Simón García 16 de abril de 2016
Existen
motivos para reexaminar la estrategia que permitió la recuperación de la
oposición. El primero es la existencia de una nueva relación de fuerzas. El
segundo es que habiendo perdido la mayoría, el poder aún conserva un 22 % de
seguidores. Es un apoyo a prueba de la vida de calamidades que llevamos todos y
de las evidencias gubernamentales acerca de sus incapacidades, fracasos y
destrucción constante del país.
Las
encuestas muestran la actualidad y la urgencia del cambio. Más del 90% de la
población se resiente por la crisis, más de un 80% rechaza las decisiones
económicas del gobierno. Pero sólo un 55 % avala la renuncia de Maduro. Hay un
desfase entre la oposición social y la política.
Los
números sugieren muchas interrogantes. ¿Por qué el nivel de protesta no se
corresponde con la contundencia del rechazo popular al gobierno?, ¿Ha tocado el
oficialismo un lecho de roca que detendrá su erosión? Al pensar posibles
explicaciones, debería ahondarse en las conexiones entre estas y otras
preguntas con el discurso, los eventos, las diversas iniciativas ofensivas y
reactivas puestas en acto por la MUD durante este año. El positivo desempeño en
la Asamblea Nacional no tiene que nublarnos la mirada crítica.
Detrás
de los números, se revela la consolidación de una nueva mayoría social,
políticamente plural y opuesta al dúo Maduro/Cabello; la tendencia en la
oposición a incrementar una lógica polarizadora; la efervescencia de los dos
extremos radicales está influyendo en la agenda pública; la cada vez más
frecuente propensión del gobierno a colocarse en desacato de la Constitución
Nacional y una creciente difusión de la protesta pequeña, espontánea y
desarticulada.
La
actual estrategia del cambio se ha focalizado en cumplir las promesas
parlamentarias y ofrecer, para salir de Maduro, todos los mecanismos
constitucionales a mano de los ciudadanos. Pero esa generalización contiene la
ambigüedad de no definir cuál es, en este momento, el eslabón más débil para
golpear juntos en él. Por otra parte, permite que cada opción sea reducida al
partido proponente, inhibiendo la acción unitaria.
Esta
dispersión, pareciera subestimar la autoritaria resistencia gubernamental a la
democracia y el empeño a bloquear todas las salidas constitucionales
manipulando la Constitución. En el manejo de la confrontación con el grupo del
PSUV que se aferra al poder, pareciera faltar la evaluación sobre cuando
conviene la respuesta frontal y cuando darle prioridad a ganar opiniones
favorecer expresiones de respaldo en el campo de los indecisos o acentuar las
posturas destinadas a neutralizar a sectores blandos del chavismo, reacios a
darle un aval a ciegas a Maduro. Esta es una lucha que hay que ganar y lograr
avances significativos en ella sin aplicar el lema bélico de Juego de Tronos:
ganar o morir.
Existen
otras ausencias en la estrategia actual. Las líneas para asociar partidos con
descontento de la gente; las orientaciones para traducir las protestas en
movimientos de propuestas; el mensaje para que las naturales conductas
adaptativas a la crisis no apaguen las motivaciones al cambio; las iniciativas
para practicar el entendimiento y las luchas compartidas con el pueblo chavista
y sus sectores dirigentes críticos, a los que hay que ayudar a emerger, en vez
de espantar. Se necesita un plan para impedir la suspensión de las elecciones
regionales y para dejar sin apoyo las acciones del TSJ contra el Estado de
Derecho y del CSE contra el revocatorio y la democracia participativa. Planes
que deben tomar en cuenta a la calle y algo más.
Finalmente,
el relanzamiento de la unidad y de un liderazgo colectivo que no puede
desentenderse del desafío de ser los protagonistas de un nuevo momento
fundacional de la república y de una sociedad más justa. La transición que
viene debe reportar un verdadero cambio de época que hay que prefigurar dando
respuestas, ahora, a los problemas, demandas y deseos de la gente.
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