásico: “La historia como
hazaña de la libertad”,
no estaba equivocado.
Habrá por lo tanto que hacer justicia
al siglo XX. Cierto es que fue el más cruento de la historia. Pero también es
cierto que las dos más grandes contrarrevoluciones antidemocráticas de la era
moderna, la nazi y la comunista, fueron derrotadas. Más aún: las revoluciones
democráticas del siglo XX han sido continuadas por movimientos sociales
feministas, ecologistas y, más recientemente, por protestas en contra de la
globalización y por movimientos democráticos de orígen libertario en diferentes
países de la tierra..
Incluso en América Latina, la era
caudillista y militar que se originó desde los días independentistas, va
quedando atrás. Cierto es que hay fuertes regresiones. Los personalismos
autocráticos emergidos a finales del siglo XX y consolidados a comienzos del
XXl representan en el fondo compromisos entre la dominación dictatorial que
primaba en el pasado y la forma democrática que hoy tiende a predominar a
escala mundial.
Luego, si aplicamos la antigua tesis
de Mao a la política contemporánea, tendríamos que decir: la
contradicción política principal de nuestro tiempo es la que se da entre
dictadura y democracia.
Y, visto el tema desde una perspectiva
latinoamericana, sería posible agregar: la parte principal de la contradicción
es la que se da entre proyectos militaristas y/o autocráticos -de derecha o
izquierda, en este caso da lo mismo- y proyectos políticos democráticos.
Pienso, además, que esa contradicción no sólo existe entre diversas naciones,
sino también al interior de ellas.
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