MOISÉS NAÍM 5 de marzo
de 2016
@moisesnaim
¿Jugará
el FBI en estas elecciones estadounidenses el mismo papel que desempeñó la
Corte Suprema en las elecciones del año 2000? Entonces, la suspensión del
recuento de votos en el Estado de Florida ordenado por el alto tribunal llevó a
George W. Bush a la Casa Blanca y mandó a Al Gore a su casa. Cinco de los nueve
magistrados votaron contra cuatro a favor de la medida. Un solo voto de
diferencia en la Corte Suprema valió más que millones de votos de los
estadounidenses.
¿Qué
tiene que ver esto con las elecciones presidenciales de este año? Pues que si
en 2000 la Corte Suprema fue la institución que en la práctica determinó quién
sería presidente de EE UU, este año el gran elector podría ser el director del
FBI, James Comey. Su organización está investigando si, cuando fue secretaria
de Estado, Hillary Clinton comprometió la seguridad nacional al enviar mensajes
confidenciales del Gobierno a través de su sistema privado de correo
electrónico.
Si el
FBI decide abrirle un juicio por esta causa, Hillary Clinton quedará
inhabilitada como candidata. Y si eso sucede, es muy probable que Donald Trump
sea el próximo presidente de EE UU. “Les puedo asegurar que sigo personalmente
muy de cerca esta investigación”, ha dicho el director Comey. “Quiero asegurar
que cuenta con todos los recursos que necesita, tanto de personal como
tecnológicos, y que se lleva a cabo de manera independiente, competente y
rápida”. Los directores del FBI siempre han tenido mucha autonomía en sus
decisiones. Si se encuentran algunos correos que no han debido enviarse por vía
del email privado de Clinton, ¿está listo el señor Comey para darle a EE UU —y
al mundo— a Donald Trump como presidente de la superpotencia?
Obviamente,
un triunfo de Trump no se debería solo a que el FBI descalifique a su rival,
sino también a los millones de estadounidenses que lo votan seducidos por su
mensaje, su estilo y sus promesas. Y también engañados por sus mentiras.
La
aparentemente indetenible marcha de Trump hacia la candidatura presidencial del
Partido Republicano ha disparado las alarmas entre líderes de esa agrupación
como Mitt Romney, quien ha lanzado duros ataques contra el empresario y
candidato. También se han comenzado a elevar voces que llaman la atención sobre
los fallos de los medios de comunicación por no haber sido más diligentes en el
escrutinio del controvertido pasado de Trump, en exponer ante la opinión
publica sus mentiras o poner en evidencia la inviabilidad de sus políticas.
Philip
Bennett, un respetado periodista y profesor de la Universidad de Duke, equipara
la actitud de los medios de comunicación en el caso de Trump con la grave
omisión a la hora de investigar a fondo si era cierto que Sadam Husein tenía
armas de destrucción masiva, tal como lo afirmaba el Gobierno de George W. Bush
para justificar su invasión de Irak. “Esta ceguera periodística en el caso de
Donald Trump no debería suceder en la era de Internet, donde las grandes bases
de datos o motores de búsqueda permiten verificar una afirmación con solo
teclear pocas palabras en un ordenador”, dice Bennett.
Sin
embargo, el gran protagonista, ni bien entendido ni bien conocido, de esta
campaña electoral no es Donald Trump. Son los votantes a quienes no parecen
importarles datos, informaciones, evidencias o constataciones incuestionables
que ponen en duda la integridad o la sinceridad de su candidato.
Las
explicaciones más comunes describen a los votantes de Trump como “hartos de los
políticos” y mayoritariamente “hombres blancos con un bajo nivel educativo”. Si
bien estas caracterizaciones pueden tener alguna base en las encuestas, son
claramente superficiales e insuficientes. Los votantes de Trump son más
complejos que eso. Tienen mucho en común, por ejemplo, con quienes apoyan a los
movimientos populistas que han ganado fuerza en Europa y otras partes, y que se
encuentran tanto en la de izquierda como en la derecha.
Lo más
interesante de Trump, como producto político, no es lo excepcional que es sino
lo común que es en estos tiempos de antipolítica. Los “terribles
simplificadores” proliferan cuando crece la incertidumbre y la ansiedad en la
sociedad y por ello hoy en día son una tendencia global. Están en todas partes.
Pero Trump es la más peligrosa manifestación de esta tendencia. Y, en eso, sí
es excepcional.
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