Trino Márquez Jue Jun 05, 2014
@trinomarquezc
El más reciente informe del Instituto
Nacional de Estadística (INE) estalló como una bomba en el rostro del Gobierno:
en 2013 los hogares en situación de pobreza aumentó en 416.326, en cifras
absolutas, y 30% en términos porcentuales. Los hogares en situación de pobreza
extrema -aquellos cuyos ingresos mensuales no alcanzan para cubrir el costo de
la Canasta Alimentaria- pasó de 6% a 8.8%; en dígitos absolutos esto significa
que 189.086 hogares pasaron a formar parte de esta franja de la sociedad.
¿Qué sucedió en el país para que
ocurriera ese descalabro tan colosal? El promedio del barril de petróleo se
mantuvo alrededor de los $100 en 2013, nivel nada despreciable si se considera
que hasta hace pocos años, cuando el crudo pasaba de $20 el Gobierno montaba
una fiesta. Aquí nos encontramos ante una paradoja: por primera vez en la
Venezuela petrolera, con unos precios tan elevados del crudo, se registra un
aumento tan alarmante de la pobreza relativa y de la extrema. ¿A que debe
atribuírsele semejante contradicción? A que el socialismo del siglo XXI
–idéntico a todos los socialismos del siglo XX, pero aderezado con millones de
petrodólares y raudales de populismo y demagogia- fracasó de forma estruendosa
e irreversible. La única manera de mantener una política distribución del
ingreso basada en el reparto clientelar de los ingresos petroleros es que el
precio del crudo se eleve continuamente, cosa que no es probable pues la
economía mundial crece a un ritmo moderado y no se vislumbra ningún conflicto que
estremezca al planeta (la eventual guerra entre Ucrania y Rusia no es
suficiente para disparar los precios del petróleo).
El Gobierno, a pesar de la sistemática
destrucción del aparato productivo nacional y la liquidación de la oferta
interna de bienes y servicios, pudo mantener controlada la inflación y sostener
la oferta de la mayoría de los productos más demandados, por su capacidad
importadora. Disponía de un inmenso volumen de dólares petroleros y disfrutaba
de distintas fuentes de financiamiento para traer del extranjero cuanta
baratija se les ocurrían a quienes estafaron los veinte mil millones de dólares
denunciados por Ricardo Sanguino y Jorge Giordani. La situación cambió
radicalmente. La producción petrolera se desplomó, PDVSA fue saqueada y arruinada,
las reservas internacionales fueron pulverizadas (se encuentran muy por debajo
del nivel “óptimo” -30 mil millones de dólares- de los cuales hablaba el
Comandante cuando le pidió al BCV el famoso “millardito”). Al Gobierno nadie
quiere financiarlo porque el mundo sabe muy bien lo que ocurre en el país y
cuál es el estado real de las finanzas públicas, por esa razón los bonos
venezolanos pagan una de las tasas de interés más altas del mundo. Se secaron
las fuentes que permitían importar sin control ni responsabilidad.
El nudo crítico reside en que el
déficit creado por la escasez de la divisa norteamericana no puede ser cubierto
con la oferta interna. Quince años de cerco a la propiedad privada,
estatización de empresas que eran eficientes, colectivización de la economía
agrícola y pecuaria, aprobación de adefesios jurídicos como la Ley del Trabajo
y la entronización de organismos todopoderosos como el Indepabis y el SENIAT,
están pasando factura. Venezuela es la única nación de Suramérica que no crecerá
en 2014; es el país con la tasa más baja de productividad, donde cuesta más
crear un empleo en el sector moderno de la economía y donde lleva más tiempo y
resulta más caro construir una empresa. La inamovilidad laboral destruyó el
mercado de trabajo, el congelamiento de precios acabó con la tasa de beneficio
y el control de cambio, con el mercado de divisas.
El Gobierno esterilizó todas las
fuentes que permiten distribuir el ingreso por la vía más sana: el sueldo y el
salario. Puso a depender a casi toda la población del reparto clientelar de la
renta petrolera. Amputó las posibilidades de que la gente supere la pobreza
mediante sus propios medios: creando empresas, capacitándose para trabajar e
innovando.
Lo más trágico del panorama es que el
Gobierno insiste en “relanzar las misiones” para enfrentar una crisis que ha
sido generada, precisamente, por el populismo y la demagogia, cuya expresión
más representativa son precisamente esas misiones, que han creado en la
población más desvalida la ilusión de que es posible encarar las dificultades
con las becas, dádivas, canonjías y transferencias en dinero, especies o
servicios que concede el Estado.
El Gobierno, para revertir la pobreza,
tendrá que abatir la inflación mediante el estímulo a la producción y la
productividad. El giro no se ve.
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